martes, 14 de abril de 2020

Hilos de esperanzas rotas (extracto)




Siempre nos quedaran hilos de esperanza para unirlos y hacer coser nuestra bandera…

María se acerca a la puerta que sube a la cámara y ata la cuerda del picaporte al cáncamo de la pared. Se abraza fuertemente a Felipe.

—Nos vamos, nos vamos, nos vamos a la República Argentina, a México, a donde sea, pero nos vamos —le dice sin dejar de besarlo.

Él se abraza a ella, las lágrimas resbalan por sus mejillas, la besa como aquella primera vez junto al viejo molino de viento, fundiendo sus labios, sus cuerpos en un abrazo intenso. Cuando el beso termina, se separan y se miran fijamente a los ojos, los dos están llorando.

—Nos echan —dice él—, nos echan, han ganado, ahora sí estamos vencidos de verdad...
—Te equivocas —contesta ella como un susurro—, nos vencieron, pero no nos rendimos, siempre nos quedaran hilos de esperanza para unirlos y hacer coser nuestra bandera…

—Hablas como tu padre…

—Son palabras de mi padre, decía que los pobres podíamos ser vencidos, pero nunca debíamos perder la esperanza, nunca deberíamos decir ni pensar que estábamos derrotados, que mientras haya un hilo que se pueda unir a otro… Aunque nuestra bandera esté pisoteada por las botas del enemigo, siempre debemos tener la esperanza de comenzar a tejer una nueva bandera de la libertad y emprender de nuevo el camino de la lucha…

—Buen hombre —musita él.

—Buen hombre —repite ella.

Lo vuelve a besar y abrazados se buscan y se pierden en la penumbra del cuarto, sobreviven a la oscuridad mientras un trueno anuncia que se avecina una nueva tormenta. En la cámara se escuchan las risas de sus hijas jugando, ajenas a la tragedia. Felipe se duerme viendo los copos caer sobre la repisa de la ventana. María permanece despierta abrazada a él, piensa en tierras lejanas donde comenzar una nueva vida. Tiene miedo, sabe que no será fácil comenzar a vivir en una tierra extraña, por mucho que de igual forma, se hable la lengua de Castilla. Será difícil dejar atrás su patria, aunque en el nombre de ese país esté la palabra que les gusta unir al de España: república.

—República Argentina —musita.

Entonces escucha la voz de su hija mayor gritar:

—¡Padre, madre… ¡Padre, madreeeeee!

Se desprende del brazo de su hombre, que reposa sobre su pecho, se coloca la toquilla por encima de las enaguas y acude a abrir a las chiquillas, que asustadas se han cansado de jugar y reír, encontrándose con la puerta cerrada. Sobre los hombros de la mayor hay una bandera de tres colores. María palidece al verla, intenta disimular.

—Madre, mire usted qué toquilla tan rara, no tiene flecos —dice la chiquilla como si hubiese encontrado un tesoro.

—Sí, un poco rara, pero bonita —No puede evitar reír.

María prepara la cena a las niñas, para después acostarlas, quedarse a solas con sus recuerdos.
Cuando todos duermen aprieta contra su pecho la bandera, permanece a ella abrazada un buen rato mientras las lágrimas corren libremente por sus mejillas. Pronuncia el nombre de su padre, de su madre, de todos y cada uno de sus hermanos, coge las tijeras para dividir la tela por colores. No pretende cortarla, sino descoserla. La bombilla apenas alumbra, pero María no suele encender las velas. Sin embargo, coge el candelabro que hay sobre la cornisa de la chimenea y enciende las tres velas. Echa sarmientos y troncos al fuego, la estancia se ilumina, nota cómo la flama le quema la cara y debe retirarse de la chimenea. Comienza a descoser las franjas de la bandera humedeciéndola con sus lágrimas, que se secan rápidamente por el calor de las llamas. Se le pasa por la cabeza quemarla, sin embargo, pacientemente, va deshilvanando los hilos, uno a uno, sin prisas, piensa en qué color echará primero al fuego: primero el rojo, después el morado o tal vez el amarillo. 

«¿Cómo voy a echar el amarillo con el escudo bordado por mi hermana? Sería como echar la bandera entera», piensa mientras se estremece. No es solo una bandera, es su memoria, sus padres, sus hermanos. Se muestra indecisa con el amarillo. «Debo hacerlo, la pueden encontrar», hace el gesto de echar la bandera completa al fuego sin terminar de descoserla. 

Ante sus ojos llega aquella tarde de lunes del mes de abril, en Valencia, cuando su padre se presentó con los tres trozos de tela que había comprado en los almacenes España de la calle del Mar.

—Concha, manos a la obra, que me han vendido el último trozo de tela morada que les quedaba, todos se han vuelto locos…

En sus recuerdos puede ver a su madre moviendo la cabeza al tiempo que quita la capucha al cabezal de la máquina de coser y en poco más de media hora está la bandera cosida.

Al día siguiente toda la familia y miles y miles de valencianos, estaba en la Plaza de Emilio Castelar celebrando que el rey se había marchado. Se seca las lágrimas con la bandera al recordar cómo años más tarde su hermana Concha decide bordar el escudo. No, no será capaz de quemar aquella bandera de España, ninguno de sus tres colores, no fue capaz cuando entraron los nacionales en Juncos, menos ahora que queda tan lejos la guerra. Termina de descoserla. Ya pensará el modo de guardarla en un sitio seguro. Además, ella sabe que todavía hay algo más peligroso en su poder que aquella bandera. 

«No la debía haber descosido, lo mismo me da que me maten por una cosa o por dos, yo me echaré toda la culpa, nadie más la tiene», piensa ahora.   Al rato piensa todo lo contrario. Cree que ha perdido el juicio, pero es tanto el dolor que lleva en su corazón que no comprende cómo es capaz de sonreír a pesar de todo. Al final termina guardando los tres trozos debajo del colchón de la cuna de su hija Concha. Al día siguiente buscará un lugar seguro, en el mismo en el que tiene la máquina de escribir.

 —Concha la cosió, Concha la bordó y Dios quiera que Concha algún día la vuelva a coser —musita y sonríe imaginándose a la pequeña Concha, hecha una mujer, cosiendo la bandera—. Siempre quedarán hilos de esperanza para unirlos y hacer una bandera nueva y el día que lo hagas, te acordarás de tu abuela, de tu tía y de tu madre —le dice a la chiquilla dormida, como si pudiera escucharla, y de haberla escuchado como si pudiera entenderla.

©Paco Arenas
©Hilos de esperanzas rotas – Magdalenas sinazúcar (extracto)

Puedes adquirirlo a través del autor o en Amazon.es





No hay comentarios:

Publicar un comentario

Tal vez también te interese:

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...