La quema de libros ha sido una constante en la historia de la
humanidad desde tiempos inmemoriales.
Tal vez, la primera y más famosa, fue la de la Biblioteca de
Alejandría, con más de 20.000 rollos ejemplares, perdiéndose el 75% de la
literatura, filosofía.
En China, en el 2013 A.C. se mandaron destruir todos los
libros excepto los de medicina, agricultura o profecías.
España no ha sido ajena a esa barbarie, en el año 1500 el
cardenal Cisneros mandó quemar todos los libros escritos en árabe, y durante
más de 400 años, la inquisición fue quemando todos aquellos que pudieran ser
considerados herejía, entre ellos, algunos, por el mero hecho de haber sido
escritos por mujeres.
Españoles fueron también, por orden de fray Juan de Zumárraga
quienes quemaron todos los escritos, códices e ídolos de los aztecas y años más
tarde también los códices de los antiguos mayas.
La Alemania nazi, la Italia fascista o la España franquista,
no se quedó atrás, siendo masivas las quemas de libros, no sólo por las
autoridades fascistas, sino también por parte los propietarios ante el miedo a
que la represión pudieran encontrarlos en sus casas. Siendo la más famosa quema
de libros fue la conocida como el «Bibliocausto», millones de libros fueron
quemados el 10 de mayo de 1933 bajo la coordinación de Joseph Goebbels, en 22
ciudades alemanas. Según W. Jütte, se destruyeron las obras de más de 5.500
autores.
Durante la guerra incivil, en las tres semanas que siguieron
al golpe de Estado, se quemaron miles o millones de libros y documentos en
ambas zonas, tanto por sus propios dueños como por los adversarios políticos.
Después, prácticamente sólo en la zona controlada por los golpistas, siendo la
quema de libros considerado un acto de «exaltación patriótica». Casas
particulares, bibliotecas, universidades, librerías fueron objetivo militar.
Libros de autores Vicente Blasco Ibáñez, Benito Pérez Galdós,
Federico García Lorca, Antonio Machado, Neruda, e incluso Miguel de Unamuno,
que apoyó a los sublevados inicialmente, y que después según las últimas investigaciones
fue asesinado por los mismos, perecieron en las plazas en hogueras públicas.
En bibliotecas, se comenzó la quema con la Bibliotecas de A Coruña el 19 de agosto
de 1936, tan sólo un mes después del golpe de Estado, quemando, también el
Centro Cultural Germinal y el Casares Quiroga. Después, prácticamente todas las
ciudades españolas sufrieron el expolio y quema, destacando las de Córdoba,
Palma, Cáceres, Tolosa o Logroño.
Casos parecidos se dieron en Argentina, durante la dictadura
de Videla, más de medio millón y medio de libros fue quemados en un sólo día,
el 30 de agosto de 1980.
Durante la guerra del Golfo, tras la entrada de las tropas
americanas en Bagdad, en abril de 2003, con los militares americanos, como
testigos cómplices, fueron destruidos varios centros culturales, entre ellos la
Biblioteca Nacional de Bagdad y el Archivo Nacional de Iraq. Sólo en este
archivo fueron quemados más de 10.000.000 de libros y documentos.
En fin, nunca sabremos todo lo que se perdió, porque, por
desgracia, no fueron hechos aislados, sino, en menor escala, tuvo sus réplicas
en todos los países del mundo a lo largo de la historia.
En mi novela Magdalenas sin azúcar, como no podía ser de otro
modo, por la época en que transcurre, se habla de libros y de la quema de los mismos,
aquí dos breves extractos:
Extracto 1
«Nunca le habían conocido novia hasta el punto de que, hasta
su propio padre, lo consideraba un muchacho raro.
—Cualquier otro ya habría tenido veinte novias, es que no vas
ni de putas —le recriminó su padre—, sólo de borracheras. ¿No te llama ninguna
muchacha la atención?
—¿Para luego acostarme con putas, como hacía usted?
—Es lo que hacen los hombres, los de verdad. Es lo que mueve
el mundo y lo que necesitas, más que los cuartos. Un día voy a quemar todos los
libros…
—Me tendrá que quemar a mí con ellos.
—Tú tontea, que soy capaz de quemarlos contigo dentro, todo
antes que tener a un hijo marica.
—Yo no soy marica.
—¿Entonces qué coño eres? ¿Un flojo? Para eso metete a cura,
¿por qué te escapaste del seminario, para estar como un monje de clausura entre
libros o borracho entre gente baja?
—Para hacer lo que me dé la real gana, y esa gente, que usted
llama baja, es la que le da de comer, a usted y a todos los vagos como…—no
terminó la frase Felipe.
Su padre alzó la mano, pero se contuvo, recordando la amenaza
de su hijo, tras escapar del seminario.»
Extracto 2
«No eran libros subversivos, ya se había encargado María de
quemar o esconder concienzudamente los mismos:
—Hasta Tormento, Marianela y Miau, de Pérez Galdós, estuve a
punto de quemar, del miedo que tenía –se quejó María, al entregar Niebla, de
Unamuno a la muchacha. La lectura también tenía algo de clandestino, cuando se
lee a luz de un candil.»
©Paco Arenas
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