
Cuando hace unos años leí un extracto del texto no me lo
podía creer. La dictadura con respecto a la mujer nada tenía que envidiar con
los regímenes islámicos amigos del rey de los españoles de arriba. Me sorprendió porque incluso hace bueno el «Manual
de la Buena Esposa». Sinceramente no
creí que fuesen tan despreciables y miserables. Este manual sacado de «Economía doméstica
para bachillerato y magisterio», «Sección Femenina de la Falange
Española y de las JONS» (1958), convierte a la mujer en un sumiso animal de
compañía, en una esclava sexual, donde se aconseja a la mujer que debe estar
dispuesta a todas las «prácticas sexuales inusuales» que se le ocurran a
su amo y marido:
«Si tu marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé
obediente y no te quejes», porque claro, si no accedía, el cristiano esposo
estaba en el derecho de buscar, si la economía se lo permitía, de buscar fuera
del hogar lo que no encontraba dentro. Una inmensa mayoría de jerarcas y «jerarquillos»
del Régimen tenían sus amantes fijas u ocasionales, y muchos acuerdos ministeriales
se acordaban en prostíbulos o cacerías, a las cuales acudían un sin numero de
amantes y cortesanas de diverso pelaje. Total, la esposa era un «animal» que
debía obediencia y respeto al marido. Y sí, era pecado, pero solo para las
mujeres, a los hombres se les perdonaba e iban al cielo sin pagar peaje, al fin
y al cabo, curas y obispos eran parte de la trama y también pecadores.
Realmente pone los
pelos de punta pensar que esto formaba parte de la educación que recibían las «señoritas»
falangistas durante aquellos años y relegaban a la mujer a un mero objeto
sexual. En estos manuales, hablan de la mujer con el mismo respeto con el que
hablarían de una vaca o una cabra.
Las mujeres franquistas no necesitaban gimnasio, ¿para qué?,
con fregar, planchar barrer…
«GIMNASIA CASERA Una mujer que tenga que
atender a las faenas domésticas con toda regularidad, tiene ocasión de hacer
tanta gimnasia como no lo hará nunca, verdaderamente si trabajase fuera de su
casa. Solamente la limpieza y abrillantado de los pavimentos constituye un
ejemplo eficacísimo, y si se piensa en los movimientos que son
necesarios para quitar el polvo de los sitios altos, limpiar los cristales,
sacudir los trajes, se darán cuenta que se realizan tantos movimientos de
cultura física que, aun cuando no tienen como finalidad la estética del cuerpo,
son igualmente eficacísimos precisamente para este fin.»
Las mujeres, durante el franquismo, de acuerdo a estos
manuales, eran tontas:
«Las mujeres nunca descubren nada; les falta,
desde luego, el talento creador reservado por Dios para inteligencias varoniles;
nosotras no podemos hacer nada más que interpretar, mejor o peor, lo que los
hombres nos dan hecho.»
Si bien los jerarcas podían tener amantes, ellas no, las
canas al aire, como el buen coñac, era cosa de hombres:
«Sabes que existen vicios que existen las
pasiones, que existen los amores prohibidos; pero todo, todo ello, es lo más
triste, feo y pecaminosos de la humanidad. Todo ello está reñido con tu anhelo
de perfección de limpieza moral: todo ello está reñido con tus ilusiones.»
La mujer debía ser sensual, a la vez que casta y pura, y mantenerse
en perfecto estado de revista, aunque sí, también parece que debían tener un espíritu
»poético» lo redactores de este manual.
«La mujer sensual tiene los ojos hundidos, las
mejillas descoloridas, transparentes las orejas, apuntada la barbilla, seca la
boca, sudorosas las manos, quebrado el tallo, inseguro el paso y triste todo su
ser. Espiritualmente, el entendimiento se oscurece, se hace tardo a la
reflexión; la voluntad pierde el dominio de sus actos y es como una barquilla a
merced de las olas; la memoria se entumece. Sólo la imaginación permanece
activa, para su daño, con la representación de imágenes lascivas, que la llenan
totalmente. De la mujer sensual no se ha de esperar trabajo serio, idea grave,
labor fecunda, sentimiento limpio, ternura acogedora.»
Al hombre era preciso conquistarlo con el estómago, como
escuché no hace tanto a un retrogrado machista:
«Si yo
me volviera a casar, me tendría que demostrar antes la novia que sabía guisar
también como mi madre».
Y esto lo decía un viejo con pinta de no saber freír un
huevo frito. Así que era obligación de la
mujer conquistar al hombre por el estómago, y por tanto de este modo
aconsejaban las directrices falangistas:
«Ten preparada una comida deliciosa para cuando
él regrese del trabajo. Especialmente su plato favorito. Ofrécete a quitarle
los zapatos. Habla en tono bajo, relajado y placentero.»
El maquillaje y ponerse guapa, no era para salir, no fuera
a ser que la confundieran con una «puta», debía ponerse guapa para recibir a su
amante esposo:
«Prepárate: retoca tu maquillaje, Coloca una
cinta en tu cabello. Hazte un poco más interesante para él. Su duro día de
trabajo quizá necesite de un poco de ánimo, y uno de tus deberes es
proporcionárselo.»
En las comunidades campesinas y obreras, era el hombre
quien se encargaba de echar la lumbre, al menos así lo hacía mi padre, entre
los jerarcas franquistas, esa labor estaba reservada para las mujeres, porque
su máximo anhelo era satisfacer al varón:
«Durante los días más fríos deberías preparar y
encender un fuego en la chimenea para que él se relaje frente a él. Después de
todo, preocuparse por su comodidad te proporcionará una satisfacción personal
inmensa».
La mujer debía evitar por todos los medios no molestar a su
marido, nada de compartir las tareas domésticas, sim era preciso apagar la
lavadora, se apagaba, nada de llevarle la contraria, y por supuesto si se iba
de juerga o de «putas», comprenderlo y animarle a hacerlo y esperarlo despierta
con un café o un gin-tonic:
«Minimiza cualquier ruido. En el momento de su
llegada, elimina zumbidos de lavadora o aspirador. Salúdale con una cálida
sonrisa y demuéstrale tu deseo por complacerle. Escúchale, déjale hablar
primero; recuerda que sus temas de conversación son más importantes que los
tuyos. Nunca te quejes si llega tarde, o si sale a cenar o a otros lugares de
diversión sin ti. Intenta, en cambio, comprender su mundo de tensión y estrés,
y sus necesidades reales. Haz que se sienta a gusto, que repose en un sillón
cómodo, o que se acueste en la recámara. Ten preparada una bebida fría o
caliente para él. No le pidas explicaciones acerca de sus acciones o cuestiones
su juicio o integridad. Recuerda que es el amo de la casa.»
Siempre, siempre a su servicio, aunque sea haciendo de felpudo,
porque la mujer, si no es para servir a su marido ¿para qué sirve?:
«Anima a tu marido a poner en práctica sus
aficiones e intereses y sírvele de apoyo sin ser excesivamente insistente. Si
tú tienes alguna afición, intenta no aburrirle hablándole de ésta, ya que los
intereses de las mujeres son triviales comparados con los de los hombres. Al
final de la tarde, limpia la casa para que esté limpia de nuevo en la mañana.
Prevé las necesidades que tendrá a la hora del desayuno. El desayuno es vital
para tu marido si debe enfrentarse al mundo interior con talante positivo.»
Y, sobre todo, la mujer debía complacer al marido en la
cama, para que no tuviese que buscar fuera lo que podía encontrar dentro, de lo
contrario, si su santo esposo se iba de «putas», la culpa era de la mujer,
faltaba más:
«Una vez que ambos os hayáis retirado a la
habitación, prepárate para la cama lo antes posible, teniendo en cuenta que,
aunque la higiene femenina es de máxima importancia, tu marido no quiere
esperar para ir al baño. Recuerda que debes tener un aspecto inmejorable a la
hora de ir a la cama... si debes aplicarte crema facial o rulos para el cabello
espera hasta que él esté dormido, ya que eso podría resultar chocante para un
hombre a última hora de la noche. En cuanto respecta a la posibilidad de
relaciones íntimas con tu marido, es importante recordar tus obligaciones
matrimoniales: si él siente la necesidad de dormir, que sea así no le presiones
o estimules la intimidad. Si tu marido sugiere la unión, entonces accede humildemente,
teniendo siempre en cuenta que su satisfacción es más importante que la de una
mujer. Cuando alcance el momento culminante, un pequeño gemido por tu pare es
suficiente para indicar cualquier goce que hayas podido experimentar. Si tu
marido te pidiera prácticas sexuales inusuales, sé obediente y no te quejes. Es
probable que tu marido caiga entonces en un sueño profundo, así que acomódate
la ropa, refréscate y aplícate crema facial para la noche y tus productos para
el cabello. Puedes entonces ajustar el despertador para levantarte un poco
antes que él por la mañana. Esto te permitirá tener lista una taza de té para
cuando despierte.»
Porque, ante todo, la misión de la mujer es servir al marido
por mandato del mismo Dios, al fin y al cabo, una mujer era una costilla del
hombre, un complemento del hombre como la corbata:
«A través de toda la vida, la misión de la
mujer es servir. Cuando Dios hizo el primer hombre, pensó: «No es bueno que el
hombre esté solo». Y formó a la mujer, para su ayuda y compañía, y para que
sirviera de madre. La primera idea de Dios fue «el hombre». Pensó en la mujer
después, como un complemento necesario, esto es, como algo útil.»
También, aunque en la clase trabajadora, no se daba, entre
la gente «de bien» sí, la mujer perdía hasta el apellido a la hora de
relacionarse, porque era propiedad de su esposo:
«Cuando estéis casadas, pondréis en la tarjeta
vuestro nombre propio, vuestro primer apellido y después la partícula
"de", seguida del apellido de vuestro marido. Así: Carmen García de
Marín. En España se dice señora de Durán o de Peláez. Esta fórmula es
agradable, puesto que no perdemos la personalidad, sino que somos Carmen
García, que pertenece al señor Marín, o sea, Carmen García de Marín.»
Y por supuesto, la máxima aspiración que debía tener toda
mujer era someterse a varón:
«La vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella
quiera simular -o disimular- no es más que un eterno deseo de encontrar a quién
someterse. La dependencia voluntaria, la ofrenda de todos los minutos de todos
los deseos y las ilusiones, es el estado más hermoso, porque es la absorción de
todos los malos gérmenes -vanidad, egoísmo, frivolidades- por el amor.»
Por desgracia, estos tiempos de humillación para la mujer,
no han terminado de desaparecer del todo, todavía existen quienes tienen el
convencimiento que «la maté porque era mía», tiene justificación.
©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar, la novela que según algunos profesores de historia deberían leer los jóvenes.

Es tán absurdo como insultante...
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