Tiempo de palabras, tiempo de negociar, de hablar y sobre
todo de ser valientes y no unos miserables cobardes, como lo es el rey de los
hunos.
Cuando el tirano desde el atril, frente a los tribunos
presume de las proezas de Atila (desde la pantalla de plasma y con sus sicarios
rodeándole) de haber pisoteado las entrañas de quien inútilmente espera
consuelo, de aplastar la ilusión de aquellos que tienen hundida la mirada en
las bocas hambrientas de sus hijos.
Ellos, sus voceros y secuaces, aplaudían con las manos que
robaron, con aquellas que habían firmado las mayores infamias. Con las palmas
suaves como la cera derretida, aplaudían la miseria y la tortura.
Vi sus caras miserables satisfechas, henchidas de orgullo,
pavoneándose de sus hazañas como grandes gestas, lanzando vítores al tirano,
mientras él, Atila, se postulaba a gobernar en inhóspitas tierras, donde ya no
crece la hierba, ni la esperanza, vanagloriándose de sus logros.
—Yo o el abismo.
Y él, Atila, era la muerte. Su sombra de cuatro años es capaz de oscurecer
el sol de la libertad. Él y sus secuaces violaron hasta de las desdentadas
encías de los ancianos que deben mantener a sus hijos y nietos con sus
pensiones miserables. Mientras se reían
en nuestras caras, claro, que a través de la pantalla de plasma.
No. No es tiempo de dejar pasar oportunidades, ni de circos
de apariencias y postín, ni vodeviles inútiles. Tampoco es cuestión de meter en
la misma cama al león y al cordero, que a buen seguro alguno no verá la
alborada. Recordad que Sherezade sobrevivió a la crueldad del rey, pero antes
fenecieron mil doncellas. Ya no nos quedan vírgenes que ofrecer a los hunos, es
preciso proteger a las no nacidas y también a los varones, porque cuando la
viagra de la injusticia derrama sangre, no distinguen la carne del pescado, ni
los adultos de los impúberes.
Es tiempo de sentarse a hablar, no los cuatro jinetes del
apocalipsis, sino los cuatro que pueden vencer a Atila, que pueden devolver la
esperanza. Es tiempo de la palabra, no de las bravuconadas, no de embestir, ni
de ladrar, es tiempo de hablar.
Quienes no trabajamos, quienes pasan hambre, quienes no
tienen casa, no podemos esperar más, o aceptamos sumisos la sodomía criminal o
tomamos el mando, las víctimas de Atila, no admitimos espera.
De los cobardes nunca se dijo nada, y menos si son unos
miserables que ocultan sus intenciones bajo un peluquín teñido.
Vosotros que os reclamáis representantes del pueblo…
¿Sois también unos cobardes? ¿Tanto miedo tenéis a Atila y
sus secuaces?
Tenéis el pueblo detrás.
¿A qué coño esperáis para sentaos a negociar en lo que
estáis de acuerdo?
Agüemos la fiesta a Atila y sus secuaces.
Cuadro :La fiesta de Atila, cuadro del pintor húngaro Mór
Than.
Gracias Benito.
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