Dedicado
a todos quienes, como mi abuelo Felipe López, sufrieron en el Penal de
Chinchilla de Monte-Aragón, o cualquier otro penal, la privación de libertad
por el simple hecho de pensar diferente.
Escribir,
sí escribir,
escribir
para ser voz,
escribir
para ser memoria,
Sí,
escribir,
escribir
para ser aliento, abrazo y beso,
Escribir
el dolor,
que no
vimos y sufrieron.
Escribir
el beso que no llegaron a dar,
pero
que se echó de menos,
se
echa de menos
en
cada recuerdo,
en
cada latido.
Escribir
las ansias de libertad,
de
aquellos a los que les arrebataron la primavera,
y
queriendo volar,
vieron
el cielo desde el infierno.
Escribir,
doliéndome
el alma,
sin
entusiasmo ni ganas,
sobre
una barra de hielo,
más
ardiente que el corazón de los verdugos,
más
fría,
que
las palabras que no se dijeron.
Escribir
el amor que no se llegó a consumar
entre
sábanas de libertad pisoteada.
Escribir,
para
que los nombres no se borren de la memoria,
Escribir,
para que su recuerdo y mi memoria,
estén tan cerca,
amor mío,
como mis labios de tu boca.
Escribir,
para
resucitar la palabra,
no
cualquier palabra,
por
hermosa que sea,
no la
palabra huera,
no la
palabra por la palabra,
sí la
palabra como puño cerrado,
como
beso de amor en los labios,
como
abrazo al hijo,
a la
madre,
al
hermano,
al
padre,
al
amigo o el compañero,
la
palabra como argumento,
la
palabra como arma.
La
palabra de aquellos
que no
pudieron decir te quiero,
la
palabra de aquellos,
que,
amando la libertad,
respiraron
el aire a través de oxidados barrotes.
Escribir,
sí escribir,
hasta
el último aliento antes del último beso,
después
del último te quiero,
justo
un instante antes,
del
penúltimo recuerdo.
Escribir,
sí, escribir,
no
para abrir heridas,
no
desde el odio de la revancha,
sino
desde el amor,
para
que su recuerdo y mi memoria,
estén
tan cerca,
amor
mío,
como
mis labios de tu boca.
©Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar
P.D. Poco a
poco, voy conociendo a descendientes de compañeros de mi abuelo, Felipe López,
hijos, nietos o bisnietos, que en la mayoría de los casos no vivieron para
contarlo, y que cuando salieron del penal de Chinchilla de Monte-Aragón, fue
para morir ante un pelotón de fusilamiento. De lo que allí se pasó, muy pocas
de las víctimas vivieron para contarlo. Hasta a las mismas autoridades
golpistas avergonzaron las atrocidades que allí se cometieron, hasta el punto
de derribar el penal en los años cincuenta del pasado siglo. Creo, sé, que
estoy en deuda con mi abuelo Felipe López, por eso le puse su nombre al
protagonista de Magdalenas sin azúcar, pero también estoy en deuda con todos
sus compañeros, y me estoy planteando, hacer una presentación de Magdalenas sin azúcar en ese Castillo. Mientras tanto, no dejaré de intentar dar voz a quienes
se vieron privada de ella.
Paco Arenas
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