El apoyo popular al PSOE ha decaído de una manera muy notable. Y continúa decayendo. Uno esperaría, por lo tanto, una reflexión colectiva dentro del Partido para encontrar las causas de este declive y poder tomar decisiones que permitan resolver el problema. En realidad, las causas del declive no son difíciles de encontrar. Se me dirá que son muchas las causas y que no siempre son fáciles de ver. Así se me ha dicho en repetidas ocasiones. Sí, es cierto, no es sólo una causa la que explica que el PSOE esté descendiendo, pero hay causas que son muy fáciles de ver, pues su importancia ha sido clave para explicar el descenso.
Y estas causas son las políticas públicas de austeridad, que significaron un giro muy notable de las políticas sociales, con grandes recortes en las transferencias y servicios públicos del Estado del Bienestar. Estas políticas respondieron a la incorporación en el ideario del PSOE del pensamiento liberal centrado en su equipo económico y que impuso unas decisiones fiscales, laborales y sociales que tuvieron un coste electoral elevadísimo. En realidad, los gobiernos Zapatero estaban saturados de economistas de conocida inclinación liberal (Pedro Solbes, Jordi Sevilla, Miguel Sebastián, David Taguas, Elena Salgado…) que habían expresado todos ellos su satisfacción de haber colocado a España como la discípula aventajada de la escuela liberal (en realidad neoliberal) que dominaba la gobernanza de la Unión Europea. La única diferencia entre ellos era el grado de neoliberalismo (ver mi crítica del pensamiento económico dominante en el gobierno Zapatero en mi libro El subdesarrollo social de España. Causas y consecuencias. Editorial Anagrama. 2006). Esta realidad era conocida (y fue denunciada, en ocasiones, por los sindicatos) y sujeto de protesta (a muy baja voz) por parte de las izquierdas dentro del PSOE. La máxima expresión de este neoliberalismo en el gobierno Zapatero fue el cambio de la Constitución, hecho en cuestión de días, que obligaba al Estado a tener un déficit casi cero (lo cual condena a España a continuar a la cola de la Europa Social).
Como era de esperar, estas políticas se presentaron como las únicas posibles, argumento poco creíble a la luz de los datos. El gobierno Zapatero congeló las pensiones intentando ahorrar 1.200 millones de euros. En realidad, podría haber conseguido incluso más manteniendo el Impuesto de Patrimonio (2.100 millones de euros), o anulando las rebajas en el Impuesto de Sucesiones (2.552 millones de euros) o revirtiendo la bajada de impuestos a las rentas superiores que había ocurrido como una consecuencia de las rebajas de impuestos del 2006 (2.500 millones de euros) siguiendo el eslogan promovido por el Sr. Zapatero de que “bajar los impuestos es ser de izquierdas”. Había alternativas, tal como documentamos Juan Torres, Alberto Garzón y yo en el libro Hay alternativas: Propuestas para crear empleo y bienestar social en España. Editorial Sequitur. 2011.
Pero la máxima expresión de este liberalismo fue el cambio de la Constitución, escribiendo en piedra que el máximo deber del Estado era pagar la deuda pública, forzando, también al escribirlo en piedra, unos recortes de gasto que imposibilitan que España y sus CCAA puedan corregir el enorme retraso de gasto público social que nuestro país tiene. Treinta y cinco años después de iniciarse la democracia, España tiene el gasto público social por habitante más bajo de la UE-15 (junto con Portugal).
Es cierto que este gasto subió durante el gobierno Zapatero. Pero el retraso era tan grande que nunca se llegó a alcanzar el nivel que nos corresponde por el nivel de desarrollo económico. El PIB por habitante en España era en 2007, al inicio de la crisis, el 94% del promedio de la UE-15, mientras que su gasto social era solo el 74%. En otras palabras, España se gastaba en su Estado del Bienestar 66.000 millones de euros menos de lo que tendría que haberse gastado. Y la respuesta a la crisis por parte del gobierno Zapatero empeoró todavía más el retraso social. El hecho de que el gobierno Rajoy lo esté perjudicando incluso mucho más (con un ataque frontal a los servicios públicos del Estado del Bienestar) no excusa las políticas liberales del equipo económico del gobierno Zapatero que iniciaron estas políticas. Y lo que es sorprendente es la falta de crítica dentro del PSOE hacia ellos.
El silencio como respuesta
Fue un indicador más del presidencialismo dominante en el PSOE que nadie (repito nadie, dentro de la dirección del PSOE o incluso ninguna figura relevante del partido) protestara públicamente del cambio constitucional, continuando un silencio ensordecedor que había caracterizado la cultura de aquel partido ante las políticas de austeridad impuestas (este término es adecuado, pues no estaban en su programa electoral) por el gobierno Zapatero. La persona clave en la imposición de estas políticas fue el vicepresidente del Gobierno Rubalcaba, el hombre del aparato que era el que debía dirigir las políticas decididas por el gobierno. La única personalidad socialista con renombre que criticó estas políticas, incluyendo la reforma de la Constitución, fue Josep Borrell, que indicó que él habría votado en contra del cambio de la Constitución.
No fue, pues, sorprendente que el PSOE sufriera la mayor derrota que haya sufrido durante la época democrática. Uno hubiera esperado cambios notables en la dirección y orientación del partido. La mayor sorpresa, sin embargo, fue que Rubalcaba fuera elegido el nuevo dirigente del Partido, decisión que hizo muy vulnerable al partido, pues cualquier propuesta de cambio que Rubalcaba hiciera era fácilmente rebatida por el PP, señalando que si creía en lo que proponía, ¿por qué no lo había hecho cuando gobernaba? La ausencia de autocrítica y, en su lugar, la sensación de continuidad en el liderazgo (tras el enorme rechazo que su electorado hizo de la Administración Zapatero) explica su continuo declive.
Frente a esta continuidad, percibida negativamente, se añadió otra característica que deterioró todavía más la imagen del continuismo. Fue la de excluir contundentemente a los seguidores de la otra candidata, Carme Chacón, también del equipo de dirección del gobierno Zapatero. Independientemente de si era o no un intento de exclusión, el hecho es que la exclusividad dentro de la continuidad creó la imagen, justa o injusta, de que Rubalcaba y su equipo se aferraban al sillón a cualquier precio, incluso al precio de la propia supervivencia del PSOE.
Parece obvio que será imposible que el PSOE recupere el apoyo bajo la dirección de Rubalcaba. Y también, por cierto, de cualquier figura del equipo Zapatero y de la dirección del PSOE que permaneció en silencio durante la imposición de políticas sumamente impopulares. El silencio en política tiene un coste. Y ahí está el problema que tiene el PSOE. No es –como se comenta- un problema generacional. En el PSC se ha visto que algunos jóvenes son incluso más neoliberales que la vieja guardia. Es un problema de coherencia que es particularmente gravoso en la cultura de los partidos progresistas. No se puede sostener un ideario socialista y a la vez anteponer comportamientos que contrastan y se oponen a estos valores. Y el enorme silencio que ha existido frente a las políticas que no son socialistas e, incluso en ocasiones, son antisocialistas, realizadas por el gobierno Zapatero, ha debilitado su posibilidad de cambio. En realidad una de las poquísimas voces creíbles sería la de Josep Borrell que, por su credibilidad y coherencia, continúa siendo una de las personalidades más populares entre las bases del PSOE. Su expresado deseo de no presentarse de nuevo limita el número de alternativas.
Pero la solución de aquel partido no es encontrar una nueva figura, sino abrir un enorme debate entre las bases que redefina qué entienden por socialismo y que establezcan la presión que garantice su futuro a través de un cambio profundo. Y ahí tampoco hay mucho espacio para el optimismo. El PSOE, como ocurre también con todos los partidos conscientes de su pérdida de legitimidad, hablan retóricamente de abrirse a la sociedad. Pero la incoherencia de este mensaje queda al descubierto cuando voces críticas (las pocas que hay y existen) quedan marginadas en sus propios fórums y debates. Y ello podría ser el principio del fin, lo cual sería una enorme pérdida para todas las fuerzas progresistas en España. Es positivo que los partidos a la izquierda del PSOE estén subiendo de simpatía y apoyo popular (debido en parte al descenso de popularidad del PSOE). Pero sería negativo para todas las izquierdas que tal partido colapsara y que ello se tradujera en una enorme abstención.
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a través de UCR
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