Escrito por Félix Población
Por indicación de El Ventano, me asomo a la enseñanza de la Literatura que figura en un libro de texto de Primaria, publicado por editorial Anaya, y leo esta referencia sobre la vida y obra de uno de nuestros más renombrados poetas y dramaturgos, Federico García Lorca, fusilado por el ejército rebelde del general Franco en la madrugada del 18 agosto de 1936 entre Víznar y Alfacar (Granada), sin que hasta la fecha hayan aparecido sus restos: “Poco después de terminar su última obra de teatro ‘La casa de Bernarda Alba’, Federico murió cerca de su pueblo durante la guerra en España”.
Dado que el libro está dirigido a alumnos de seis años, leo
que hay quienes consideran con suma ingenuidad que el ocultamiento del
asesinato de Lorca se debe a la tierna edad de los alumnos. Para otros hubiera
sido oportuno decir la verdad en un lenguaje adecuado a los pocos años de los
lectores. No faltan los que piensan que pudo haberse excluido cualquier
referencia a la muerte, como si el poeta fuera eterno, algo que en cierto modo
así es por la indudable repercusión y valor de su obra. Me encuentro entre los
que consideran que matar a García Lorca como aparece en el libro es una forma
habitual de quienes contribuyen a contar y/o revisar una determinada historia
de España, ajena a la que el poeta defendió en su día y por lo que fue
asesinado. Lo saben quienes debieron
soportar como única y verdadera esa determinada historia durante casi
cuatro décadas, sin que se eludiera magnificar en ese tiempo, para alumnos de
toda edad y condición, la sanguinaria catadura de los vencidos.
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