martes, 22 de febrero de 2022

¿Fracaso el golpe del 23F? 29 de enero de 1981, los preparativos del golpe en Melilla (1ª Parte)

 


¿Fracaso el golpe del 23F? del 29 de enero de 1981 al 17 de febrero, los preparativos del golpe en Melilla (1ª Parte)

 

El 29 de enero hizo 41 años de la renuncia a la presidencia del gobierno de Adolfo Suárez. Poco más 26 días después se producía un presunto golpe de Estado, del cual hay muchos cabos sueltos, o nudos muy bien atados. También la fabricación de un héroe de ficción y de una gran estafa democrática. hay muchos cabos sueltos que se pueden atar, que de hecho ya se están atando.  Lo que a continuación sigue fueron hechos vividos en primera persona, que al principio no relacioné, éramos muy cándidos, por no decir idiotas. 

Creo que todos deberíamos hacer memoria, leer lo que se escribió, en el extranjero, el informe de la embajada alemana, el libro del coronel Martínez Inglés, para terminar, preguntándonos si realmente fracaso el golpe de Estado del 23-F de 1981, o si realmente fue un golpe, un autogolpe o un guion de película para hacer del heredero de un golpista dictador un héroe de película de Hollywood. Lo que relato a continuación, como ya he dicho, lo viví en primera persona junto a otros muchos soldados.

 

Mi conclusión es que Suárez fue una víctima inocente, no así otros.  Deberían servir de pista sus palabras:

 «No quiero que el sistema democrático de convivencia sea, una vez más, un paréntesis en la historia de España». 

El presunto golpe de Estado fue algo que se estaba fraguando desde hacía tiempo.  A mi entender Adolfo Suárez no estaba de acuerdo con él, puedo estar equivocado.  Tuve la oportunidad de verlo en persona aquel 29 de enero de 1981, y lo que vi, literalmente fue un cadáver y no solo político...

 

 La memoria siempre es frágil y antojadiza, a pesar de ello, mirando las cosas con perspectiva desde el presente, se llegan a comprender cosas que en los momentos en que los acontecimientos tienen lugar pasan desapercibidas ocultas arrastradas por los mismos.

 

El 29 de enero de 1981, dos de las tres banderas legionarias de Melilla formaron en el fuerte de Rostro Gordo, para recibir la visita del entonces presidente del gobierno Adolfo Suárez.  La visita estaba prevista a las 3 de la tarde.  Nos hicieron vestir con el uniforme de gala de la legión, en manga corta y con el pecho descubierto en pleno mes de enero. El frío helaba hasta las pestañas aquel día en Melilla la temperatura primaveral se había marchado de vacaciones.

 

 El presidente del gobierno llego sobre las seis de la tarde en helicóptero, que aterrizo allí mismo en la explanada del fuerte.    A esas alturas de tarde estábamos helados y tiritando, para combatir el frío nos hacían desfilar a paso legionario a intervalos, el problema es que sudábamos y al pararnos el aire frío nos helaba los riñones. Muchos de quienes estábamos en la explanada en los días posteriores cayeron enfermos.

 

Cuando Adolfo Suárez pasó revista a las tropas, como ya he dicho me pareció ver a un auténtico cadáver, políticamente ya lo era, vi a un hombre pálido como la cera, acartonado y totalmente demacrado. Podría decir que sus ojos mostraban la misma preocupación o desesperación que muestra una madre cuando le dicen que su hijo va a morir por una grave enfermedad.

 

Muchos años después supe que el día 22 de ese mismo mes de enero, Suárez fue citado por el Rey para almorzar en La Zarzuela. compartiendo mesa y mantel con significados comensales:

Los tenientes generales Milans del Bosch, González del Yerro y Merry Gordon, responsables militares, respectivamente, de Valencia, Canarias y Sevilla.

Según noticias aparecidas en diarios extranjeros, los tres llevaban tiempo quejándose de la situación española y no ocultan su apuesta por un golpe de timón para enderezar la vida política española. Suárez estaba al tanto de sus conspiraciones y el rey también. El presidente no aceptó las imposiciones del monarca y de los militares golpistas y fue obligado a dimitir.

 

Aunque Suárez intentó exculpar al rey, según Moran:

 «El Rey no solo se lo había pedido, sino que había presionado para que dimitiera, pues los militares amenazaban con un golpe de Estado si Suárez no abandonaba la presidencia. El objetivo era formar un gobierno de concentración, presidido por Alfonso Armada, que incluso contaba con la aquiescencia de los socialistas.»

Terminada la parada militar, fuimos muchos quienes comentamos el aspecto demacrado del presidente del gobierno.  No estaría en la explanada de Rostro Gordo más allá de cinco minutos, el tiempo necesario para un rápido desfile legionario. Inmediatamente se marchó de regreso a la península. Doy por sentado de que el encuentro fue breve, puesto que antes de llegar a la Bandera escuchamos el ruido del helicóptero.

  Entonces no comprendí el motivo de aquella extraña visita a la guarnición de Melilla, la cual no fue publicitada de ningún modo. Al día siguiente, cuando bajamos a Melilla, nadie sabía nada de la misma. Tampoco fue recogido por los medios de comunicación nacionales, alguna referencia hay, pero mínima.

 

   Por otra parte, si el discurso de la dimisión como presidente del gobierno lo grabó por la mañana del día 29 de enero, ese día no supimos de la visita, hasta la hora de comer, si la visita estaba prevista para las tres de la tarde y no llego hasta pasadas las seis de la tarde, mi conclusión es que no fue a la guarnición de Melilla la única que visito en aquellos días previos al golpe de Estado, que fueron varias.  No tenía sentido una visita como aquella en un día como aquel, para presenciar un desfile de menos de cinco minutos.

 

Unos días antes de aquella extraña visita, según el calendario previsto, nos anunciaron que los legionarios de primer reemplazo de 1979, al cual pertenecía yo, deberíamos entregar la ropa militar el día 2 de febrero para licenciarnos el día 4 del mismo mes. Muy contento llame a mi madre para comunicarle la noticia, diciéndole que me iría directamente para mi pueblo, a Pinarejo, donde el día 5 febrero, Santa Águeda, comenzaban las fiestas patronales.

 

 Llegado el lunes 2 de febrero, comenzamos a preparar toda la ropa militar para entregarla por la tarde en guarnecería.  Los legionarios licenciados, ese día ya no participamos en la instrucción, dedicando la mañana a limpiar nuestras armas reglamentarias para entregarlas al cabo furrier.  Sobre las doce de la mañana se presentó un teniente de apellido, que prefiero omitir, le llamaremos teniente Rubio, y nos comunicó que no nos licenciamos, que nos marchábamos de maniobras a la península y que los veteranos y sobre todo los tiradores, como era mi caso, éramos necesarios para participar en las maniobras. 

 Pensamos que se trataba de unas palabras surgidas de un colocón de la hierba que se había fumado, algo habitual en él.  No tenía sentido, era algo más que extraño.  Siempre cuando debíamos marchar de maniobras lo sabíamos con un mes o dos de antelación. Cuando se marchó el teniente comenzamos a bromear sobre el asunto, nos reímos con ganas, pero solo durante unos minutos, a paso ligero llego el resto de la compañía que se encontraba haciendo instrucción, lo hizo más de una hora antes de lo previsto, confirmando los mandos lo dicho por el teniente.

Sin darnos tregua ni permiso para avisar a nuestras familias comenzamos la frenética preparación de todo lo imprescindible para llevar a cabo las maniobras, en todos aspectos diferentes a las habituales.  Lo que más nos extrañó fue la cantidad de munición y explosivos, infinitamente mucha más de lo normal. Para ser unas maniobras improvisadas, fueron varios camiones los que se cargaron, según me dijeron los legionarios que participaron en la carga. 

Por otro en lugar de entregar nosotros la ropa, nos entregaron un equipaje de camuflaje y tiendas de campaña, también de camuflaje. Ahora el uniforme de camuflaje es habitual en el ejército, entonces solo lo utilizaban los legionarios paracaidistas. Nosotros vestíamos de verde claro o legionario.

Con todo esto a las siete de la tarde/noche estábamos en el barco que nos llevaría a Almería, donde fuimos a un acuartelamiento que se encontraba a las afueras de la ciudad. Sin apenas dormir, en plena de madrugada nos llevaron a una zona del desierto almeriense cercano a un pueblo que se llama Campo Hermoso.  El martes 3 de febrero por la tarde nos dejaron ir a dar una vuelta por el pueblo. Algunos aprovechamos para llamar a nuestras familias y comunicarles la mala nueva, que no sabíamos cuándo seriamos licenciados.

Las maniobras salvo un día que fuimos a tirar granadas de mano y otro día hicimos ejercicios de tiro, algo que hacíamos de manera asidua en Melilla, consistieron en ir por la noche de un lado a otro, cambiando la ubicación continuamente.  Auténticas palizas para los pies, yo tuve suerte al estar en defensa contra carros y las marchas la realizaba sobre el vehículo del CSR (Cañón Sin Retroceso).  En contrapartida nos tocaba hacer la primera guardia de la noche, ya de madrugada.

Algunos días comíamos de caliente, los menos. La mayoría de los días la comida era enlatada.  Y lo más extraño, muchos eran los días que para cada cuatro legionarios nos daban una botella de medio litro de coñac o de anís, algo bastante peligroso, teniendo en cuenta que íbamos armados hasta los dientes.  No ocurrió nada afortunadamente.

Los días los pasábamos aburridos, algo de instrucción, pero ni siquiera la cuarta parte que en el cuartel. Lo peor era incertidumbre, porque si algo sabíamos era que aquello no eran maniobras normales. No se va de maniobras para estar mano sobre mano, o jugando a las cartas  y armados con munición real.  Por más que intentábamos averiguar, no nos daban ningún tipo de explicaciones.  Los únicos que parecían tener una actividad intensa eran los altos mandos, que permanecían mucho tiempo reunidos, de vez en cuando llegaba algún helicóptero, pero no sabíamos ni quién sí,  ni quién no.

 

   Cada vez la monotonía era mayor, nos extrañaba esa falta de inactividad, esas «maniobras» que solo consistían en estar ocultos durante el día sin hacer nada, como si estuviésemos de vacaciones y andar por la noche hacia otro punto sin razón alguna.

  En ocasiones notábamos nerviosismo en los mandos.  En dos ocasiones nos reunieron.  La primera para darnos un discurso «patriótico» en el cual se nos invitaba a derramar la sangre por Dios, España y el rey.    En la segunda ocasión, el 17 de febrero de 1981, después de una nula actividad entre la tropa y muchas idas y venidas entre los mandos y un trasiego todo el día de helicópteros que llegaban y se iban al poco tiempo. Finalmente, el teniente coronel del Tercio Gran Capitán nos arengó con un nuevo discurso patriótico, en esta ocasión leído.  En líneas generales nos volvió a decir lo mismo, que debíamos estar dispuestos a derramar hasta la última gota de nuestra sangre por España.  Nos dio las gracias por nuestra «entrega generosa a la patria», a la bandera y a su católica majestad. Algo maldije por el hecho de haberme fastidiado las fiestas de Santa Águeda.


Unas horas después llegaron camiones que nos trasladaron al puerto de Almería y de ahí al barco, barco que, al día siguiente, sin demora nos devolvía a quienes debíamos habernos licenciados el día 2 de febrero al puerto de Málaga el día 18, sin apenas darnos tiempo a preparar nada, ni siquiera, entonces algo muy común por ser Melilla puerto franco, a comprar algo de electrónica, tabaco o güisqui. En mi caso no fumaba ni bebía, pero por llevar algo a la familia.

 

De esto saco tres conclusiones con este relato que se ajusta a la realidad:

  La primera, que el golpe de Estado no se improvisó de la noche a la mañana, que Suárez en persona recorrió distintos acuartelamientos, en mi opinión para sopesar los apoyos militares y políticos que tenía, y que posiblemente por no decir seguro, estaba en contra del mismo.

   La segunda, que el entonces capitán general de la II Región Militar, en principio, apoyó el golpe y por desconocidas razones, después se volvió atrás.

La tercera, que, por las pruebas aportadas, tanto por la embajada alemana, como por diversas fuentes, tuvo bastante de autogolpe.

 

Ese golpe escenificado por Antonio Tejero y Miláns del Bosch en su versión más cutre, no fracasó, sino que posiblemente fue un gran éxito, consiguió sus objetivos, generando un clima de miedo y adhesión a un héroe que nunca existió.   Quienes lo impulsaron triunfaron y vieron cómo se llevaba a la práctica sus «recomendaciones» principales y su católica majestad quedaba como un «héroe nacional», eso sí, con varias horas de retraso.

 

Mañana: ¿Fracaso el golpe del 23F? La gran estafa. 2ª parte

 

Paco Arenas, autor de «Magdalenas sin azúcar» y «Águeda y el secreto de su mano zurda», entre otros libros. 

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