
El gobierno legitimo de la República, para evitar la destrucción de los principales monumentos de Madrid, los protegió del mejor modo que pudo, a base de ladrillos, arena y sacos, haciendo alrededor de los mismos auténticos monumentos, después del uno de abril, después de aquel parte de guerra que resonó, golpeando como martillos en el cerebro de los perdedores durante muchos años: “En el día de hoy, cautivo y desarmado el Ejército Rojo, han alcanzado las tropas nacionales sus últimos objetivos militares. La guerra ha terminado”. Quienes intentaron y lograron salvar los monumentos o estaba en la cárcel, habían muerto en la guerra, habían sido asesinados ante un pelotón fascista o huido al extranjero. La falta de perjuicios de los dueños de de los destinos de España, les llevo a utilizar mano de obra infantil en muchos casos para desenterrar aquellos monumentos, en ocasiones disfrazándolo de juego, pero en realidad no lo era. Más cuando muchos eran hijos de los vencidos, eran hijos cautivos,desarmados y sin esperanza en una España gris. El ver esta foto, llena de tristeza me ha inspirado este triste relato:
Primero se llevaron a sus padres, ellos vieron como uno a
uno se los llevaban, en ocasiones a sus hermanos, hermanas y hasta sus madres, vieron
a guardias civiles, carabineros y falangistas llegar a sus casas, entrando con sus
fusiles hasta en los cuartos donde dormían los niños.
Ahora demostrando la sin piedad de quienes decían adorar a
un Dios justo, venían a por los niños, niños
que vivían con sus abuelos y familiares cercanos. Muchos se habían quedado huérfanos,
durante la guerra o al final de la misma, conocieron lo que era la rabia de
saber que una mañana al llegar sus madres, sus abuelos de visitar a sus padres
o madres, regresaban con lágrimas en los ojos sin poder siquiera expresar su
dolor en forma de rabia, tras decirles las muy católicas autoridades, que sus
padres, hermanos o madres habían sido asesinados, puestos ante un pelotón de
fusilamiento por el simple hecho de soñar con ser libres, que querer vivir en
libertad. Ahora llegaban a por ellos, niños de entre trece y diecisiete años.
Los falangistas llegaron bien de mañana, dando fuertes golpes en la puerta. La anciana abrió temerosa, sin darle tiempo a
apartarse entraron en tromba en la casa con sus fusiles, cayendo la pobre mujer
en el suelo, ante las risas de los intrusos.
-
Carmelo García
¿dónde está ese hijo de puta?- Preguntaron como único saludo.
La anciana horrorizada, no sabía que responder, Un
falangista le puso el fusil en la boca.
-
Dónde está ese hijo de puta o te arranco de un
tiro los cuatro dientes que te quedan.
Desde una habitación llegaban sollozos infantiles, se abre la puerta apareciendo una mujer con aspecto
enfermizo y un niño de unos catorce
años, tras ellos se podía ver asustada una niña de no más de diez y otra que no
tendría los cinco.
-
Está muerto, lo fusilaron hace tres días en Atocha.-
Dijo la mujer en un tono apenas audible.
-
Por algo sería.- Dijo el falangista que parecía
dirigir el grupo. Luego mirando al niño, le pregunto: ¿Tú cómo te llamas?
-
Carmelo García. – Dijo el niño asustado.
-
Pues ya está,
te vienes con nosotros, es a ti a quien buscábamos, el hijo de puta eres tú. – espetó el
falangista, soltando una carcajada, coreada por quienes estaban a su lado.- tu
padre enterró la Cibeles, tú la desentierras.
A la madre le brillaron los ojos de rabia, el niño apretó
los puños y miro casi desafiante al falangista, ambos se encontraron con un
fusil en la cara.
-
Cuidado… ¿Conocías a Gregorio Díaz? Se le ha ido la boca cuando le hemos ido a
buscar y bueno…Supongo que a los hijos de los rojos también los entierran…
Con un gesto, el falangista apartó a la madre, sacando de un
empujón al niño, que permanecía con los puños cerrados y cara de asustado. La
abuela, que se había levantado, intentó salir con el chiquillo pero un nuevo empujón la tiró
contra el suelo, otro falangista cerró la puerta, para luego volver a abrirla,
era vecino de la corrala.
-
Tranquilas, no le pasará nada, como mucho le
saldrán callos en las manos, yo me ocupo de que vuelva sano y salvo. – Dijo
cerrando de nuevo la puerta.
Bajaron a la calle donde otro grupo de falangistas mantenían
secuestrados a otros ocho niños, de entre doce y quince años. Carmelo conocía a
todos, eran amigos o conocidos, todos ellos tenían algo en común, eran hijos de
albañiles y sus padres habían muerto en la guerra o fusilados ante un pelotón
de ejecución. Todos tenían cara de
asustados, algunos con lágrimas en los ojos, otros con gesto de rabia o circunstancia. En la calle a cierta distancia, madres y
hermanas permanecían retenidas por un numeroso
grupo de falangistas y soldados, llorando con cara de espanto y dolor.
-
Vamos, hay mucho trabajo por delante. – Dijo el
falangista que parecía liderar el grupo.
Carmelo miró hacia atrás, viendo salir a su madre, hermana y
abuela por la puerta, al tiempo que eran conducidas junto al resto de mujeres
que lloraban al final de la calle. No
fue necesario caminar mucho, llegaron a la explanada, donde todavía permanecía
oculta la diosa Cibeles, protegida durante la guerra por la Junta de Protección del Tesoro Artístico del
Gobierno de la República, al igual que la vecina fuente de Neptuno, y otros
monumentos , con la intención de protegerles de los salvajes bombardeos
franquistas y nazis. La diosa, con su
corona mural, similar a la del escudo constitucional de la República, había
sido protegida con muros de ladrillos,
rellenos de arena; un perfecto búnker que evitó su destrucción. A los pies de la bella tapada, se acercó un obrero con unas palas.
-
Son vuestras. – Dijo el jefe falangista, al
tiempo que entregaba las palas a los muchachos.- Vuestros padres la enterraron,
vosotros las desenterráis. Así es la
vida, los hijos deben asumir los errores de sus padres…
Subieron sobre la diosa, y comenzaron el trabajo de
desenterrar la bella tapada, primero quitaron los sacos terreros, para luego
con palas y listones comenzar a retirar la arena - sabiendo que cada pala de arena que retiraban de encima de la diosa, era una palada de arenas con la que enterraban la libertad de España, su propia libertad - ante la atenta mirada de los verdugos del
nuevo Régimen que se cimentaba con la sangre de sus padres y de tantos otros
que soñaron con la libertad. Había pasado apenas una hora, con la cabeza de la
diosa ya al descubierto, cuando se presentó un fotógrafo, que pasaba por
allí, para inmortalizar el
acontecimiento. El jefe de los
falangistas, les hizo bajar y los reunió antes de la foto.
-
Ahora, quiero que todos levantéis bien la mano,
saludando a la nueva España y gritando viva Franco, ay de aquel que no lo haga, estoy seguro que no querréis.- dijo señalando
a sus madres, hermanas y abuelas, que contemplaban los acontecimientos desde la
distancia. – que vuestras madres vayan mañana también de entierro no solo a acompañar a la madre de Gregorio Díaz, sino al vuestro.
Gregorio había sido el mejor amigo de Carmelo, recordaba al padre del mismo el día en que
fue a buscar al suyo, para un trabajo especial, cubrir la diosa Cibeles, para
que se salvara. Miró buscándole entre sus compañeros de trabajos forzados,
efectivamente no estaba allí, estaba claro, era cierto que le habían
matado, escrutó uno por uno a cada uno de sus compañeros, como buscando un apoyo que sabía que no se produciría, vio en sus ojos el mismo miedo que él sentía. Por unos instantes quiso demostrar valentía, la dignidad que le había enseñado su padre, pensó en alzar el puño y
gritar “¡Viva la República”!, como en
tantas ocasiones había hecho con entusiasmo al lado de su progenitor, al lado de su
amigo Gregorio, ser un valiente como seguro él lo había sido, por eso estaba muerto. Miró a su madre, a su hermana y su abuela, sus caras de dolor y desesperación. Cuando estaba
posando para la foto, alzó la mano con decisión y grito:
-
¡Arriba España! ¡Viva Franco!
Y sus palabras se le clavaron en el corazón como puñales, recordó
a su padre asesinado, recordó a Gregorio, recordó el odio que sentía contra aquellos que le
obligaban a alzar la mano, quiso ser dueño de las armas que le apuntaban, pensó
en saltar y arrebatarlas y disparar contra los asesinos de su padre, vengar a su amigo, pero sabía
que no podía, que era solo un niño, que veía
como otros fusiles apuntaban a su madre y a su hermana. Noto las lágrimas correr sus mejillas, realizó el mayor esfuerzo de su vida por contenerse, trago
la rabia y mantuvo la mano alzada hasta que el fotógrafo lo indicó.
Aquel niño, hoy anciano, cada vez que pasa delante de la
Cibeles o acude a alguna manifestación, escupe al suelo, y con una mano en la solapa, donde luce la bandera de la República, mira las
ostentosas banderas que estropean el lucimiento de la diosa Cibeles, recordando aquel día en que desenterraron la Cibeles, día que coincidió con el inicio con el enterramiento de la libertad, piensa que al igual que la diosa tapada, la libertad arrebatada, todavía espera, como la diosa Cibeles ser completamente desenterrada para lucir con todo su esplendor. Mira a su nieto, de la misma edad que él tenía cuando desenterraron la Cibeles y que camina a su lado y lo imagina trepando hasta lo alto de la diosa mancillada y colocando sobre la misma la bandera de la República, para que la diosa recupere también la dignidad. El anciano alza su puño y piensa en gritar con todas sus fuerzas:
¡Viva la República!
Su nieto le mira con admiración e imita el gesto de su abuelo y grita a pleno pulmón:
¡Viva la República y viva mi abuelo!
Publicado también en Unidad Cívica por la República ,
en Eco Republicano
y en LQsomos
Muchas gracias Paco
ResponderEliminarEspe, este relato no habría salido a la luz sin tus ojos de gato.
ResponderEliminarGracias a ti.
Hermoso artículo, Paco. Puesto en la web de UCR
ResponderEliminarGracias Félix.
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