jueves, 25 de abril de 2013

Había una vez un país donde floreció la primavera


Dicen que hace tiempo hubo un país, donde tras mucho tiempo de oscuridad, una primavera floreció la luz.  Aquella primavera fue la más florida y hermosa que se recuerda.  Había mucha pobreza, esa es la verdad, debido al expolio al cual habían sometido durante siglos reyes, príncipes, ministros y corruptos politicastros a aquel bello país. Un país bañado por tres mares, crisol de mil culturas, donde hubo un tiempo en que dicen que nunca se ponía el sol. Tras siglos de sufrimiento y sangre.  El sol de la libertad   por fin parecía salir de aquel escenario gris, no con la conquista de nuevos territorios, y el sometimiento de otros pueblos, sino con la recuperación de la soberanía arrebatada en tiempos pretéritos al pueblo, por fin el pueblo libre y soberano era dueño de sus destinos.

Dicen que fue un día de abril, las calles de aquel país se llenaron de banderas con los colores de la libertad. Las gentes, hombres, mujeres y niños de aquel hermoso país, para celebrar la llegada de la primavera florida, de la alegría de la libertad llenaron calles y plazas cantando.  Desde aquel día, los más pobres comenzaron a soñar, los sueños a convertirse en realidad. Hasta en los pueblos más pequeños comenzaron a abrirse escuelas, los niños ya podían ir a aprender a leer, a escribir, las cuatro reglas, sumar, restar, multiplicar y dividir.


Todo parecía posible en aquel país, cuyo lema era Libertad, Igualdad y Fraternidad. El pueblo y sus nuevos gobernantes pensaron que era posible convertir tan nobles palabras en una realidad y trabajaron y lucharon por conseguirlas.  Negras nubes amenazaban el horizonte, guerreros sin alma, sanguinarios hombres de la guerra, servidores de corruptos reyes destronados, esos mismos reyes, amenazaban aquellos sueños de libertad, el país donde todos los sueños parecían posibles y realizables pronto fue traicionado. Grandes fortunas expoliadas del país, por reyes y mangantes pretéritos y presentes se pusieron al servicio del crimen, armaron ejércitos y contrataron sanguinarios mercenarios del norte de África. También vinieron barbaros del norte y fanáticos del este.  El pueblo valiente se enfrentó a aquellas malas gentes que se levantaban con ideas criminales contra la voluntad del pueblo soberano, hombres y mujeres, codo con codo se prestaron a combatir al agresor, pero fueron traicionados por aquellos países que decían defender los mismos ideales, les abandonaron a su suerte, y aunque resistieron tres años contra bombas asesinas que llegaban de tierras arias e italianas y se enfrentaron contra soldados mercenarios llegados del norte de África y contra cobardes intolerantes, enemigos de la libertad y de la justicia, nada pudieron y fueron derrotados…

La historia no tuvo final feliz, no ganaron los buenos, no era una película de Hollywood.  Tras tres años de lucha del pueblo que una primavera soñó con la libertad. Los enemigos de la justicia, de la paz, de la libertad, la igualdad y la fraternidad entre los hombres, alzaron su sangrienta bandera, la de los antiguos y nefastos reyes sobre la tierra donde un día floreció la primavera.
Los traidores, no se conformaron con la victoria, ni fueron generosos con aquellos valientes hombres y mujeres que habían luchado por ser libres.  A los más valientes los mataron contra las vallas de los cementerios, en las cunetas, entraban en las casas de aquellos hombres y mujeres y los arrastraban o los mataban muchas veces delante de sus hijos, incluso en ocasiones también a sus hijos, fueron crueles con las mujeres, les raparon el pelo y les dieron aceite de ricino, haciéndoles ir en procesión, burlándose de ellas mientras se hacían aguas mayores y menores…

Fue tan grande la represión, que todo se volvió gris, que el miedo de aquella gente que soñó con la libertad un día de primavera, lleno sus ojos, sus corazones durante muchos años, tantos que una vez muerto el tirano, continua enquistado.

Tras la muerte del tirano, algunos comenzaron a soñar con otra primavera.  Falsos sacerdotes de la libertad, con mentirosas palabras, los estafaron.  Les convencieron que no era bueno tener la libertad tan de golpe, no fuese a ser que cogiesen empacho y se pusiesen enfermos de felicidad por lo que debían acatar la voluntad del tirano muerto.  Esos falsos sacerdotes se aliaron con los hijos del tirano, aceptaron la voluntad del sanguinario dictador, para que cambiando algo, todo siguiese igual.  Los asesinos, los ladrones seguían estando en el poder, como cuando gobernaba el tirano, aunque ahora se habían disfrazado de hombres buenos, amantes de la libertad, se hacían llamar cínicamente “demócratas de toda la vida”.  Pusieron un rey, a quien el tirano designó, y unos y otros, los falsos sacerdotes de la libertad, los traidores y los “demócratas de toda la vida”, fueron acaparando todo, robando, engañando al pueblo, todas las riquezas que quedaban en el país, se las llevaron a un lugar donde los reyes, banqueros y delincuentes guardan todo lo que expolian, al igual que antes de la llegada de aquella primavera.

 Lo que al principio parecía una nueva primavera terminó siendo una tiranía feroz, adobada con hueras palabras. A pesar de ello nadie hablaba, nadie protestaba. Sin embargo cada día les robaban una flor del jardín, el fruto de una libertad que hace muchos años estuvo a punto de madurar.  Les continuaban engañando, robándoles lo poco que les quedaba, las casas, el trabajo, sus derechos conseguidos a base de muchos sacrificios y lucha.  Les decían que habían vivido por encima de sus posibilidades, les mentían, aquellos traidores, aquellos demócratas de toda la vida, y el heredero del tirano, continuaban viviendo en la opulencia y el derroche.   Les habían robado todo, todo y lo que era peor la esperanza y la ilusión de ver llegar una nueva primavera, porque el miedo que había sembrado aquel tirano, estaba enquistado en el espíritu de aquel pueblo que fue bravo.

No obstante, dicen también, que todo tiene un límite, que del temor al valor hay una estrecha franja, del miedo a la rabia se puede saltar en un segundo…


Dicen que el gato asustado un día crecerá y se convertirá en tigre.  Dicen también, que después de todo invierno siempre termina llegando la primavera, otro mes de abril en lo que ese pueblo sumido y medroso pueda volver a ser reflejo de aquel que un día hizo florecer las flores de la Libertad, la igualdad y la Libertad.

Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar, puedes leer los primeros capítulos  aquí: 

2 comentarios:

  1. Buen trabajo como es tu costumbre y bien hacer. Pero ¿hemos llegado a ese límite? Desde el punto objetivo en cuanto a condiciones insoportables creo que sí, desde el punto subjetivo de los ciudadanos todavía no. La represión, el miedo inyectado, la paranoia del consumismo, la falta de fuerzas políticas organizadas parar protagonizar el cambio, la tibieza sindical, etc. nos impide llegar a esa primavera republicana. Un abrazo republicano.

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    1. Deberíamos haber llegado al límite de aguante, son muchos los vasos que están rebosando, al principio era agua, luego tal vez aceite, terminará por rebosar la gasolina y con la mínima chispa explotar todo. No soy partidario de ningún tipo de violencia, pero parece que este gobierno si lo es, pone a prueba el límite de la paciencia de los ciudadanos, cuanta con complicidades muy peligrosas para los trabajadores, la fuerzas políticas que deberían organizar ese cambio, están acomodadas, indecisas más que precavidas, dudan entre dar el paso hacia adelante y arriesgarse a perder los privilegios que gozan si sale mal o liderar el movimiento ciudadano en beneficio del pueblo aunque pierdan esos privilegios que tienen ahora. De los sindicatos, al menos de los dos mayoritarios, mejor ni hablar, claramente sus dirigentes forman parte del entramado de este corrupto poder y están al servicio del mismo, no son tibios, son parte del problema. A esa primavera republicana creo que llegaremos, más pronto que tarde, la situación comienza a ser inaguantable, el vaso de gasolina está a punto de rebosar…
      Un abrazo republicano.

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