viernes, 3 de julio de 2020

EL arma de Amparo (Cuatro años de cárcel por llevar una pulsera con los colores de la República) #TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas




 (Cuatro años de cárcel por llevar una pulsera con los colores de la República)
#TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas


Las calles de aquel otoño gris que amenazaba con regresar, se llenaron de la palabra «Libertad», con los «Iaioflautas» a la cabeza, con sus banderas de libertad, gritando   consignas en contra la represión a golpe de porra policiales en Barcelona.
La manifestación marchaba alegre sin incidentes, a pesar de que los antidisturbios estaban preparados para actuar y reprimir cualquier amago de salida de tono. Otra cosa no se podía esperar, Valencia no era Barcelona.
Al pasar por la calle de La Paz,  un matrimonio de edad avanzada, mal encarados y vestido con ropas caras, parecían esperar la llegada de los manifestantes, cada uno con una varilla de cortina en la mano, sin bandera alguna, podrían tratarse de eso, varillas que habían comprado para colgar sus lujosas cortinas; pero no, allí esperaban como pasmarotes, en lugar de cruzar la calle, la llegada de la cabecera de la manifestación: Lola Pérez, al verlos, dijo a Matilde y Amparo, las más cercanas:
—No tienen pinta de querer unirse a la «mani», tienen una cara de mustios…
—Seguro —contestaron, entre risas, Matilde y Amparo, casi al unisonó, continuando sus canticos reivindicativos.   
Casi llegando, la mujer sacó del bolso dos banderas monárquicas, y las colocaron en los palos de cortinas, en un claro gesto de provocación, al cual, los manifestantes, no iban a caer, ante algo tan habitual, y ambos comenzaron a agitar sus banderas por encima de la cabeza de los manifestantes, dándole con las mismas a Amparo y gritando consignas ofensivas contra los manifestantes:
—¡Rojos!, ¡Separatistas!
—Ni caso a esos gilipollas, van a provocar, buscan que intervengan los maderos —aconsejó Lola.
—Lola, me han dado estos fachas con la bandera en la cabeza —protestó Amparo, ante el consejo de Lola, la cual, siempre tan prudente como combativa, movió la cabeza para que no les hiciera ni caso:
—Solo quieren provocar, ni caso.
A pesar de lo cual, Amparo se giró hacia ellos, enseñándoles la bandera republicana que llevaba sobre sus hombros, y su pulsera tricolor de su muñeca.
—Esta es mi bandera —dijo, y continuó la marcha sin más.
—Me he quedado con tu cara— amenazó la vieja de la bandera monárquica.
Ya, Amparo, ni hizo caso siquiera, no valía la pena. Dejados atrás aquellos viejos fascistas, porque lo eran, como por desgracia supo después, Amparo regreso a su pueblo a Villamarxant, y ya no supo nada ni del matrimonio, ni de nadie.
Diez días más tarde, regresó a Valencia, donde había quedado con unos amigos para una nueva manifestación. Como era pronto, quedó con algunos de sus compañeros de lucha en un bar. Aunque ella no se percató, se cruzó con el matrimonio de viejos fascistas, que la siguieron hasta el bar. Y de ahí, llamaron a la policía, la cual se presentó en el bar, cuando todavía estaban los «Iaioflautas» disfrutando de sus cervezas. No sabían ni su nombre, solo que llevaba una pulsera con los colores de la bandera republicana, con tres bolitas de cada uno de los colores. Nadie se percató de que el matrimonio, perteneciente a un grupo de ideología fascista, señalaban con el dedo a Amparo. Los dos policías interrumpieron la alegría, colocándole uno la mano sobre el hombro a Amparo.
—Por favor, señora, identifíquese.
—¿Y eso? ¿Por qué?
—Por agresión física e injurias a un matrimonio respetable —replicó con severidad el policía.
—¿Yo? —Preguntó asombrada Amparo.
—¿Amparo? —Preguntaron aún más asombrados el resto de «Iaioflautas», no dando crédito ni a sus oídos ni a sus ojos.
—Por favor, ¿se puede identificar? —Insistió el policía.
Se terminaron las risas, se terminó la tertulia, Amparo sacó su carné de identidad y se lo entregó al policía, que tomó nota de sus datos y se lo devolvió, entonces llegó la pregunta y la acción más surrealista y esperpéntica de todas, imposible de escuchar en cualquier país democrático:
—¿Lleva el arma?

—¿El arma? ¿Yo? Si soy una persona pacifica que entra contra todo tipo de violencia, ¿cómo voy a llevar un arma?

—Sí, esa pulsera, es el arma de la agresión —replicó con circunspecto el policía.
Todos los presentes se habrían echado a reír, cada uno de ellos llevaba una similar, nunca pensaron que una pulsera con los colores que en España representan la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, pudieran llegar a considerarse un arma. No era cuestión de echarse a reír, por muy grotesco que pareciera el espectáculo. Parecía una broma de un programa de televisión de cámara oculta, pero no se trataba de una broma televisiva, sino de una realidad cotidiana, por culpa de una ley retrograda, como lo es la eufemísticamente llamada Ley de seguridad Ciudadana, que lo mismo sirve para encarcelar a titiriteros por representar una obra de Federico García Lorca, un tuitero por hacer un chiste, a un rapero por cantar la verdad de un corrupto, a sindicalistas por ejercer su derecho, a quien defiende su casa contra los bancos ladrones, o para arruinar la vida a unos jóvenes, acusados de terrorismo, por una pelea de bar…

—¿La pulsera?

—Entréguenos el arma y vamos a comisaria, o mejor en comisaria...

—Agente, ¿pero esto va en serio? —se atrevió a preguntar Amparo.

—Por supuesto —contestó con sequedad el policía.

—Pero si es una pulsera...—titubeo perpleja Amparo.

—Es el arma de la agresión —replicó el policía que llevaba la voz cantante.

—Es una pulsera, exactamente igual como la que lleva usted, pero con distintos colores...—dijo Lola, que no podía creerse lo que estaba viendo, al observar que el policía llevaba una pulsera muy parecida a la de Amparo, pero con los colores de la rojigualda, en lugar de la tricolor.

—Usted se calla, si no quiere que le tomemos también los datos, por desacato a la autoridad amenazó el policía. 

—Es la verdad, hagan lo que quieran, pero no es desacato, sino constatar una realidad, Amparo lleva una pulsera con los colores de la libertad, y usted lleva la otra, ninguna es un arma —no se amilanó Lola, que siempre fue mucha Lola.

—Eso, lo tendremos que decidir nosotros o el juez, ahora, entréguenos el arma...—dirigiéndose, ya, a Amparo el policía.

La entrada de media docena de policías, acalló las protestas de los cinco iaiosflautas presentes.

—Tranquilos, somos  septuagenarios indefensos, no necesitamos porras —todavía se atrevió a replicar Lola.

—Me voy con ellos, no quiero problemas, no he hecho nada y sería estúpido pensar que me pueda pasar nada...porque, señor policía, ¿ustedes saben que según dice M.Rajoy, estamos en un Estado democrático y de derecho? ¿Verdad? —Se atrevió a ironizar Amparo, agarrando su bolso, dispuesta a marcharse con los policías, con tal de no complicar la vida a sus compañeros. 

Amparo, a sus 61 años, enferma, pero luchadora, no opuso resistencia alguna, al salir vio al matrimonio fascista, y comprendió todo. Había sido denunciada por agresión física e injurias, a ese par de retrógrados, que, de haberse cambiado la pulsera, tal vez ni la habrían reconocido.  Ella no agredió con la pulsera, ella fue la agredida con las banderas y los palos de cortina, fue ella, también, en cierto modo, la injuriada, no porque el matrimonio fascista les hubiese llamado «rojos», que era algo que ella llevaba con honor y orgullo, sino porque quienes provocaron y buscaron la disputa fueron ellos, pero ella era la detenida, porque según la policía la había denunciado un matrimonio respetable, como si ella no mereciese mucho más respeto que aquellos carcas.

Al llegar a comisaría le requisaron tan peligrosa arma, la pulserita con los colores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, que el único peligro que representaba era para las conciencias. Allí le informaron de que un matrimonio, aquel mismo día, la habían reconocido como agresora del mismo, y que el arma era aquella bonita pulserita de menos de un euro. No había pruebas, y Amparo ni siquiera se acordaba de aquel matrimonio. Que la vieron, por casualidad, entrar en aquel bar y acudieron a la primera pareja de policías, dispuestos a amargar la vida al primer rojo que se cruzara en su camino, y le toco a la pobre Amparo.

—¿Usted agredió al matrimonio tal…? —Le preguntaron de malos modos, ya en comisaría.

—¿Cómo voy a agredirlos si no los conozco de nada?

—Pues la han acusado de delito de odio y agresión…

— ¡Qué tontería más grande! ¿Cómo les voy a odiar si yo no los conozco de nada? Yo soy chillona y protestona, eso es verdad, pero violenta en ningún caso. Fíjese si estoy en contra de la violencia, que cuando veo un cartel de festejos de tortura en la plaza de toros, me entran ganas de llorar, pobres animales…—se atrevió a reír, a pesar de lo patético que parecía todo, con la policía intentando hacerle creer y confesar un delito que no había cometido.

—No mezcle la cultura con los actos violentos llevados a cabo por usted, no estamos para perder el tiempo —la amenazaron.

Quisieron tomar declaración sin cumplir el derecho a tener un abogado presente, conociendo sus derechos democráticos, pisoteados por la ley mordaza, Amparo se negó:

—Ya hablaré cuando me llame el juez, por mucho que en España, ya que según dice el emérito: la justicia no es igual para todos, aunque sea mentira, prefiero, que se cumpla la ley, y declarar delante de mi abogado, por si acaso digo Diego y escriben, Juan —contestó con sarcasmo Amparo, en un último intento de demostrar que, por encima de la injusticia y el atropello está la dignidad de las personas.  

Aquel mismo día, mientras permanecía detenida Amparo en comisaria, grupos  de extrema derecha protagonizaron actos realmente violentos contra manifestantes pacíficos de izquierdas, produciendo varios heridos de diversa consideración, ante la atenta y pasiva presencia policial.  

Si después de lo ocurrido el miércoles, la peligrosa soy yo, tenemos un grave problema de libertades en este país —dijo Amparo unos días después a sus amigos.


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar


NOTA IMPORTANTE

Siendo relato de ficción, está basado en hechos reales con licencias literarias, y como tal se debe tomar.
Amparo, en la vida real, se enfrenta a cuatro años de cárcel y una sanción económica considerable, solo por la palabra, sin pruebas de dos militantes de la extrema derecha y la complicidad de la retrograda y represiva Ley Mordaza.


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