jueves, 23 de julio de 2020

El señor y la señora Smith, el gobierno y el holandés errante, ¿por qué nos llaman imbéciles?




No es lo mismo que un holandés errante, enemigo de los intereses de los españoles, te llame imbécil, que alguien que se supone que es español y les interesa la democracia y España.

Que el holandés Pablo Casado defienda la continuidad de la monarquía que por dicha cuestión diga que es beneficioso para España y los españoles que el  señor y la señora Smith vivan a nuestra costa viviendo a cuerpo de rey, sin rendir cuentas ni justificar sus actividades, muchas bajo sospecha, digamos que me la trae al pairo, porque lo más auténtico de Casado es su máster, y todos sabemos que es falso.

Lo peor, es que un gobierno o parte de él, defiendan la continuidad de una asociación encabezada por el señor y la señora Smith, y que varios miembros del mismo nos llamen o tomen por imbéciles, eso es intolerable y vergonzoso. Y que, en lugar de aclarar la cuestión de la luna de miel, y otros negocios,  de dichos personajes, digan que eso pertenece al ámbito privado, es cuanto menos vergonzoso e indignante para cualquier persona con un mínimo de decencia y sensibilidad democrática. 

 Más grave, que se mantenga la total opacidad sobre sus «negocios» e ingresos. Pero lo peor, es que digan las mismas idioteces que el holandés errante, y le copien el discurso, diciendo que  la organización que encabezan el señor y la señora Smith, ha sido votada por los españoles, y eso el polígrafo dice que es MENTIRA, siendo todavía más falso que el máster del holandés errante.

Que me mienta un holandés anti español, como Pablo Casado, me importa un pepino, que me quiera tomar por imbécil un gobierno, que dice ser democrático, y al que de una forma u otra, apoyo, me toca los bemoles.

Sí, son demócratas, decentes y realmente les importa España más que al holandés errante y al señor y la señora Smith o a su demérito padre. Aclaren todas las circunstancias que rodean a dicha organización, en muchos casos PRESUNTAMENTE delictivas y poco ejemplares, y si hay hechos delictivos, sean juzgados con arreglo a legitimidad democrática, porque ya sabemos que la ley en España es maleable y más en manos de los jueces españoles.

Solo se espera de un gobierno legítimo y presuntamente de izquierdas, que actúe como tal, y sometan a la decisión de España, si desea o no mantener a cuerpo de rey al señor y señora Smith, pero siempre sabiendo dónde va el dinero que sale de nuestros bolsillos, tan necesario para otros menesteres como la Sanidad y la Educación.


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar

jueves, 16 de julio de 2020

El discurso que debería dar el ciudadano, no electo, Felipe de Borbón, y que, a no ser que sea demócrata, nunca dará


El discurso que debería dar el ciudadano Felipe de Borbón y que nunca dará:

El ciudadano Juan Carlos de Borbón, será obligado a devolver a las arcas públicas los cientos o miles de millones de euros que tiene en diversos paraísos fiscales. A continuación, de inmediato, siguiendo sus propias palabras, será juzgado como cualquier otro ciudadano, sin llevar a cabo el costoso  paripé interpretado por políticos corruptos y fiscales al servicio de la monarquía, no de la Justicia, en juicios anteriores que afectaron en su día a miembros de mi familia.

Por otra parte, para evitar tentaciones, en un ejercicio de transparencia, a partir de hoy, todos los españoles seremos iguales ante la ley, siendo todos los ciudadanos de este país, susceptibles de ser juzgados sin aforamientos ni blindajes de ningún tipo ante la ley.


Y tal y conforme dije el pasado 16 de marzo, que renunciaba a la herencia de mi padre, así lo haré. Siendo que la Corona y la Jefatura del Estado es herencia suya, y de un sanguinario dictador. Yo, el ciudadano Felipe de Borbón y Grecia, renuncio a dicha herencia, a no ser que, mediante el libre ejercicio del voto ciudadano, los españoles, como pueblo soberano, que tienen derecho a ser,  decidan mediante referéndum, que la forma de Estado sea la monarquía. Si por el contrario, los españoles deciden que el único soberano es el Pueblo, acataré la decisión y me pondré al servicio de la República Española.

P.D. 
¿A qué tanto intento por justificar al hijo del demérito? Tertulias y políticos buscan la manera de llamarnos imbéciles sin que nos demos cuenta, que es la manera de llamarnos doblemente imbéciles.

La cosa está muy clara, y lo tiene fácil. Si es demócrata, esta misma noche, ¿para qué esperar a mañana? Todo lo demás será una estafa. 

©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar

domingo, 12 de julio de 2020

Madre… ¿para qué sirve un rey?



 

A dos príncipes vi en persona, uno de lejos y otro de cerca, por culpa de un rey putero, que vi a dos metros a las cuatro de la mañana, sentí el terror de ver como un grupo de policías y guardias civiles nos apuntaban con las metralletas como si fuésemos terroristas, cuando éramos solo turistas despistados (escrito está en mi libro Caricias rotas)  El primer príncipe, fue después un rey que solo pensó en acaparar riquezas para su patrimonio personal a costa del pueblo, y en tirarse todo lo que se moviese. El segundo príncipe, lo conocí a menos de dos metros de distancia, era muy rubio y con ojos azules, tenía apenas ocho años, yo dieciséis. Las palabras, tan insultantes como soberbias, que escuché de aquel mocoso gritar a las personas que lo cuidaban, jamás las escuché en toda mi vida a nadie.  No creo, que aquel príncipe rubio, ahora que es rey haya cambiado mucho, tampoco lo sé, solo sé que yo pago de mi bolsillo manutención a cambio de nada.

 

La primera vez que vi un príncipe y una princesa, tendría unos trece años, y llevaba ya casi un año trabajando como botones en el hotel «Ses Sabines» de la bahía de Sant Antoni de Portmany, después de haber estado en el Hotel Excelsior.   Todavía, por aquel entonces, 30 de noviembre de 1973, España estaba bajo la bota del dictador, y dos príncipes extranjeros: Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, estaban haciendo su gira promocional por España, al tiempo que ensalzaban la figura del dictador golpista y genocida Francisco Franco. 

 

Salió un día soleado, y aunque había salido la noticia en el Diario de Ibiza, la mayoría de los trabajadores del hotel no sabíamos nada. Nos enteramos por el director:

 

—Hoy es un gran día, visitan nuestra isla Sus Altezas Reales los príncipes de España, y es intención nuestra que el hotel esté bien representado por sus trabajadores…

 

Tras darnos un discurso «patriótico» De aquella reunión salimos todos los trabajadores del hotel con una banderita, franquista sin pollo; pero franquista, al fin y al cabo.

 

—Ahora todos a mostrar nuestro gran cariño a los futuros reyes de España —nos dijo el director, mientras yo miraba aquel trozo de plástico pegado a un palito de madera de mal pino.

 

Teníamos dos horas libres, y muy contentos, sin saber muy bien el motivo, nos encaminamos hacia la avenida doctor Fleming, uniéndonos a los trabajadores de otros hoteles, algunos coreando antes de llegar, las consignas que les habían dado sus jefes:

 

¡Viva España!

¡Viva Franco!

¡Vivan los príncipes!

Yo era muy consciente del «cariño» que tenía mi madre a los príncipes, al dictador, y no sé si lo pensé o no, pero lo cierto es que, sin tener miedo a la posible regañina de mi madre, como pude me deshice de aquel plástico, dejándolo entre las palmeras del Paseo Marítimo. No resultaba difícil escabullirse, y eso hice. Atento al reloj, me largué a mi casa sin formar parte de aquella parafernalia, seguro de que mi madre aplaudiría mi acción, conociendo sus ideas republicanas. Al llegar a mi casa, contra todo pronóstico, mi madre me riñó duramente.

 

Todavía existía mucho miedo en aquellos postreros años de la dictadura, que creíamos agonizante, y como los Pokémon, evolucionó para cambiar algo, para que todo siguiese igual, la dictadura perfecta, aquella que sus víctimas llegan a creerse que viven en democracia.   Nuestras ideas de libertad se dejaban para la intimidad, como el catalán de Aznar, cual judíos conversos en tiempos de la Inquisición.

 

Al final, supe que estaba orgullosa de mí y como en otras ocasiones terminamos hablando de nuestras cosas y surgió la pregunta sobre la cuestión:

 

— Madre… ¿para qué sirve un rey?

 

Ella me señalo un rincón, en el cual había colocado un jarrón con flores artificiales, viendo que no comprendía lo que me quería decir, se acercó al florero y cogiéndolo me lo puso cerca de la nariz para que oliese las flores, que al ser artificiales…

 

—No huelen, son flores que no sirven para nada, solo adornan… pero no cuestan prácticamente «cuartos», si me costarán un solo duro más de lo que pagué para comprarlo, o tuviese que quitarles pan a mis hijos para mantenerlo, ya la habría tirado a la basura.  Un rey no sirve para nada, un rey es alguien que se le paga toda su vida para que haga de holgazán, por haber nacido de un determinado útero. Y se le paga y mucho, a pensar no da ningún provecho a la nación. Puede ser bonito para mucha gente, muchos de los han ido hoy a aplaudir, estarán realmente emocionados y recordarán este día durante muchos años.  Pero, hijo mío, cuando termine la visita volverán a sus trabajos, a echar 14 horas diarias por un sueldo que no les da para vivir (era lo que se trabajaba entonces en los hoteles). Y aunque no puedan comer ellos gritarán con entusiasmo ¡Vivan los príncipes y viva Franco! Estas flores que no cuestan un real, adornan más que los reyes nos cuestan una fortuna, un rey solo sirve para arruinar un país, como decía tu padre: con ningún rey los pobres nos hemos hartado, como mucho hemos hambreado...

 

Miré el reloj cuando el griterío y los vivas iban bajando de volumen. Salí corriendo de nuevo hasta el Paseo, recobré la banderita franquista y me uní al resto de compañeros.  Media hora más tarde me incorporé a mi puesto de trabajo y durante los próximos días tuvimos que recuperar las horas perdidas dando gritos de admiración a unos príncipes impuestos por un asesino. 

 

Llamaba la atención, según decían, que él, soberbio, ni miraba a la gente, y ella, según dicen, movía la mano como si la tuviese tonta.

 

   Mis compañeros, entre tanta multitud y emoción, por haber visto unos príncipes, «tan guapos» no se habían percatado de mi ausencia.  Todos gritaron enfervorizados, sin pensar en cómo vivían, diciendo lo guapo que era el príncipe y lo bien vestida que iba la princesa. Mientras yo pensando ¿para qué sirve un rey? recordando las palabras de mi madre.

 

Cuarenta y siete años después, todavía hoy me sigo preguntando para qué sirve un rey aparte de para vivir a cuerpo de rey y saquear las arcas públicas. La comparación con el florero la he pensado en muchas ocasiones; pero no me convence, a pesar de la sabiduría campesina de mi madre:

 

 En el florero se gastaba mi madre 3 duros y duraba años, no servía para nada, era un estorbo que no tapaba ni el hueco en que, estaba, pero tampoco requería mucho gasto de mantenimiento, tres duros y pasar el trapo de vez en cuando.  Mientras la monarquía, un rey hay que estar pagándole de por vida, a él y a su familia, sea listo o tonto, honrado o ladrón.  Con lo que recibe, con lo que nos cuesta la monarquía, más de 500 millones de euros anuales, podrían comer muchas familias, habría para pagar todos los desmanes de esta pandemia que está todavía arrasando España, y de la que nos va a costar salir. Por si esto fuese poco, todas las navidades se cuela en nuestra casa siguiendo la costumbre del dictador que le apadrinó, así que en mi casa debo estar atento y apagar el televisor unos minutos antes de las nueve para que no me fastidie las navidades, que termina fastidiándomelas, porque luego todas las televisiones se tiran una semana emitiendo «sus sabias palabras» que otros le han escrito y él se ha limitado a leer, sin venir a cuento, y que hablan de honradez y conductas ejemplares.

 

 

A estas alturas del siglo XXI, con dos reyes y dos príncipes sufridos, me sigo preguntando:

 

 ¿Para qué sirve un rey?


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar

viernes, 3 de julio de 2020

EL arma de Amparo (Cuatro años de cárcel por llevar una pulsera con los colores de la República) #TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas




 (Cuatro años de cárcel por llevar una pulsera con los colores de la República)
#TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas


Las calles de aquel otoño gris que amenazaba con regresar, se llenaron de la palabra «Libertad», con los «Iaioflautas» a la cabeza, con sus banderas de libertad, gritando   consignas en contra la represión a golpe de porra policiales en Barcelona.
La manifestación marchaba alegre sin incidentes, a pesar de que los antidisturbios estaban preparados para actuar y reprimir cualquier amago de salida de tono. Otra cosa no se podía esperar, Valencia no era Barcelona.
Al pasar por la calle de La Paz,  un matrimonio de edad avanzada, mal encarados y vestido con ropas caras, parecían esperar la llegada de los manifestantes, cada uno con una varilla de cortina en la mano, sin bandera alguna, podrían tratarse de eso, varillas que habían comprado para colgar sus lujosas cortinas; pero no, allí esperaban como pasmarotes, en lugar de cruzar la calle, la llegada de la cabecera de la manifestación: Lola Pérez, al verlos, dijo a Matilde y Amparo, las más cercanas:
—No tienen pinta de querer unirse a la «mani», tienen una cara de mustios…
—Seguro —contestaron, entre risas, Matilde y Amparo, casi al unisonó, continuando sus canticos reivindicativos.   
Casi llegando, la mujer sacó del bolso dos banderas monárquicas, y las colocaron en los palos de cortinas, en un claro gesto de provocación, al cual, los manifestantes, no iban a caer, ante algo tan habitual, y ambos comenzaron a agitar sus banderas por encima de la cabeza de los manifestantes, dándole con las mismas a Amparo y gritando consignas ofensivas contra los manifestantes:
—¡Rojos!, ¡Separatistas!
—Ni caso a esos gilipollas, van a provocar, buscan que intervengan los maderos —aconsejó Lola.
—Lola, me han dado estos fachas con la bandera en la cabeza —protestó Amparo, ante el consejo de Lola, la cual, siempre tan prudente como combativa, movió la cabeza para que no les hiciera ni caso:
—Solo quieren provocar, ni caso.
A pesar de lo cual, Amparo se giró hacia ellos, enseñándoles la bandera republicana que llevaba sobre sus hombros, y su pulsera tricolor de su muñeca.
—Esta es mi bandera —dijo, y continuó la marcha sin más.
—Me he quedado con tu cara— amenazó la vieja de la bandera monárquica.
Ya, Amparo, ni hizo caso siquiera, no valía la pena. Dejados atrás aquellos viejos fascistas, porque lo eran, como por desgracia supo después, Amparo regreso a su pueblo a Villamarxant, y ya no supo nada ni del matrimonio, ni de nadie.
Diez días más tarde, regresó a Valencia, donde había quedado con unos amigos para una nueva manifestación. Como era pronto, quedó con algunos de sus compañeros de lucha en un bar. Aunque ella no se percató, se cruzó con el matrimonio de viejos fascistas, que la siguieron hasta el bar. Y de ahí, llamaron a la policía, la cual se presentó en el bar, cuando todavía estaban los «Iaioflautas» disfrutando de sus cervezas. No sabían ni su nombre, solo que llevaba una pulsera con los colores de la bandera republicana, con tres bolitas de cada uno de los colores. Nadie se percató de que el matrimonio, perteneciente a un grupo de ideología fascista, señalaban con el dedo a Amparo. Los dos policías interrumpieron la alegría, colocándole uno la mano sobre el hombro a Amparo.
—Por favor, señora, identifíquese.
—¿Y eso? ¿Por qué?
—Por agresión física e injurias a un matrimonio respetable —replicó con severidad el policía.
—¿Yo? —Preguntó asombrada Amparo.
—¿Amparo? —Preguntaron aún más asombrados el resto de «Iaioflautas», no dando crédito ni a sus oídos ni a sus ojos.
—Por favor, ¿se puede identificar? —Insistió el policía.
Se terminaron las risas, se terminó la tertulia, Amparo sacó su carné de identidad y se lo entregó al policía, que tomó nota de sus datos y se lo devolvió, entonces llegó la pregunta y la acción más surrealista y esperpéntica de todas, imposible de escuchar en cualquier país democrático:
—¿Lleva el arma?

—¿El arma? ¿Yo? Si soy una persona pacifica que entra contra todo tipo de violencia, ¿cómo voy a llevar un arma?

—Sí, esa pulsera, es el arma de la agresión —replicó con circunspecto el policía.
Todos los presentes se habrían echado a reír, cada uno de ellos llevaba una similar, nunca pensaron que una pulsera con los colores que en España representan la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, pudieran llegar a considerarse un arma. No era cuestión de echarse a reír, por muy grotesco que pareciera el espectáculo. Parecía una broma de un programa de televisión de cámara oculta, pero no se trataba de una broma televisiva, sino de una realidad cotidiana, por culpa de una ley retrograda, como lo es la eufemísticamente llamada Ley de seguridad Ciudadana, que lo mismo sirve para encarcelar a titiriteros por representar una obra de Federico García Lorca, un tuitero por hacer un chiste, a un rapero por cantar la verdad de un corrupto, a sindicalistas por ejercer su derecho, a quien defiende su casa contra los bancos ladrones, o para arruinar la vida a unos jóvenes, acusados de terrorismo, por una pelea de bar…

—¿La pulsera?

—Entréguenos el arma y vamos a comisaria, o mejor en comisaria...

—Agente, ¿pero esto va en serio? —se atrevió a preguntar Amparo.

—Por supuesto —contestó con sequedad el policía.

—Pero si es una pulsera...—titubeo perpleja Amparo.

—Es el arma de la agresión —replicó el policía que llevaba la voz cantante.

—Es una pulsera, exactamente igual como la que lleva usted, pero con distintos colores...—dijo Lola, que no podía creerse lo que estaba viendo, al observar que el policía llevaba una pulsera muy parecida a la de Amparo, pero con los colores de la rojigualda, en lugar de la tricolor.

—Usted se calla, si no quiere que le tomemos también los datos, por desacato a la autoridad amenazó el policía. 

—Es la verdad, hagan lo que quieran, pero no es desacato, sino constatar una realidad, Amparo lleva una pulsera con los colores de la libertad, y usted lleva la otra, ninguna es un arma —no se amilanó Lola, que siempre fue mucha Lola.

—Eso, lo tendremos que decidir nosotros o el juez, ahora, entréguenos el arma...—dirigiéndose, ya, a Amparo el policía.

La entrada de media docena de policías, acalló las protestas de los cinco iaiosflautas presentes.

—Tranquilos, somos  septuagenarios indefensos, no necesitamos porras —todavía se atrevió a replicar Lola.

—Me voy con ellos, no quiero problemas, no he hecho nada y sería estúpido pensar que me pueda pasar nada...porque, señor policía, ¿ustedes saben que según dice M.Rajoy, estamos en un Estado democrático y de derecho? ¿Verdad? —Se atrevió a ironizar Amparo, agarrando su bolso, dispuesta a marcharse con los policías, con tal de no complicar la vida a sus compañeros. 

Amparo, a sus 61 años, enferma, pero luchadora, no opuso resistencia alguna, al salir vio al matrimonio fascista, y comprendió todo. Había sido denunciada por agresión física e injurias, a ese par de retrógrados, que, de haberse cambiado la pulsera, tal vez ni la habrían reconocido.  Ella no agredió con la pulsera, ella fue la agredida con las banderas y los palos de cortina, fue ella, también, en cierto modo, la injuriada, no porque el matrimonio fascista les hubiese llamado «rojos», que era algo que ella llevaba con honor y orgullo, sino porque quienes provocaron y buscaron la disputa fueron ellos, pero ella era la detenida, porque según la policía la había denunciado un matrimonio respetable, como si ella no mereciese mucho más respeto que aquellos carcas.

Al llegar a comisaría le requisaron tan peligrosa arma, la pulserita con los colores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, que el único peligro que representaba era para las conciencias. Allí le informaron de que un matrimonio, aquel mismo día, la habían reconocido como agresora del mismo, y que el arma era aquella bonita pulserita de menos de un euro. No había pruebas, y Amparo ni siquiera se acordaba de aquel matrimonio. Que la vieron, por casualidad, entrar en aquel bar y acudieron a la primera pareja de policías, dispuestos a amargar la vida al primer rojo que se cruzara en su camino, y le toco a la pobre Amparo.

—¿Usted agredió al matrimonio tal…? —Le preguntaron de malos modos, ya en comisaría.

—¿Cómo voy a agredirlos si no los conozco de nada?

—Pues la han acusado de delito de odio y agresión…

— ¡Qué tontería más grande! ¿Cómo les voy a odiar si yo no los conozco de nada? Yo soy chillona y protestona, eso es verdad, pero violenta en ningún caso. Fíjese si estoy en contra de la violencia, que cuando veo un cartel de festejos de tortura en la plaza de toros, me entran ganas de llorar, pobres animales…—se atrevió a reír, a pesar de lo patético que parecía todo, con la policía intentando hacerle creer y confesar un delito que no había cometido.

—No mezcle la cultura con los actos violentos llevados a cabo por usted, no estamos para perder el tiempo —la amenazaron.

Quisieron tomar declaración sin cumplir el derecho a tener un abogado presente, conociendo sus derechos democráticos, pisoteados por la ley mordaza, Amparo se negó:

—Ya hablaré cuando me llame el juez, por mucho que en España, ya que según dice el emérito: la justicia no es igual para todos, aunque sea mentira, prefiero, que se cumpla la ley, y declarar delante de mi abogado, por si acaso digo Diego y escriben, Juan —contestó con sarcasmo Amparo, en un último intento de demostrar que, por encima de la injusticia y el atropello está la dignidad de las personas.  

Aquel mismo día, mientras permanecía detenida Amparo en comisaria, grupos  de extrema derecha protagonizaron actos realmente violentos contra manifestantes pacíficos de izquierdas, produciendo varios heridos de diversa consideración, ante la atenta y pasiva presencia policial.  

Si después de lo ocurrido el miércoles, la peligrosa soy yo, tenemos un grave problema de libertades en este país —dijo Amparo unos días después a sus amigos.


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar


NOTA IMPORTANTE

Siendo relato de ficción, está basado en hechos reales con licencias literarias, y como tal se debe tomar.
Amparo, en la vida real, se enfrenta a cuatro años de cárcel y una sanción económica considerable, solo por la palabra, sin pruebas de dos militantes de la extrema derecha y la complicidad de la retrograda y represiva Ley Mordaza.


jueves, 2 de julio de 2020

La pulsera de la libertad como arma



#TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas


#TodasSomosAmparo #LeyMotdaza #5AñosDeMordazas

«No puedo respirar», la mordaza que le quieren poner a Amparo, un gobierno democrático no puede mantener ni un día más una ley como la fascista Ley Mordaza
Amparo caminaba por la calle en manifestación con su bandera republicana sobre sus hombros, en la acera, insultando y gritando a los manifestantes, se encontraba un matrimonio con sendas banderas rojigualdas, a quienes nadie les hacía caso. Amparo, los miró y enseñó su bandera al matrimonio de España 2000, extrema derecha valenciano.

—Esta es mi bandera —fue lo único que les dijo, y continuó su marcha.

Después de la manifestación, regresó a Villamarxant, su pueblo, y ya no supo nada ni del matrimonio, ni de nadie. 

Diez días más tarde, regresó a Valencia, donde había quedado con unos amigos para una nueva manifestación. Posiblemente, el matrimonio la reconocería, y cuando más a gusto estaba de tertulia, entraron dos policías directamente encaminados en su dirección. Sin darle explicaciones se la llevaron a comisaría, acusada de llevar un arma. Amparo no podía salir de su asombro:

—¿Un arma? ¿Yo? Si soy una persona pacifica que está contra todo tipo de violencia…

—Sí, esa pulsera, es un arma peligrosa.

Cualquiera que hubiera contemplando la escena se habría echado a reír, ante lo ridículo de los argumentos de la policía. «el arma», era una pulsera de bolitas, con los tres colores de la bandera de la República, algo que ni en el mayor de los absurdos podría llegar a considerarse un arma. Los presentes estuvieron a punto de creer que se trataba de una broma, pero no se trataba de ninguna broma. Eran policías y no se reían, tampoco parecía haber ninguna cámara oculta de televisión, le pidieron que se identificara y se la llevaron detenida, sin saber bien el motivo.

Al llegar a comisaría le requisaron tan peligrosa arma, la pulserita con los colores de la Libertad, la Igualdad y la Fraternidad, que el único peligro que representaba era para las conciencias. Allí le informaron de que un matrimonio, aquel mismo día, la habían reconocido como agresora del mismo, y que el arma era aquella bonita pulserita de menos de un euro. No había pruebas, y Amparo ni siquiera se acordaba de aquel matrimonio. Que la vieron, por casualidad, entrar en aquel bar y acudieron a la primera pareja de policías, dispuestos a amargar la vida al primer rojo que se cruzara en su camino, y le toco a la pobre Amparo.

—¿Usted agredió al matrimonio tal…? —Le preguntaron de malos modos.

—¿Yo ni los conozco?

—Pues la han acusado de delito de odio y agresión…

— ¿Cómo les voy a odiar si yo no los conozco de nada? Yo soy chillona y protestona, eso es verdad, pero violenta en ningún caso.

Quisieron tomarle declaración sin cumplir el derecho a tener un abogado presente, conociendo sus derechos democráticos, pisoteados por la ley mordaza, Amparo se negó:

—Ya hablaré cuando me llame el juez —contestó con determinación a los policías.

Ahora, en este país de ladrones y sinvergüenzas, donde roban desde las más altas instituciones, donde pillan a violentos de extrema derecha con armas y no les pasa nada, porque son hijos de jueces o políticos de derechas, quieren meter a una mujer cuatro años de cárcel por llevar una pulsera de un euro, con los colores de la Libertad. Dos días antes de su detención, grupos del partido de los denunciantes, protagonizaron múltiples agresiones contra los manifestantes del 9 de octubre, con la policía mirando para otro lado, como dijo Amparo:

«Si después de lo ocurrido el miércoles, la peligrosa soy yo, tenemos un grave problema de libertades en este país»  


Amparo se enfrenta a cuatro años de cárcel y una sanción económica considerable, solo por la palabra, sin pruebas de dos militantes de la extrema derecha y la complicidad de la retrograda y represiva Ley Mordaza. 



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