La vida
separó en seco
fué en el
tiempo de la siega-;
la canción
del labio mozo
se trocó en
dura blasfemia
y la hoz
dejó en el surco
una
interrogante abierta.
La vida se
paró en seco
en la ciudad
y en la aldea;
se enfrió el
horno del pan
y sobre el
trigo la muela
se
inmovilizó de pronto
sin acabar
la tarea.
¡Descansó el
macho en el yunque
con un
apagón de estrellas!
¡La vida se
paró en seco
cuajada en
gritos de alerta!
Aulló el
hambre; despertó
husmeó al
aire cargado
de
electrizadas centellas
y un puño
gigante en alto
contó
minutos de espera.
De Este e
Oeste y desde el Norte
al Mediodía
de Iberia
corrió el
"alerta" del paria
al acecho de
sorpresas.
¡Cuidad los
hombres del llano!
Los de la
montaña, ¡alerta!,
los que en
la huerta se afanan,
los que
junio el agua sueñan.
¡Aquí los
descamisados
firme el
puño en la herramienta,
que
herrumbre de viejos hierros
nos amaga
las muñecas!
¡La vida,
toda, tembló
de temerosa
impaciencia!
¡Júbilo de
los esclavos!
Las noches
eran espléndidas;
iluminadas
de rojo
sonoras de
voces. Eran
como esa
canción sin nombre
que el
viento arranca a la selva
sacudiendo
hasta la entraña
del árbol
bajo la tierra.
Eran
crepitar de llamas
despeño de
torrenteras
silbidos
entre relámpagos,
muerte y
vida en recia mezcla.
Y en medio
del torbellino
boca pegada
a la tierra
va un
suspiro.. -Hermano, oye...¬
(Están en
sombra y se aprietan
las manos
tímidamente
sin que ayer
se conocieran).
Mi madre
quedó llorando,
cuando me
marché, de pena,
creída en el
desamparo
si mi muerte
acaeciera.
(Júbilo de
los esclavos,
júbilo! La
bocanegra
del fusil
crea en la noche
una ráfaga
de estrellas).
Y la voz...
-Lleva a mí madre,
si yo caigo,
esta certeza:
que aquí
dejo mil hermanos
valientes
que la defiendan,
hijos de su
misma entraña
aun cuando
no los pariera.
¡Júbilo de
los esclavos! En julio
rojo la
tierra
como un
vientre estremecido
recibió la
siembra nueva.
Lucía
Sánchez Saornil
(Mujeres
Libres, n° 11, dic. 1937, Barcelona)
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