lunes, 10 de junio de 2019

Los gritos de las cunetas



A las cuatro menos diez, los relojes se pararon en el Tribunal Supremo, transformándose, una vez más, en una Suprema Vergüenza, en una gran charca donde el lodo ganaba cada día más terreno. Mientras, del fondo más profundo de las cunetas se puede escuchar, de nuevo, los gritos de dolor de todos los asesinados en los paredones de España dejando un halo de dolor inmenso en el corazón de las gentes honradas.

De las cunetas surgieron amapolas rojas, que con inusitada virulencia y determinación sobrepasaron el nivel de las espigas de trigo esperando ver la bandera de la libertad y la dignidad ondean en las instituciones, de inmediato se marchitaron de asco y vergüenza, al comprobar la cobardía y la desmemoria de sus nietos.

Las estridentes risas de los asesinos retumbaron, tal y conforme las escucharon sus víctimas, las niñas y mujeres violadas, los arrojados vivos a los barreros, los asesinados por la espalda, los asesinados de frente, los muertos de hambre, o de tuberculosis no atendida, también asesinados, como Miguel que intenta entonar sus vientos del pueblo, y al escuchar la sentencia de la Suprema Vergüenza, le entran ganas de llorar sin necesidad de volver a escribir Las nanas de la cebolla.  Y con él,  lloran todos los poetas muertos, o mejor aquellos que nunca morirán, se escucha el lamento de Federico, no por su asesinato en manos de canallas, sino por los cobardes hijos de España, de Colliure, Antonio, el poeta de los poetas pide a los sepultureros que aparten de su lápida tan indigna corona de flores, lo mismo ocurre con don Manuel desde  el cementerio de  Montauban,  el legítimo y último jefe del Estado elegido democráticamente en los últimos ochenta años, vomita por la afrenta de ver los colores de los golpistas sobre su tumba, desde su interior, parece gritar «para este viaje no son precisas alforjas», que así de nada sirven los homenajes si mantenéis todas las herencias del usurpador genocida en sus palacios, les rendís pleitesía con vergonzante desvergüenza.

A las cuatro menos diez la sangre de los inocentes tiñó de rojo las togas de los prevaricadores jueces del Supremo, que rendían pleitesía al sanguinario asesino, una vez más. Mientras tanto, a esa hora, a las cuatro menos diez, comienza la siesta de los que siempre estuvieron dormidos, sigue la infamia perpetua en un país que fue ejemplo de furia y ahora de vergonzante sumisión. El nudo criminal, sigue atado y bien atado…

Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar, la novela  que según  algunos profesores de historia deberían leer los jóvenes y todos quienes quieran conocer la verdad. 

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