Con Jesús he compartido muchas cervezas y cafés. Siempre
creyó tener las ideas muy claras; aunque lo más claro que tuvo siempre fue su
falta de compromiso y el temor a ser despedido. No obstante, se consideraba,
hasta hace muy poco, de izquierdas.
Llevaba más de quince años sin verlo. Ambos nos alegramos
mucho, y al despedirnos quedamos, como quince años atrás en que nos llamaríamos
de vez en cuando. Nos sentamos en un bar, e inevitablemente, tras hablar de mi
novela, terminamos hablando de política. Como castellanos que somos los dos, hablamos
del mal en muchos casos irreparable que ha llevado a cabo Cospedal en cuatro
años.
Hablamos del cementerio nuclear de Villar de Cañas, un tumor
maligno en el corazón de nuestra provincia, que intento inyectad la muy
prescindible de Castilla-La Mancha. También de los niños con cáncer,
despreciados por la junta y su máximo responsable, el muy despreciable Echániz,
también de esos niños sanos que les diagnosticaban la necesidad de una
intervención quirúrgica de riesgo, los abrían en canal en hospitales privados
que facturaban a la Junta de Comunidades, y los volvían a coser sin llevar a
cabo ninguna operación, porque la única operación era la económica para llenar
los bolsillos de los amigetes. Hablamos
del sufrimiento de esos niños, de esos padres y de lo miserable que nos parecía
que muchas personas lo sepan y a pesar de ello, voten a esos desalmados, sin
ponerse en la piel de los padres o de los niños, más todavía.
Hablamos de la
corrupción, de que se robe al pueblo y eso provoque la miseria e incluso el
suicidio de miles de personas al año, más de 1500 anuales en los últimos seis
años, que deberían ser considerados asesinatos terroristas. Que el pueblo lo
sepa con pelos y señales y continué votando a esos miserables, ese pueblo se
convierte en cómplice. Ambos conforme hablábamos nos indignábamos más y más.
Viendo, que nos indignábamos bastante, convinimos dejar de
hablar de política y hablar de nuestra situación personal y familiar. Me dijo
que continuaba trabajando en el mismo lugar que hacía quince años, pero ganando
menos de novecientos euros al mes, a pesar de que antes ganaba más sin echar
horas extras y ahora las echaba. Su
mujer, fue despedida y ahora estaba asegurada cuatro horas y trabajaba ocho, a
pesar de ello, no llegaba a los setecientos euros, de los cuales tenía que
descontar transporte, quedándole limpios poco más seiscientos euros. Sus dos hijos, con las carreras terminadas,
mano sobre mano, y sin poder hacer un master porque no les llega para comer.
Inevitablemente volvimos a hablar de política. Él, el moderado votante del
PSOE, parecía un revolucionario jacobino, dispuesto a cortar cabezas, no cesaba
de quejarse lo mal que están las cosas, y lamentarse que no sabía por dónde
tirar. Yo, más calmado, le dije que era preciso cambiar, dejar de votar a
ladrones.
—¿Y a quién votas? Sí son todos iguales, mira Griñan y Cháves,
la Susana Díaz, el marido también lo han pillado…
—Hay más opciones, ahora por primera vez la izquierda de
verdad se presenta unida a las elecciones. Tiene muchas posibilidades de ganar.
Yo voy a votar a los mismos que he votado toda la vida, a mí no me han
defraudado…
Se me queda mirando, apura la cerveza de golpe. Llama al
camarero y pide otra ronda. Menea la cabeza de un lado a otro.
—Mira, tal y conforme está la cosa, estoy bien. No llego a
fin de mes, pero como todos los días. Más vale malo conocido que bueno por
conocer.
—¿Sabes que tus hijos con este gobierno no tienen futuro? ¿Qué
no van a encontrar trabajo y si lo encuentran van a cobrar una miseria? ¿Sabes…
Intenté hacerle ver de su equivocación, hablándole de lo que
más le podía doler, del futuro de sus hijos, que de seguir así jamás tendrían
un futuro digno. Del desfalco de la hucha de las pensiones, ya que aspiraba a
jubilarse pronto. De que se convertía en cómplice de delincuentes. Pegó un puñetazo en la mesa ofendido.
—¿No pretenderás que vote al Coletas? Menuda pinta.
—Pues nada. Sigue
votando a ladrones bien vestidos con traje y corbata, que compran con el dinero
que te roban —le contesté.
Al despedirnos estaba convencido de que pasarían otros
quince años sin llamarnos y sin vernos. Hoy, contra todo pronóstico, me ha
llamado, al ver el número reflejado en el móvil, me he sentido tentado a no
cogerlo. Al final lo he cogido.
—Que oye, mis hijos, que van a votar al Coletas…—me dijo tras
los saludos protocolarios.
—¿Y, tú?
—Pues, eso, que no me fio un pelo del peluquín de Rajoy. Que
yo llevo treinta años sin comprarme un traje y los delincuentes de traje y
corbata lo compran con el dinero que nos roban.
Nos despedimos tras más de media hora de alegre conversación
y quedamos que el domingo a las once de la noche, estaríamos celebrando juntos
la victoria de Unidos Podemos.
Paco Arenas
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