domingo, 12 de julio de 2020

Madre… ¿para qué sirve un rey?



 

A dos príncipes vi en persona, uno de lejos y otro de cerca, por culpa de un rey putero, que vi a dos metros a las cuatro de la mañana, sentí el terror de ver como un grupo de policías y guardias civiles nos apuntaban con las metralletas como si fuésemos terroristas, cuando éramos solo turistas despistados (escrito está en mi libro Caricias rotas)  El primer príncipe, fue después un rey que solo pensó en acaparar riquezas para su patrimonio personal a costa del pueblo, y en tirarse todo lo que se moviese. El segundo príncipe, lo conocí a menos de dos metros de distancia, era muy rubio y con ojos azules, tenía apenas ocho años, yo dieciséis. Las palabras, tan insultantes como soberbias, que escuché de aquel mocoso gritar a las personas que lo cuidaban, jamás las escuché en toda mi vida a nadie.  No creo, que aquel príncipe rubio, ahora que es rey haya cambiado mucho, tampoco lo sé, solo sé que yo pago de mi bolsillo manutención a cambio de nada.

 

La primera vez que vi un príncipe y una princesa, tendría unos trece años, y llevaba ya casi un año trabajando como botones en el hotel «Ses Sabines» de la bahía de Sant Antoni de Portmany, después de haber estado en el Hotel Excelsior.   Todavía, por aquel entonces, 30 de noviembre de 1973, España estaba bajo la bota del dictador, y dos príncipes extranjeros: Juan Carlos de Borbón y Sofía de Grecia, estaban haciendo su gira promocional por España, al tiempo que ensalzaban la figura del dictador golpista y genocida Francisco Franco. 

 

Salió un día soleado, y aunque había salido la noticia en el Diario de Ibiza, la mayoría de los trabajadores del hotel no sabíamos nada. Nos enteramos por el director:

 

—Hoy es un gran día, visitan nuestra isla Sus Altezas Reales los príncipes de España, y es intención nuestra que el hotel esté bien representado por sus trabajadores…

 

Tras darnos un discurso «patriótico» De aquella reunión salimos todos los trabajadores del hotel con una banderita, franquista sin pollo; pero franquista, al fin y al cabo.

 

—Ahora todos a mostrar nuestro gran cariño a los futuros reyes de España —nos dijo el director, mientras yo miraba aquel trozo de plástico pegado a un palito de madera de mal pino.

 

Teníamos dos horas libres, y muy contentos, sin saber muy bien el motivo, nos encaminamos hacia la avenida doctor Fleming, uniéndonos a los trabajadores de otros hoteles, algunos coreando antes de llegar, las consignas que les habían dado sus jefes:

 

¡Viva España!

¡Viva Franco!

¡Vivan los príncipes!

Yo era muy consciente del «cariño» que tenía mi madre a los príncipes, al dictador, y no sé si lo pensé o no, pero lo cierto es que, sin tener miedo a la posible regañina de mi madre, como pude me deshice de aquel plástico, dejándolo entre las palmeras del Paseo Marítimo. No resultaba difícil escabullirse, y eso hice. Atento al reloj, me largué a mi casa sin formar parte de aquella parafernalia, seguro de que mi madre aplaudiría mi acción, conociendo sus ideas republicanas. Al llegar a mi casa, contra todo pronóstico, mi madre me riñó duramente.

 

Todavía existía mucho miedo en aquellos postreros años de la dictadura, que creíamos agonizante, y como los Pokémon, evolucionó para cambiar algo, para que todo siguiese igual, la dictadura perfecta, aquella que sus víctimas llegan a creerse que viven en democracia.   Nuestras ideas de libertad se dejaban para la intimidad, como el catalán de Aznar, cual judíos conversos en tiempos de la Inquisición.

 

Al final, supe que estaba orgullosa de mí y como en otras ocasiones terminamos hablando de nuestras cosas y surgió la pregunta sobre la cuestión:

 

— Madre… ¿para qué sirve un rey?

 

Ella me señalo un rincón, en el cual había colocado un jarrón con flores artificiales, viendo que no comprendía lo que me quería decir, se acercó al florero y cogiéndolo me lo puso cerca de la nariz para que oliese las flores, que al ser artificiales…

 

—No huelen, son flores que no sirven para nada, solo adornan… pero no cuestan prácticamente «cuartos», si me costarán un solo duro más de lo que pagué para comprarlo, o tuviese que quitarles pan a mis hijos para mantenerlo, ya la habría tirado a la basura.  Un rey no sirve para nada, un rey es alguien que se le paga toda su vida para que haga de holgazán, por haber nacido de un determinado útero. Y se le paga y mucho, a pensar no da ningún provecho a la nación. Puede ser bonito para mucha gente, muchos de los han ido hoy a aplaudir, estarán realmente emocionados y recordarán este día durante muchos años.  Pero, hijo mío, cuando termine la visita volverán a sus trabajos, a echar 14 horas diarias por un sueldo que no les da para vivir (era lo que se trabajaba entonces en los hoteles). Y aunque no puedan comer ellos gritarán con entusiasmo ¡Vivan los príncipes y viva Franco! Estas flores que no cuestan un real, adornan más que los reyes nos cuestan una fortuna, un rey solo sirve para arruinar un país, como decía tu padre: con ningún rey los pobres nos hemos hartado, como mucho hemos hambreado...

 

Miré el reloj cuando el griterío y los vivas iban bajando de volumen. Salí corriendo de nuevo hasta el Paseo, recobré la banderita franquista y me uní al resto de compañeros.  Media hora más tarde me incorporé a mi puesto de trabajo y durante los próximos días tuvimos que recuperar las horas perdidas dando gritos de admiración a unos príncipes impuestos por un asesino. 

 

Llamaba la atención, según decían, que él, soberbio, ni miraba a la gente, y ella, según dicen, movía la mano como si la tuviese tonta.

 

   Mis compañeros, entre tanta multitud y emoción, por haber visto unos príncipes, «tan guapos» no se habían percatado de mi ausencia.  Todos gritaron enfervorizados, sin pensar en cómo vivían, diciendo lo guapo que era el príncipe y lo bien vestida que iba la princesa. Mientras yo pensando ¿para qué sirve un rey? recordando las palabras de mi madre.

 

Cuarenta y siete años después, todavía hoy me sigo preguntando para qué sirve un rey aparte de para vivir a cuerpo de rey y saquear las arcas públicas. La comparación con el florero la he pensado en muchas ocasiones; pero no me convence, a pesar de la sabiduría campesina de mi madre:

 

 En el florero se gastaba mi madre 3 duros y duraba años, no servía para nada, era un estorbo que no tapaba ni el hueco en que, estaba, pero tampoco requería mucho gasto de mantenimiento, tres duros y pasar el trapo de vez en cuando.  Mientras la monarquía, un rey hay que estar pagándole de por vida, a él y a su familia, sea listo o tonto, honrado o ladrón.  Con lo que recibe, con lo que nos cuesta la monarquía, más de 500 millones de euros anuales, podrían comer muchas familias, habría para pagar todos los desmanes de esta pandemia que está todavía arrasando España, y de la que nos va a costar salir. Por si esto fuese poco, todas las navidades se cuela en nuestra casa siguiendo la costumbre del dictador que le apadrinó, así que en mi casa debo estar atento y apagar el televisor unos minutos antes de las nueve para que no me fastidie las navidades, que termina fastidiándomelas, porque luego todas las televisiones se tiran una semana emitiendo «sus sabias palabras» que otros le han escrito y él se ha limitado a leer, sin venir a cuento, y que hablan de honradez y conductas ejemplares.

 

 

A estas alturas del siglo XXI, con dos reyes y dos príncipes sufridos, me sigo preguntando:

 

 ¿Para qué sirve un rey?


©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar

1 comentario:

  1. Es como usted dice no nos vale para nada también luego para nada y después para nada y siempre los queremos para nada

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