En mis casi cuarenta años de vida laboral nunca he sentido
eso que llaman síndrome postvacacional, siempre he tenido asumido de lo
importante que era un periodo de vacaciones para desconectar de la rutina y la
presión que supone el trabajo diario y las responsabilidades que ello conlleva,
pero también que el regreso a la actividad es necesario no solo económicamente,
con lo que supone el mantenimiento de la familia, el hogar e incluso los
caprichos que cada uno de los miembros de la familia pudiese tener, y como no
para el buen funcionamiento del país en que a uno le ha tocado vivir y que con
sus defectos y virtudes ama, a pesar de saber que a lo largo de su historia,
este país llamado España, merced a sus ineptos y en muchas ocasiones tiránicos gobernantes,
como en el momento actual que se dan ambas circunstancias, ha sido para los
ciudadanos la peor de las madrastras que pueden tener los mismos.
Los últimos días de vacaciones sentía añoranza por volver al
hogar, por ver a los compañeros, por de nuevo estar en el tajo, no por
levantarme todos los días a las cinco de la mañana, que en mi caso, varia poco,
pero sí por ser útil, sentirme útil a mi familia y a mis país, y para mantener
a la gran cantidad de parásitos que tenemos a nuestro cargo, desde asesores
designados a dedo, políticos inútiles sin criterio propio que votan o hacen lo
que les dice el partido, hasta la peor de las castas la Casa Real, institución sin
beneficio alguno para la sociedad y que tiene como única misión vivir todos sus miembros a cuerpo de
rey de por vida.
Como trabajador fui bastante afortunado, dieciocho años como
tabernero habían hecho que económicamente fuese más o menos desahogado, me
había comprado hasta un apartamento en Marina del Horror, que tal vez un día me
robe el banco, a pesar de haber pagado ya dos veces su valor actual. Nunca pertenecí a la llamada eufemísticamente
clase media, aunque otros con menos motivos se consideren como
tales. Yo siempre me he considerado,
incluso cuando tenía otros trabajadores a mi cargo, clase trabajadora, siempre
he estado orgulloso de mis orígenes campesinos y he tenido claro que hay dos
tipos de personas, quienes viven del sudor de su frente y quienes viven del
sudor del de enfrente y por tanto esas dos clase se podían llamar también clase
trabajadora y clase parasitaria.
Lo dicho nunca tuve síndrome postvacacional, ni nada
parecido, y este año por primera vez, he sentido algo, un malestar psicológico
que ya había sufrido a lo largo de este año y medio que estoy desempleado en
más de una ocasión, ante la impotencia de buscar trabajo y no encontrarlo, de
ver al primer ministro y a sus acólitos, salir diciendo mentiras como bellacos,
inventándose temas y problemas que solo sirven para ocultar su ineptitud política
y su vileza moral, tahúres del tres al cuarto que sueñan con emular a otros líderes
fascistas y que se llenan asquerosa boca
de una palabra que no conocen ni su significado, como bastardos hijos de un
liberticida, llaman democracia a la “cleptocracia” endémica, mientras quien
dicen que está “muy preparado” no demuestra esa preparación, intenta pasar desapercibido
y le deja hacer al gobierno de
presuntos, no vaya a ser que a los ciudadanos le identifiquen mucho con él y se
empeñen en mandarle a donde mandaron a su bisabuelo con semejantes motivos y
tal vez con bastante menos que se debería haber mandado a su padre hace muchos
años.
Si me siento muy mal, estoy como ausente, repartiendo currículos
a diestro y siniestro, viendo como de cada diez sitios que visito seis ni me lo
cogen, los otros cuatro, lo hacen por compromiso y cuando voy al INEN, me dicen
que con mis años me olvide de trabajar ya. Y me siento mal, de saber que a
pesar de tanta mentira, de tanto abuso, de ver como algún amigo ha encontrado
trabajo en el que le aseguran 25 horas a la semana, trabaja 60 y le pagan
ochocientos euros y encima dando las gracias y recibiendo amenazas de que
si no está conforme hay 3000 esperando.
Así que cuando salen hablando de datos macroeconómicos, de
que España es el motor de Europa y otras embusteras sandeces, solo me dan ganas
de decirles, emulando a Labordeta:
¡Váyanse ustedes a la puta mierda!
Con ello no consigo nada, pero parece que me quedo mejor.
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