A
ellos, van estas lágrimas, por ellos va este grito que no pudieron dar ellos.
Ellos,
Sufrieron
una guerra interminable,
terror
institucional, hambre dictadura y su apéndice…
desayunaron
miedo y cenaron hambre,
nunca
les faltó trabajo,
y cada
peseta, que no tenían, les costó el sudor y la vida.
Vivieron
sin temor a la muerte,
Sabiendo
que era más dulce que la vida.
Ellos,
nunca tuvieron buenas primaveras
Aunque
los cerezos estuvieran en flor,
nunca se
cayeron del guindo de todo regalado,
hasta
el último sorbo de agua fue peleado
cada
lunes al sol.
Nosotros,
que nacimos
con la mesa puesta y mil pesetas en el bolsillo.
creímos
ser el centro del universo.
Nunca
nos despertaron
a mitad de la noche las bombas,
ni las
patadas en la puerta en la madrugada,
jamás
lloramos la muerte de un ser querido
muerto
ante los cañones de los fusiles al alba.
Nunca
fuimos nadie,
ni
lloramos por nada,
a lo
sumo,
nuestras lágrimas desbordadas
fueron
ante una pantalla panorámica,
sufriendo
el drama de Escarlata O'Hara.
Nosotros,
nunca
supimos lo que es una mala primavera.
A
nosotros,
nunca
nos ladró un perro hambriento,
disputando
un mendrugo de pan caído en el suelo.
Nosotros
que
nunca supimos del dolor,
que
causa hambre en nuestra panza,
siempre
la tuvimos harta.
Nunca
vimos llorar a nuestra madre,
por no
tener una rebanada de pan
para
darnos de merendar...
¿Qué
sabemos del hambre que no admitía espera,
porque
lo que no desayunabas por la mañana,
tampoco
lo cenabas a la luz de la luna?
Nosotros,
nunca
supimos lo que es una mala primavera.
Nosotros,
que no
supimos del miedo al látigo,
o a
los golpes de los fusiles en nuestra puerta,
ni de
colas interminables
ante
las puertas de los penales,
de los
«vivas a la libertad»
de los
fusilados en los paredones,
sin un
dios en el cielo
que
secase las lágrimas de los perdedores
de
todas las batallas,
porque
no tenían dios,
o esos dioses
se
había puesto del lado de los traidores.
Nosotros,
nunca
supimos lo que es una mala primavera.
Nosotros,
Que
nos enseñaron de la a «a» la «zeta»,
mientras
cambiábamos nuestros dientes de leche,
sin
que nunca nos faltase un tazón en la mesa,
ni un
capricho en nuestra colegial cartera.
Nosotros,
que
antes de abrir la boca,
teníamos
la camisa nueva puesta.
¿Qué
sabemos de pan apolillado
con
rancia manteca como sabroso relleno?
Nos
creímos el centro del universo,
siendo
que nunca luchamos por nada,
ni
siquiera
cuando les quitaron el pan de la boca a
nuestros hijos.
Ni
siquiera entonces,
Por nuestros
hijos,
luchamos
contra los ladrones que les robaban la primavera.
Fueron
ellos quienes salieron a la calle por nuestras pensiones.
Ellos,
que
cuando tenían la risa en los labios,
soñando
Libertad, Igualdad y Fraternidad,
sentados
en los primeros pupitres
de
unas escuelas que comenzaban a andar,
los
despertaron los tiros
de una
guerra criminal,
que
unos militares traidores,
y a
fuerza de golpes,
bombas y cañones,
les
robaron la infancia y la leche,
antes
de cambiar los dientes.
Ellos,
que
cambiaron el lapicero
por el
azadón,
que
sufrieron la patada en la puerta,
el
desconsuelo en el alma,
la
rabia ahogada,
por
las lágrimas contenidas
al
escuchar los tiros
que se llevaban las vidas de sus padres,
mientras
agarrados a las faldas de sus madres,
secaban
sus lágrimas
sin un
dios al que poder rezar.
Ellos,
que
siendo chiquillos,
sufrieron
las peores primaveras,
con
hambre, penas y mil temores,
remontaron
el vuelo
alzando
el puño contra dictadores ladrones,
pidiendo
Libertad, Igualdad y Fraternidad
frente
a los torturadores.
Ellos,
que salieron a la calle
defendiendo
nuestras pensiones,
que no
las suyas,
se han
ido,
solos
y en silencio,
con el
criterio miserable:
«de
tanto tienes tanto vales»,
cribados
entre ricos y pobres,
seguros
privados a los hospitales.
Si
tienes seguro vives,
de lo
contrario…
mueres
solo,
sin
una lágrima que te consuele…
A
ellos van estas lágrimas,
por
ellos va este grito
que no
pudieron dar ellos.
Nosotros,
En esta
mala primavera,
tal vez
lo único que hagamos,
sea
llorar sentados en nuestro sofá,
en lugar de caminar y luchar
por
todo lo que ellos no pudieron lograr,
la
lluvia de la libertad,
sin
cadenas ni coronas...
¡¡¡Anda!!!
¡¡¡Anda!!!
❤️💛💜
©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar
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