1º de abril de 1939, 80 años de
la mayor catástrofe de la historia de España, el día en el cual se instauró el
terrorismo como forma de gobierno.
Las guerras huelen a sangre. No existen guerras justas, solo
guerras. Malas contiendas las que luchan contra un invasor desconocido, un
enemigo sin rostro que habla una lengua extranjera, adoran a otro dios y cuando
terminan se firma la paz, que a unos duele más que a otros y que se supone que
traerá un tiempo de tranquilidad y sosiego durante
el cual el vencedor hará gala de su generosidad o al menos debiera. Existen
otras guerras, mucho más crueles, esas que sabes que en la trinchera enemiga
puede estar tu padre, tu hijo o tu hermano.
Guerras que todas debieran
terminar en paz, cerrando heridas, reconciliándote con tu vecino, padre, hijo o
hermano.
No fue la guerra civil una guerra que terminase en paz, terminó en Victoria. Sí, Victoria con mayúsculas, durante la cual se abrieron nuevas heridas mucho más sangrantes, dolorosas y perdurables en el tiempo…
No fue la guerra civil una guerra que terminase en paz, terminó en Victoria. Sí, Victoria con mayúsculas, durante la cual se abrieron nuevas heridas mucho más sangrantes, dolorosas y perdurables en el tiempo…
Dos hermanos frente a frente:
Braulio, en el bando rebelde, en el de los vencedores, fue condecorado. El
otro, Felipe, luchó defendiendo el gobierno legítimo de la República, derrotado
y humillado regresó a Juncos después de saltar de un camión que le conducía a
Uclés con destino a una muerte segura. Pensaba que la guerra había acabado, que
había llegado la paz. Se equivocó, solo llegó la Victoria.
Felipe, al llegar a la casa de
su padre, no encontró el abrazo fraternal de su hermano, sino unas ásperas
palabras:
—Te equivocaste de bando, de mujer y de suegro.
Palabras, en las cuales, se mezclaba la lucha por el amor de una misma mujer y la venganza del perdedor de esa batalla, que pasaba a ser el vencedor victorioso de una guerra entre hermanos…
—Te equivocaste de bando, de mujer y de suegro.
Palabras, en las cuales, se mezclaba la lucha por el amor de una misma mujer y la venganza del perdedor de esa batalla, que pasaba a ser el vencedor victorioso de una guerra entre hermanos…
Fragmento del capítulo VI
¿Hermanos? de la novela
©Magdalenas sin azúcar
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