Cuando hace unos años leí un extracto «Mujeres y Falange», editado por la sección femenina en 1958, no podía creer lo que estaba leyendo. La dictadura con respecto a la mujer nada tenía que envidiar con los regímenes islámicos amigos del rey de los españoles de arriba. Me sorprendió porque incluso hace bueno el «Manual de la Buena Esposa». Este manual sacado de «Economía doméstica para bachillerato y magisterio», «Sección Femenina de la Falange Española y de las JONS» (1958), convierte a la mujer en un sumiso animal de compañía, en una esclava sexual, en él se aconseja a la mujer que debe estar dispuesta a todas las «prácticas sexuales inusuales» que se le ocurran a su amo y marido:
«𝑀𝓊𝒿𝑒𝓇𝑒𝓈 𝓎 𝒻𝒶𝓁𝒶𝓃𝑔𝑒 (𝒹𝑜𝒸𝓊𝓂𝑒𝓃𝓉𝑜 𝒹𝑒𝓁 𝟣𝟫𝟧𝟪) (𝒱𝑒𝓇𝓈𝒾ó𝓃 𝓂á𝓈 𝒸𝑜𝓂𝓅𝓁𝑒𝓉𝒶 𝓎 𝒹𝑒𝓉𝒶𝓁𝓁𝒶𝒹𝒶 𝒹𝑒𝓁 𝑀𝒶𝓃𝓊𝒶𝓁 𝒹𝑒 𝓁𝒶 𝒷𝓊𝑒𝓃𝒶 𝑒𝓈𝓅𝑜𝓈𝒶) , 𝑜 𝓁𝒶 𝓂𝓊𝒿𝑒𝓇 𝒸𝑜𝓂𝑜 𝓈𝓊𝓂𝒾𝓈𝑜 𝒶𝓃𝒾𝓂𝒶𝓁 𝒹𝑒 𝒸𝑜𝓂𝓅𝒶ñí𝒶.».
Si no accedía, el cristiano esposo estaba en el derecho, si la economía se lo permitía, de buscar fuera del hogar lo que no encontraba dentro. Una inmensa mayoría de jerarcas y «jerarquillos» del Régimen tenían sus amantes fijas u ocasionales, y eran muchos los acuerdos ministeriales se acordaban en lujosos prostíbulos o en cacerías, a las cuales acudían un sin número de amantes y cortesanas de diverso pelaje, nunca las esposas. Total, la esposa era un «animal» que debía obediencia y respeto al marido.
Y sí, el fornicio era pecado, pero sólo para las mujeres, a los hombres se les perdonaba y sólo con pasar por el confesionario iban al cielo sin pagar peaje, al fin y al cabo, curas y obispos eran parte de la trama y también eran pecadores.
Realmente pone los pelos de punta pensar que esto formaba parte de la educación que recibían las «señoritas» de bien durante aquellos años. Normas que relegaban a la mujer a un mero objeto sexual. En estos manuales, hablan de la mujer con el mismo respeto con el que hablarían de una vaca o una cabra.
Las mujeres franquistas no necesitaban ir al gimnasio, ¿para qué?, con fregar, planchar barrer…
«𝙶𝙸𝙼𝙽𝙰𝚂𝙸𝙰 𝙲𝙰𝚂𝙴𝚁𝙰 𝚄𝚗𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛 𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚎𝚗𝚐𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚝𝚎𝚗𝚍𝚎𝚛 𝚊 𝚕𝚊𝚜 𝚏𝚊𝚎𝚗𝚊𝚜 𝚍𝚘𝚖é𝚜𝚝𝚒𝚌𝚊𝚜 𝚌𝚘𝚗 𝚝𝚘𝚍𝚊 𝚛𝚎𝚐𝚞𝚕𝚊𝚛𝚒𝚍𝚊𝚍, 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚘𝚌𝚊𝚜𝚒ó𝚗 𝚍𝚎 𝚑𝚊𝚌𝚎𝚛 𝚝𝚊𝚗𝚝𝚊 𝚐𝚒𝚖𝚗𝚊𝚜𝚒𝚊 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚗𝚘 𝚕𝚘 𝚑𝚊𝚛á 𝚗𝚞𝚗𝚌𝚊, 𝚟𝚎𝚛𝚍𝚊𝚍𝚎𝚛𝚊𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚜𝚒 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚊𝚜𝚎 𝚏𝚞𝚎𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚜𝚞 𝚌𝚊𝚜𝚊. 𝚂𝚘𝚕𝚊𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚕𝚊 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚎𝚣𝚊 𝚢 𝚊𝚋𝚛𝚒𝚕𝚕𝚊𝚗𝚝𝚊𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚟𝚒𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚌𝚘𝚗𝚜𝚝𝚒𝚝𝚞𝚢𝚎 𝚞𝚗 𝚎𝚓𝚎𝚖𝚙𝚕𝚘 𝚎𝚏𝚒𝚌𝚊𝚌í𝚜𝚒𝚖𝚘, 𝚢 𝚜𝚒 𝚜𝚎 𝚙𝚒𝚎𝚗𝚜𝚊 𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚘𝚟𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚘𝚗 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚊𝚛𝚒𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊𝚛 𝚎𝚕 𝚙𝚘𝚕𝚟𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚜𝚒𝚝𝚒𝚘𝚜 𝚊𝚕𝚝𝚘𝚜, 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚊𝚛 𝚕𝚘𝚜 𝚌𝚛𝚒𝚜𝚝𝚊𝚕𝚎𝚜, 𝚜𝚊𝚌𝚞𝚍𝚒𝚛 𝚕𝚘𝚜 𝚝𝚛𝚊𝚓𝚎𝚜, 𝚜𝚎 𝚍𝚊𝚛á𝚗 𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚛𝚎𝚊𝚕𝚒𝚣𝚊𝚗 𝚝𝚊𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚖𝚘𝚟𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚌𝚞𝚕𝚝𝚞𝚛𝚊 𝚏í𝚜𝚒𝚌𝚊 𝚚𝚞𝚎, 𝚊𝚞𝚗 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚗𝚘 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚗 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚕𝚊 𝚎𝚜𝚝é𝚝𝚒𝚌𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚌𝚞𝚎𝚛𝚙𝚘, 𝚜𝚘𝚗 𝚒𝚐𝚞𝚊𝚕𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚎𝚏𝚒𝚌𝚊𝚌í𝚜𝚒𝚖𝚘𝚜 𝚙𝚛𝚎𝚌𝚒𝚜𝚊𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚎𝚜𝚝𝚎 𝚏𝚒𝚗.»
Las mujeres, durante el franquismo, de acuerdo con estos manuales, eran tontas:
«𝙻𝚊𝚜 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛𝚎𝚜 𝚗𝚞𝚗𝚌𝚊 𝚍𝚎𝚜𝚌𝚞𝚋𝚛𝚎𝚗 𝚗𝚊𝚍𝚊; 𝚕𝚎𝚜 𝚏𝚊𝚕𝚝𝚊, 𝚍𝚎𝚜𝚍𝚎 𝚕𝚞𝚎𝚐𝚘, 𝚎𝚕 𝚝𝚊𝚕𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚌𝚛𝚎𝚊𝚍𝚘𝚛 𝚛𝚎𝚜𝚎𝚛𝚟𝚊𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝙳𝚒𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚕𝚒𝚐𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊𝚜 𝚟𝚊𝚛𝚘𝚗𝚒𝚕𝚎𝚜; 𝚗𝚘𝚜𝚘𝚝𝚛𝚊𝚜 𝚗𝚘 𝚙𝚘𝚍𝚎𝚖𝚘𝚜 𝚑𝚊𝚌𝚎𝚛 𝚗𝚊𝚍𝚊 𝚖á𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚙𝚛𝚎𝚝𝚊𝚛, 𝚖𝚎𝚓𝚘𝚛 𝚘 𝚙𝚎𝚘𝚛, 𝚕𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎𝚜 𝚗𝚘𝚜 𝚍𝚊𝚗 𝚑𝚎𝚌𝚑𝚘.»
Si bien los jerarcas podían tener amantes, ellas no, las canas al aire, como el coñac, era cosa de hombres:
«𝚂𝚊𝚋𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚡𝚒𝚜𝚝𝚎𝚗 𝚟𝚒𝚌𝚒𝚘𝚜, 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚡𝚒𝚜𝚝𝚎𝚗 𝚕𝚊𝚜 𝚙𝚊𝚜𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜, 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚡𝚒𝚜𝚝𝚎𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚊𝚖𝚘𝚛𝚎𝚜 𝚙𝚛𝚘𝚑𝚒𝚋𝚒𝚍𝚘𝚜; 𝚙𝚎𝚛𝚘 𝚝𝚘𝚍𝚘, 𝚝𝚘𝚍𝚘 𝚎𝚕𝚕𝚘, 𝚎𝚜 𝚕𝚘 𝚖á𝚜 𝚝𝚛𝚒𝚜𝚝𝚎, 𝚏𝚎𝚘 𝚢 𝚙𝚎𝚌𝚊𝚖𝚒𝚗𝚘𝚜𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚑𝚞𝚖𝚊𝚗𝚒𝚍𝚊𝚍. 𝚃𝚘𝚍𝚘 𝚎𝚕𝚕𝚘 𝚎𝚜𝚝á 𝚛𝚎ñ𝚒𝚍𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚝𝚞 𝚊𝚗𝚑𝚎𝚕𝚘 𝚍𝚎 𝚙𝚎𝚛𝚏𝚎𝚌𝚌𝚒ó𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚎𝚣𝚊 𝚖𝚘𝚛𝚊𝚕: 𝚝𝚘𝚍𝚘 𝚎𝚕𝚕𝚘 𝚎𝚜𝚝á 𝚛𝚎ñ𝚒𝚍𝚘 𝚌𝚘𝚗 𝚝𝚞𝚜 𝚒𝚕𝚞𝚜𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜.»
La mujer debía ser sensual y a la vez que casta y pura, mantenerse en perfecto estado de revista, aunque sí, también parece que debían tener un espíritu «poético» lo redactores de este manual.
«𝙻𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛 𝚜𝚎𝚗𝚜𝚞𝚊𝚕 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚘𝚓𝚘𝚜 𝚑𝚞𝚗𝚍𝚒𝚍𝚘𝚜, 𝚕𝚊𝚜 𝚖𝚎𝚓𝚒𝚕𝚕𝚊𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚌𝚘𝚕𝚘𝚛𝚒𝚍𝚊𝚜, 𝚝𝚛𝚊𝚗𝚜𝚙𝚊𝚛𝚎𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚕𝚊𝚜 𝚘𝚛𝚎𝚓𝚊𝚜, 𝚊𝚙𝚞𝚗𝚝𝚊𝚍𝚊 𝚕𝚊 𝚋𝚊𝚛𝚋𝚒𝚕𝚕𝚊, 𝚜𝚎𝚌𝚊 𝚕𝚊 𝚋𝚘𝚌𝚊, 𝚜𝚞𝚍𝚘𝚛𝚘𝚜𝚊𝚜 𝚕𝚊𝚜 𝚖𝚊𝚗𝚘𝚜, 𝚚𝚞𝚎𝚋𝚛𝚊𝚍𝚘 𝚎𝚕 𝚝𝚊𝚕𝚕𝚘, 𝚒𝚗𝚜𝚎𝚐𝚞𝚛𝚘 𝚎𝚕 𝚙𝚊𝚜𝚘 𝚢 𝚝𝚛𝚒𝚜𝚝𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘 𝚜𝚞 𝚜𝚎𝚛. 𝙴𝚜𝚙𝚒𝚛𝚒𝚝𝚞𝚊𝚕𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎, 𝚎𝚕 𝚎𝚗𝚝𝚎𝚗𝚍𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚜𝚎 𝚘𝚜𝚌𝚞𝚛𝚎𝚌𝚎, 𝚜𝚎 𝚑𝚊𝚌𝚎 𝚝𝚊𝚛𝚍𝚘 𝚊 𝚕𝚊 𝚛𝚎𝚏𝚕𝚎𝚡𝚒ó𝚗; 𝚕𝚊 𝚟𝚘𝚕𝚞𝚗𝚝𝚊𝚍 𝚙𝚒𝚎𝚛𝚍𝚎 𝚎𝚕 𝚍𝚘𝚖𝚒𝚗𝚒𝚘 𝚍𝚎 𝚜𝚞𝚜 𝚊𝚌𝚝𝚘𝚜 𝚢 𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚞𝚗𝚊 𝚋𝚊𝚛𝚚𝚞𝚒𝚕𝚕𝚊 𝚊 𝚖𝚎𝚛𝚌𝚎𝚍 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝚘𝚕𝚊𝚜; 𝚕𝚊 𝚖𝚎𝚖𝚘𝚛𝚒𝚊 𝚜𝚎 𝚎𝚗𝚝𝚞𝚖𝚎𝚌𝚎. 𝚂ó𝚕𝚘 𝚕𝚊 𝚒𝚖𝚊𝚐𝚒𝚗𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚙𝚎𝚛𝚖𝚊𝚗𝚎𝚌𝚎 𝚊𝚌𝚝𝚒𝚟𝚊, 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚜𝚞 𝚍𝚊ñ𝚘, 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚊 𝚛𝚎𝚙𝚛𝚎𝚜𝚎𝚗𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚍𝚎 𝚒𝚖á𝚐𝚎𝚗𝚎𝚜 𝚕𝚊𝚜𝚌𝚒𝚟𝚊𝚜, 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚊 𝚕𝚕𝚎𝚗𝚊𝚗 𝚝𝚘𝚝𝚊𝚕𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎. 𝙳𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛 𝚜𝚎𝚗𝚜𝚞𝚊𝚕 𝚗𝚘 𝚜𝚎 𝚑𝚊 𝚍𝚎 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊𝚛 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚘 𝚜𝚎𝚛𝚒𝚘, 𝚒𝚍𝚎𝚊 𝚐𝚛𝚊𝚟𝚎, 𝚕𝚊𝚋𝚘𝚛 𝚏𝚎𝚌𝚞𝚗𝚍𝚊, 𝚜𝚎𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚘, 𝚝𝚎𝚛𝚗𝚞𝚛𝚊 𝚊𝚌𝚘𝚐𝚎𝚍𝚘𝚛𝚊.»
Al hombre era preciso conquistarlo con el estómago, como escuché no hace tanto a un retrogrado machista:
«𝚂𝚒 𝚢𝚘 𝚖𝚎 𝚟𝚘𝚕𝚟𝚒𝚎𝚛𝚊 𝚊 𝚌𝚊𝚜𝚊𝚛, 𝚖𝚎 𝚝𝚎𝚗𝚍𝚛í𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚖𝚘𝚜𝚝𝚛𝚊𝚛 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚕𝚊 𝚗𝚘𝚟𝚒𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚊𝚋e 𝚐𝚞𝚒𝚜𝚊𝚛 𝚝𝚊n 𝚋𝚒e𝚗 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚖𝚒 𝚖𝚊𝚍𝚛𝚎».
Y esto lo decía un viejo con pinta de no saber freír un huevo frito en la plaza de España de Sevilla, donde en julio no precisa ni aceite para hacerlo. Las mujeres debían «pescar marido» y esperar pacientes a que él viniese de «caza». Entre las prioridades u obligaciones de las mujeres estaba conquistar al hombre por el estómago, y por tanto de este modo aconsejaban las directrices falangistas:
«𝚃𝚎𝚗 𝚙𝚛𝚎𝚙𝚊𝚛𝚊𝚍𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚌𝚘𝚖𝚒𝚍𝚊 𝚍𝚎𝚕𝚒𝚌𝚒𝚘𝚜𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 é𝚕 𝚛𝚎𝚐𝚛𝚎𝚜𝚎 𝚍𝚎𝚕 𝚝𝚛𝚊𝚋𝚊𝚓𝚘. 𝙴𝚜𝚙𝚎𝚌𝚒𝚊𝚕𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚜𝚞 𝚙𝚕𝚊𝚝𝚘 𝚏𝚊𝚟𝚘𝚛𝚒𝚝𝚘. 𝙾𝚏𝚛é𝚌𝚎𝚝𝚎 𝚊 𝚚𝚞𝚒𝚝𝚊𝚛𝚕𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚣𝚊𝚙𝚊𝚝𝚘𝚜. 𝙷𝚊𝚋𝚕𝚊 𝚎𝚗 𝚝𝚘𝚗𝚘 𝚋𝚊𝚓𝚘, 𝚛𝚎𝚕𝚊𝚓𝚊𝚍𝚘 𝚢 𝚙𝚕𝚊𝚌𝚎𝚗𝚝𝚎𝚛𝚘.»
El maquillaje y ponerse guapa, no era para salir, no fuera a ser que la confundieran con una «puta», debía ponerse guapa para recibir a su amante esposo:
«Prepárate: retoca tu maquillaje, Coloca una cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es proporcionárselo.»
En las comunidades campesinas y obreras, era el hombre quien se encargaba de echar la lumbre, al menos así lo hacía mi padre, entre los jerarcas franquistas, esa labor estaba reservada para las mujeres, porque su máximo anhelo era satisfacer al varón:
«𝙳𝚞𝚛𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚍í𝚊𝚜 𝚖á𝚜 𝚏𝚛í𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚋𝚎𝚛í𝚊𝚜 𝚙𝚛𝚎𝚙𝚊𝚛𝚊𝚛 𝚢 𝚎𝚗𝚌𝚎𝚗𝚍𝚎𝚛 𝚞𝚗 𝚏𝚞𝚎𝚐𝚘 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚌𝚑𝚒𝚖𝚎𝚗𝚎𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 é𝚕 𝚜𝚎 𝚛𝚎𝚕𝚊𝚓𝚎 𝚏𝚛𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚊 é𝚕. 𝙳𝚎𝚜𝚙𝚞é𝚜 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘, 𝚙𝚛𝚎𝚘𝚌𝚞𝚙𝚊𝚛𝚜𝚎 𝚙𝚘𝚛 𝚜𝚞 𝚌𝚘𝚖𝚘𝚍𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚝𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚙𝚘𝚛𝚌𝚒𝚘𝚗𝚊𝚛á 𝚞𝚗𝚊 𝚜𝚊𝚝𝚒𝚜𝚏𝚊𝚌𝚌𝚒ó𝚗 𝚙𝚎𝚛𝚜𝚘𝚗𝚊𝚕 𝚒𝚗𝚖𝚎𝚗𝚜𝚊».
La mujer debía evitar por todos los medios no molestar a su marido, nada de compartir las tareas domésticas, si era preciso apagar la lavadora, se apagaba, nada de llevarle la contraria, y por supuesto si se iba de juerga o de «putas», comprenderlo y animarle a hacerlo, y por supuesto, esperarlo despierta con un café o un gin-tonic:
«𝙼𝚒𝚗𝚒𝚖𝚒𝚣𝚊 𝚌𝚞𝚊𝚕𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛 𝚛𝚞𝚒𝚍𝚘. 𝙴𝚗 𝚎𝚕 𝚖𝚘𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚍𝚎 𝚜𝚞 𝚕𝚕𝚎𝚐𝚊𝚍𝚊, 𝚎𝚕𝚒𝚖𝚒𝚗𝚊 𝚣𝚞𝚖𝚋𝚒𝚍𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚟𝚊𝚍𝚘𝚛𝚊 𝚘 𝚊𝚜𝚙𝚒𝚛𝚊𝚍𝚘𝚛. 𝚂𝚊𝚕ú𝚍𝚊𝚕𝚎 𝚌𝚘𝚗 𝚞𝚗𝚊 𝚌á𝚕𝚒𝚍𝚊 𝚜𝚘𝚗𝚛𝚒𝚜𝚊 𝚢 𝚍𝚎𝚖𝚞é𝚜𝚝𝚛𝚊𝚕𝚎 𝚝𝚞 𝚍𝚎𝚜𝚎𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚕𝚊𝚌𝚎𝚛𝚕𝚎. 𝙴𝚜𝚌ú𝚌𝚑𝚊𝚕𝚎, 𝚍é𝚓𝚊𝚕𝚎 𝚑𝚊𝚋𝚕𝚊𝚛 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛𝚘; 𝚛𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚞𝚜 𝚝𝚎𝚖𝚊𝚜 𝚍𝚎 𝚌𝚘𝚗𝚟𝚎𝚛𝚜𝚊𝚌𝚒ó𝚗 𝚜𝚘𝚗 𝚖á𝚜 𝚒𝚖𝚙𝚘𝚛𝚝𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚝𝚞𝚢𝚘𝚜. 𝙽𝚞𝚗𝚌𝚊 𝚝𝚎 𝚚𝚞𝚎𝚓𝚎𝚜 𝚜𝚒 𝚕𝚕𝚎𝚐𝚊 𝚝𝚊𝚛𝚍𝚎, 𝚘 𝚜𝚒 𝚜𝚊𝚕𝚎 𝚊 𝚌𝚎𝚗𝚊𝚛 𝚘 𝚊 𝚘𝚝𝚛𝚘𝚜 𝚕𝚞𝚐𝚊𝚛𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚍𝚒𝚟𝚎𝚛𝚜𝚒ó𝚗 𝚜𝚒𝚗 𝚝𝚒. 𝙸𝚗𝚝𝚎𝚗𝚝𝚊, 𝚎𝚗 𝚌𝚊𝚖𝚋𝚒𝚘, 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚛𝚎𝚗𝚍𝚎𝚛 𝚜𝚞 𝚖𝚞𝚗𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚝𝚎𝚗𝚜𝚒ó𝚗 𝚢 𝚎𝚜𝚝𝚛é𝚜, 𝚢 𝚜𝚞𝚜 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝚛𝚎𝚊𝚕𝚎𝚜. 𝙷𝚊𝚣 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚜𝚒𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚊 𝚐𝚞𝚜𝚝𝚘, 𝚚𝚞𝚎 𝚛𝚎𝚙𝚘𝚜𝚎 𝚎𝚗 𝚞𝚗 𝚜𝚒𝚕𝚕ó𝚗 𝚌ó𝚖𝚘𝚍𝚘, 𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎 𝚊𝚌𝚞𝚎𝚜𝚝𝚎 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚛𝚎𝚌á𝚖𝚊𝚛𝚊. 𝚃𝚎𝚗 𝚙𝚛𝚎𝚙𝚊𝚛𝚊𝚍𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚋𝚎𝚋𝚒𝚍𝚊 𝚏𝚛í𝚊 𝚘 𝚌𝚊𝚕𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 é𝚕. 𝙽𝚘 𝚕𝚎 𝚙𝚒𝚍𝚊𝚜 𝚎𝚡𝚙𝚕𝚒𝚌𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚊𝚌𝚎𝚛𝚌𝚊 𝚍𝚎 𝚜𝚞𝚜 𝚊𝚌𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚘 𝚌𝚞𝚎𝚜𝚝𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚜𝚞 𝚓𝚞𝚒𝚌𝚒𝚘 𝚘 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚐𝚛𝚒𝚍𝚊𝚍. 𝚁𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜 𝚎𝚕 𝚊𝚖𝚘 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚌𝚊𝚜𝚊.»
Siempre, siempre a su servicio, aunque sea haciendo de felpudo, porque la mujer, si no es para servir a su marido ¿para qué sirve?:
«𝙰𝚗𝚒𝚖𝚊 𝚊 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚊 𝚙𝚘𝚗𝚎𝚛 𝚎𝚗 𝚙𝚛á𝚌𝚝𝚒𝚌𝚊 𝚜𝚞𝚜 𝚊𝚏𝚒𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚎 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚎𝚜𝚎𝚜 𝚢 𝚜í𝚛𝚟𝚎𝚕𝚎 𝚍𝚎 𝚊𝚙𝚘𝚢𝚘 𝚜𝚒𝚗 𝚜𝚎𝚛 𝚎𝚡𝚌𝚎𝚜𝚒𝚟𝚊𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚒𝚗𝚜𝚒𝚜𝚝𝚎𝚗𝚝𝚎. 𝚂𝚒 𝚝ú 𝚝𝚒𝚎𝚗𝚎𝚜 𝚊𝚕𝚐𝚞𝚗𝚊 𝚊𝚏𝚒𝚌𝚒ó𝚗, 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚗𝚘 𝚊𝚋𝚞𝚛𝚛𝚒𝚛𝚕𝚎 𝚑𝚊𝚋𝚕á𝚗𝚍𝚘𝚕𝚎 𝚍𝚎 é𝚜𝚝𝚊, 𝚢𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚎𝚜𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚊𝚜 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛𝚎𝚜 𝚜𝚘𝚗 𝚝𝚛𝚒𝚟𝚒𝚊𝚕𝚎𝚜 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚊𝚛𝚊𝚍𝚘𝚜 𝚌𝚘𝚗 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚕𝚘𝚜 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎𝚜. 𝙰𝚕 𝚏𝚒𝚗𝚊𝚕 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚝𝚊𝚛𝚍𝚎, 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚊 𝚕𝚊 𝚌𝚊𝚜𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚝é 𝚕𝚒𝚖𝚙𝚒𝚊 𝚍𝚎 𝚗𝚞𝚎𝚟𝚘 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊. 𝙿𝚛𝚎𝚟é 𝚕𝚊𝚜 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚎𝚗𝚍𝚛á 𝚊 𝚕𝚊 𝚑𝚘𝚛𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚊𝚢𝚞𝚗𝚘. 𝙴𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚊𝚢𝚞𝚗𝚘 𝚎𝚜 𝚟𝚒𝚝𝚊𝚕 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚜𝚒 𝚍𝚎𝚋𝚎 𝚎𝚗𝚏𝚛𝚎𝚗𝚝𝚊𝚛𝚜𝚎 𝚊𝚕 𝚖𝚞𝚗𝚍𝚘 𝚒𝚗𝚝𝚎𝚛𝚒𝚘𝚛 𝚌𝚘𝚗 𝚝𝚊𝚕𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚙𝚘𝚜𝚒𝚝𝚒𝚟𝚘.»
Y, sobre todo, la mujer debía complacer al marido en la cama, para que no tuviese que buscar fuera lo que podía encontrar dentro, de lo contrario, si su santo esposo se iba de «putas», la culpa era de la mujer, faltaba más:
«𝚄𝚗𝚊 𝚟𝚎𝚣 𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚖𝚋𝚘𝚜 𝚘𝚜 𝚑𝚊𝚢á𝚒𝚜 𝚛𝚎𝚝𝚒𝚛𝚊𝚍𝚘 𝚊 𝚕𝚊 𝚑𝚊𝚋𝚒𝚝𝚊𝚌𝚒ó𝚗, 𝚙𝚛𝚎𝚙á𝚛𝚊𝚝𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚕𝚊 𝚌𝚊𝚖𝚊 𝚕𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚙𝚘𝚜𝚒𝚋𝚕𝚎, 𝚝𝚎𝚗𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚗 𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎, 𝚊𝚞𝚗𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚊 𝚑𝚒𝚐𝚒𝚎𝚗𝚎 𝚏𝚎𝚖𝚎𝚗𝚒𝚗𝚊 𝚎𝚜 𝚍𝚎 𝚖á𝚡𝚒𝚖𝚊 𝚒𝚖𝚙𝚘𝚛𝚝𝚊𝚗𝚌𝚒𝚊, 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚗𝚘 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚎 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊𝚛 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚒𝚛 𝚊𝚕 𝚋𝚊ñ𝚘. 𝚁𝚎𝚌𝚞𝚎𝚛𝚍𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚍𝚎𝚋𝚎𝚜 𝚝𝚎𝚗𝚎𝚛 𝚞𝚗 𝚊𝚜𝚙𝚎𝚌𝚝𝚘 𝚒𝚗𝚖𝚎𝚓𝚘𝚛𝚊𝚋𝚕𝚎 𝚊 𝚕𝚊 𝚑𝚘𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚒𝚛 𝚊 𝚕𝚊 𝚌𝚊𝚖𝚊... 𝚜𝚒 𝚍𝚎𝚋𝚎𝚜 𝚊𝚙𝚕𝚒𝚌𝚊𝚛𝚝𝚎 𝚌𝚛𝚎𝚖𝚊 𝚏𝚊𝚌𝚒𝚊𝚕 𝚘 𝚛𝚞𝚕𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚋𝚎𝚕𝚕𝚘 𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚊 𝚑𝚊𝚜𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎 é𝚕 𝚎𝚜𝚝é 𝚍𝚘𝚛𝚖𝚒𝚍𝚘, 𝚢𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜𝚘 𝚙𝚘𝚍𝚛í𝚊 𝚛𝚎𝚜𝚞𝚕𝚝𝚊𝚛 𝚌𝚑𝚘𝚌𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚞𝚗 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚊 ú𝚕𝚝𝚒𝚖𝚊 𝚑𝚘𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚗𝚘𝚌𝚑𝚎. 𝙴𝚗 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚝𝚘 𝚛𝚎𝚜𝚙𝚎𝚌𝚝𝚊 𝚊 𝚕𝚊 𝚙𝚘𝚜𝚒𝚋𝚒𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝚛𝚎𝚕𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 í𝚗𝚝𝚒𝚖𝚊𝚜 𝚌𝚘𝚗 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘, 𝚎𝚜 𝚒𝚖𝚙𝚘𝚛𝚝𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚛𝚎𝚌𝚘𝚛𝚍𝚊𝚛 𝚝𝚞𝚜 𝚘𝚋𝚕𝚒𝚐𝚊𝚌𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚖𝚊𝚝𝚛𝚒𝚖𝚘𝚗𝚒𝚊𝚕𝚎𝚜: 𝚜𝚒 é𝚕 𝚜𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚕𝚊 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚒𝚍𝚊𝚍 𝚍𝚎 𝚍𝚘𝚛𝚖𝚒𝚛, 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚎𝚊 𝚊𝚜í 𝚗𝚘 𝚕𝚎 𝚙𝚛𝚎𝚜𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜 𝚘 𝚎𝚜𝚝𝚒𝚖𝚞𝚕𝚎𝚜 𝚕𝚊 𝚒𝚗𝚝𝚒𝚖𝚒𝚍𝚊𝚍. 𝚂𝚒 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚜𝚞𝚐𝚒𝚎𝚛𝚎 𝚕𝚊 𝚞𝚗𝚒ó𝚗, 𝚎𝚗𝚝𝚘𝚗𝚌𝚎𝚜 𝚊𝚌𝚌𝚎𝚍𝚎 𝚑𝚞𝚖𝚒𝚕𝚍𝚎𝚖𝚎𝚗𝚝𝚎, 𝚝𝚎𝚗𝚒𝚎𝚗𝚍𝚘 𝚜𝚒𝚎𝚖𝚙𝚛𝚎 𝚎𝚗 𝚌𝚞𝚎𝚗𝚝𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚞 𝚜𝚊𝚝𝚒𝚜𝚏𝚊𝚌𝚌𝚒ó𝚗 𝚎𝚜 𝚖á𝚜 𝚒𝚖𝚙𝚘𝚛𝚝𝚊𝚗𝚝𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚕𝚊 𝚍𝚎 𝚞𝚗𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛. 𝙲𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚊𝚕𝚌𝚊𝚗𝚌𝚎 𝚎𝚕 𝚖𝚘𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚌𝚞𝚕𝚖𝚒𝚗𝚊𝚗𝚝𝚎, 𝚞𝚗 𝚙𝚎𝚚𝚞𝚎ñ𝚘 𝚐𝚎𝚖𝚒𝚍𝚘 𝚙𝚘𝚛 𝚝𝚞 𝚙𝚊𝚛𝚝𝚎 𝚎𝚜 𝚜𝚞𝚏𝚒𝚌𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚒𝚗𝚍𝚒𝚌𝚊𝚛 𝚌𝚞𝚊𝚕𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛 𝚐𝚘𝚌𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚑𝚊𝚢𝚊𝚜 𝚙𝚘𝚍𝚒𝚍𝚘 𝚎𝚡𝚙𝚎𝚛𝚒𝚖𝚎𝚗𝚝𝚊𝚛. 𝚂𝚒 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚝𝚎 𝚙𝚒𝚍𝚒𝚎𝚛𝚊 𝚙𝚛á𝚌𝚝𝚒𝚌𝚊𝚜 𝚜𝚎𝚡𝚞𝚊𝚕𝚎𝚜 𝚒𝚗𝚞𝚜𝚞𝚊𝚕𝚎𝚜, 𝚜é 𝚘𝚋𝚎𝚍𝚒𝚎𝚗𝚝𝚎 𝚢 𝚗𝚘 𝚝𝚎 𝚚𝚞𝚎𝚓𝚎𝚜. 𝙴𝚜 𝚙𝚛𝚘𝚋𝚊𝚋𝚕𝚎 𝚚𝚞𝚎 𝚝𝚞 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘 𝚌𝚊𝚒𝚐𝚊 𝚎𝚗𝚝𝚘𝚗𝚌𝚎𝚜 𝚎𝚗 𝚞𝚗 𝚜𝚞𝚎ñ𝚘 𝚙𝚛𝚘𝚏𝚞𝚗𝚍𝚘, 𝚊𝚜í 𝚚𝚞𝚎 𝚊𝚌𝚘𝚖ó𝚍𝚊𝚝𝚎 𝚕𝚊 𝚛𝚘𝚙𝚊, 𝚛𝚎𝚏𝚛é𝚜𝚌𝚊𝚝𝚎 𝚢 𝚊𝚙𝚕í𝚌𝚊𝚝𝚎 𝚌𝚛𝚎𝚖𝚊 𝚏𝚊𝚌𝚒𝚊𝚕 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚕𝚊 𝚗𝚘𝚌𝚑𝚎 𝚢 𝚝𝚞𝚜 𝚙𝚛𝚘𝚍𝚞𝚌𝚝𝚘𝚜 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚎𝚕 𝚌𝚊𝚋𝚎𝚕𝚕𝚘. 𝙿𝚞𝚎𝚍𝚎𝚜 𝚎𝚗𝚝𝚘𝚗𝚌𝚎𝚜 𝚊𝚓𝚞𝚜𝚝𝚊𝚛 𝚎𝚕 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚎𝚛𝚝𝚊𝚍𝚘𝚛 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚕𝚎𝚟𝚊𝚗𝚝𝚊𝚛𝚝𝚎 𝚞𝚗 𝚙𝚘𝚌𝚘 𝚊𝚗𝚝𝚎𝚜 𝚚𝚞𝚎 é𝚕 𝚙𝚘𝚛 𝚕𝚊 𝚖𝚊ñ𝚊𝚗𝚊. 𝙴𝚜𝚝𝚘 𝚝𝚎 𝚙𝚎𝚛𝚖𝚒𝚝𝚒𝚛á 𝚝𝚎𝚗𝚎𝚛 𝚕𝚒𝚜𝚝𝚊 𝚞𝚗𝚊 𝚝𝚊𝚣𝚊 𝚍𝚎 𝚝é 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚒𝚎𝚛𝚝𝚎.»
Porque, ante todo, la misión de la mujer es servir al marido por mandato del mismo Dios, al fin y al cabo, una mujer era una costilla del hombre, un complemento del hombre como la corbata:
«𝙰 𝚝𝚛𝚊𝚟é𝚜 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚊 𝚕𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊, 𝚕𝚊 𝚖𝚒𝚜𝚒ó𝚗 𝚍𝚎 𝚕𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛 𝚎𝚜 𝚜𝚎𝚛𝚟𝚒𝚛. 𝙲𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝙳𝚒𝚘𝚜 𝚑𝚒𝚣𝚘 𝚎𝚕 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎, 𝚙𝚎𝚗𝚜ó: «𝙽𝚘 𝚎𝚜 𝚋𝚞𝚎𝚗𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚎𝚜𝚝é 𝚜𝚘𝚕𝚘». 𝚈 𝚏𝚘𝚛𝚖ó 𝚊 𝚕𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛, 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚜𝚞 𝚊𝚢𝚞𝚍𝚊 𝚢 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚊ñí𝚊, 𝚢 𝚙𝚊𝚛𝚊 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚒𝚛𝚟𝚒𝚎𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝚖𝚊𝚍𝚛𝚎. 𝙻𝚊 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛𝚊 𝚒𝚍𝚎𝚊 𝚍𝚎 𝙳𝚒𝚘𝚜 𝚏𝚞𝚎 «𝚎𝚕 𝚑𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎». 𝙿𝚎𝚗𝚜ó 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚞é𝚜, 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚞𝚗 𝚌𝚘𝚖𝚙𝚕𝚎𝚖𝚎𝚗𝚝𝚘 𝚗𝚎𝚌𝚎𝚜𝚊𝚛𝚒𝚘, 𝚎𝚜𝚝𝚘 𝚎𝚜, 𝚌𝚘𝚖𝚘 𝚊𝚕𝚐𝚘 ú𝚝𝚒𝚕.»
También, aunque en la clase trabajadora no se daba entre la gente «de bien» sí, la mujer perdía hasta el apellido a la hora de relacionarse, porque era propiedad de su esposo:
«𝙲𝚞𝚊𝚗𝚍𝚘 𝚎𝚜𝚝é𝚒𝚜 𝚌𝚊𝚜𝚊𝚍𝚊𝚜, 𝚙𝚘𝚗𝚍𝚛é𝚒𝚜 𝚎𝚗 𝚕𝚊 𝚝𝚊𝚛𝚓𝚎𝚝𝚊 𝚟𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚗𝚘𝚖𝚋𝚛𝚎 𝚙𝚛𝚘𝚙𝚒𝚘, 𝚟𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚙𝚛𝚒𝚖𝚎𝚛 𝚊𝚙𝚎𝚕𝚕𝚒𝚍𝚘 𝚢 𝚍𝚎𝚜𝚙𝚞é𝚜 𝚕𝚊 𝚙𝚊𝚛𝚝í𝚌𝚞𝚕𝚊 "𝚍𝚎", 𝚜𝚎𝚐𝚞𝚒𝚍𝚊 𝚍𝚎𝚕 𝚊𝚙𝚎𝚕𝚕𝚒𝚍𝚘 𝚍𝚎 𝚟𝚞𝚎𝚜𝚝𝚛𝚘 𝚖𝚊𝚛𝚒𝚍𝚘. 𝙰𝚜í: 𝙲𝚊𝚛𝚖𝚎𝚗 𝙶𝚊𝚛𝚌í𝚊 𝚍𝚎 𝙼𝚊𝚛í𝚗. 𝙴𝚗 𝙴𝚜𝚙𝚊ñ𝚊 𝚜𝚎 𝚍𝚒𝚌𝚎 𝚜𝚎ñ𝚘𝚛𝚊 𝚍𝚎 𝙳𝚞𝚛á𝚗 𝚘 𝚍𝚎 𝙿𝚎𝚕á𝚎𝚣. 𝙴𝚜𝚝𝚊 𝚏ó𝚛𝚖𝚞𝚕𝚊 𝚎𝚜 𝚊𝚐𝚛𝚊𝚍𝚊𝚋𝚕𝚎, 𝚙𝚞𝚎𝚜𝚝𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚗𝚘 𝚙𝚎𝚛𝚍𝚎𝚖𝚘𝚜 𝚕𝚊 𝚙𝚎𝚛𝚜𝚘𝚗𝚊𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍, 𝚜𝚒𝚗𝚘 𝚚𝚞𝚎 𝚜𝚘𝚖𝚘𝚜 𝙲𝚊𝚛𝚖𝚎𝚗 𝙶𝚊𝚛𝚌í𝚊, 𝚚𝚞𝚎 𝚙𝚎𝚛𝚝𝚎𝚗𝚎𝚌𝚎 𝚊𝚕 𝚜𝚎ñ𝚘𝚛 𝙼𝚊𝚛í𝚗, 𝚘 𝚜𝚎𝚊, 𝙲𝚊𝚛𝚖𝚎𝚗 𝙶𝚊𝚛𝚌í𝚊 𝚍𝚎 𝙼𝚊𝚛í𝚗.»
Y por supuesto, la máxima aspiración que debía tener toda mujer era someterse a varón:
«𝙻𝚊 𝚟𝚒𝚍𝚊 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚊 𝚖𝚞𝚓𝚎𝚛, 𝚊 𝚙𝚎𝚜𝚊𝚛 𝚍𝚎 𝚌𝚞𝚊𝚗𝚝𝚘 𝚎𝚕𝚕𝚊 𝚚𝚞𝚒𝚎𝚛𝚊 𝚜𝚒𝚖𝚞𝚕𝚊𝚛 -𝚘 𝚍𝚒𝚜𝚒𝚖𝚞𝚕𝚊𝚛- 𝚗𝚘 𝚎𝚜 𝚖á𝚜 𝚚𝚞𝚎 𝚞𝚗 𝚎𝚝𝚎𝚛𝚗𝚘 𝚍𝚎𝚜𝚎𝚘 𝚍𝚎 𝚎𝚗𝚌𝚘𝚗𝚝𝚛𝚊𝚛 𝚊 𝚚𝚞𝚒é𝚗 𝚜𝚘𝚖𝚎𝚝𝚎𝚛𝚜𝚎. 𝙻𝚊 𝚍𝚎𝚙𝚎𝚗𝚍𝚎𝚗𝚌𝚒𝚊 𝚟𝚘𝚕𝚞𝚗𝚝𝚊𝚛𝚒𝚊, 𝚕𝚊 𝚘𝚏𝚛𝚎𝚗𝚍𝚊 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚒𝚗𝚞𝚝𝚘𝚜 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚍𝚎𝚜𝚎𝚘𝚜 𝚢 𝚕𝚊𝚜 𝚒𝚕𝚞𝚜𝚒𝚘𝚗𝚎𝚜, 𝚎𝚜 𝚎𝚕 𝚎𝚜𝚝𝚊𝚍𝚘 𝚖á𝚜 𝚑𝚎𝚛𝚖𝚘𝚜𝚘, 𝚙𝚘𝚛𝚚𝚞𝚎 𝚎𝚜 𝚕𝚊 𝚊𝚋𝚜𝚘𝚛𝚌𝚒ó𝚗 𝚍𝚎 𝚝𝚘𝚍𝚘𝚜 𝚕𝚘𝚜 𝚖𝚊𝚕𝚘𝚜 𝚐é𝚛𝚖𝚎𝚗𝚎𝚜 -𝚟𝚊𝚗𝚒𝚍𝚊𝚍, 𝚎𝚐𝚘í𝚜𝚖𝚘, 𝚏𝚛𝚒𝚟𝚘𝚕𝚒𝚍𝚊𝚍𝚎𝚜- 𝚙𝚘𝚛 𝚎𝚕 𝚊𝚖𝚘𝚛.»
Por desgracia, estos tiempos de humillación para la mujer, no han terminado de desaparecer del todo, todavía existen quienes tienen el convencimiento de que la mujer les pertenece, y aunque son miles las mujeres asesinadas o víctimas de la violencia machista, según determinados políticos la violencia de género no existe, justificando: «la maté porque era mía».
©Paco Arenas, autor de «𝙼𝚊𝚐𝚍𝚊𝚕𝚎𝚗𝚊𝚜 𝚜𝚒𝚗 𝚊𝚣ú𝚌𝚊𝚛», la novela que según algunos profesores de historia deberían leer todos los jóvenes.
Es tán absurdo como insultante...
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