martes, 23 de julio de 2013

LUIS I DE BORBÓN "EL ROBAMELONES" (El segundo de los borbones)


LUIS I DE BORBÓN "EL ROBAMELONES" (El segundo de los borbones)


Solo a un demente se le ocurre dejar la gobernabilidad de la hacienda en manos de un niño quinceañero, caprichoso y «asalta huertos», mucho más si esa hacienda es el mayor imperio del mundo.
Esto sólo se le pudo ocurrir al primer Borbón, Felipe V. Si bien es cierto que, por el tratado de Utrecht, no se sabe muy bien si fue como reconocimiento de su falta de luces, a consecuencia de ello, o por que no podía recaer la corona de España y Francia en la misma persona y tenía la esperanza de que si abdicaba en su hijo Luis I, él sería nombrado rey de Francia, la cuestión es que lo hizo.  Sin embargo, no tuvo suerte, en el mismo año que moría el rey de Francia, moría por viruela el rey de España, es decir su hijo, fastidiándosele la estrategia.  Con lo cual hubo de renunciar a ser rey de Francia, recuperando el trono de España.

Es preciso aclarar que el Palacio de Versalles, como casi todas las cortes europeas, era un auténtico lupanar. Los líos amorosos y sexuales estaban al orden del día, el Rey Sol, como el 99 % de los reyes, había tenido varios hijos bastardos con distintas cortesanas, y posiblemente sus esposas tuvieron del mismo modo, bastardos que pasaron por legítimos.   Algunas de esas madres de reales bastardos, parientes directas del monarca francés. La madre de una de nuestra protagonista, fue una de las múltiples hijas bastardas del Rey Sol.
Felipe V, aunque con pocas luces, tenía muchas ambiciones, una de ellas era ocupar algún día el trono francés, en España no terminaba de estar a gusto, no comprendía a los españoles, ni los españoles a él. Su otra ambición estaba relacionada indirectamente, casar a su hijo, el príncipe de Asturias, Luis, con una princesa francesa, la elegida fue la nieta del Rey Sol, Luisa Isabel de Orleans, a su vez, presunta hija, del regente de Francia, Felipe de Orleáns.

Felipe V, llevo a cabo un encuentro con Felipe de Orleáns, para negociar el matrimonio de sus hijos, Luis, Príncipe de Asturias y Luisa Isabel de Orleáns, llamada en España la «Mademoseille».  La sorpresa fue que no tenía nombre oficial, ya se sabe, las cosas de palacio van despacio, siendo necesario ir de prisa y corriendo a preparar la documentación, no fuese a ser que le aplicasen la ley de extranjería Jorge Fernández Díaz, bromas aparte, Jorge Fernández Díaz, nunca se la habría aplicado por ser muy sumiso con reyes y demás.  Así que con un frío que quitaba el aliento, un 20 de enero, como la canción de la Oreja de Van Gogh, también aniversario de la Matanza de Atocha, Luis y Luisa se casaban en un matrimonio de conveniencia. Luis con 14 o 15 años y con 12 años «La sin papeles Luisa»
 Como estaban más en edad de jugar con muñecas que con los aparatos de mear, se encontraron con un grave problema:  la Iglesia, las leyes dinásticas y los acuerdos exigían la consumación del matrimonio para darlo por válido, como por otra parte era costumbre.  Válidos y confesores estuvieron presentes en la simulada consumación para dar fe de ello. Ambos críos debieron de permanecer bajo las sábanas, no sé si desnudos, el tiempo que Felipe V, considero oportuno, eso sí, con clérigos y notarios del reino, no fuese a ser que la cercanía se convirtiese en pecado. Por la edad, consideraron que de ninguna de las maneras debía consumarse el matrimonio real, sino de forma simbólica. Después cada uno fue llevado a su habitación.
Durante la ebullición de la testosterona, cada uno por su lado hizo su propia vida, él continuó junto con sus amigotes, escapándose de palacio a recorrer los barrios de Madrid, y sobre todo los huertos.  En época de melones, el príncipe de Asturias era muy aficionado de ir a hacer la cata a los melonares madrileños, sin miramientos, destruyendo cosechas enteras.  Lo mismo hacían con otras frutas, pero los daños no eran tan graves, más de un hortelano les hubiese aplicado a tales energúmenos lo del chiste del gitano, las aceitunas, los melones y la guardia civil.
 Ya en plena pubertad alternaron esta afición con la de ir por los arrabales madrileños en busca de prostitutas, con cargo a los presupuestos del Imperio, por lo que cabe deducir que no es nada nuevo y que ese vicio por prostitutas de distinto pelaje viene de antaño, vamos que lo llevan en la sangre.  
Bien es cierto que con su esposa tenía prohibido cohabitar, siendo como era de naturaleza ardiente.


La princesa de Asturias por su parte, la pobre se aburría en su jaula de cristal, sin muchos conocimientos del idioma, quería volver a Francia, le costaba hablar castellano y como las hormonas comenzaban a hacerle su propia «revolución francesa», se dedicaba a perseguir a los soldados de la Guardia Real, tan guapos y bien plantados. Los soldados eran literalmente acosados por aquella francesita que desnuda, en bata o camisón, dicen que, a muchos, al principio les enseño «francés», exigiendo a cambio otras técnicas amatorias más ibéricas.  La mayoría intentaba eludir el encuentro por temor a ser pillados en el intercambio de fluidos y porque la niña, al igual que su demente suegro, era alérgica al agua combinada con jabón y muy aficionada a saludar con sonoras ventosidades a curas y nobles que la miraban escandalizados correr desnuda tras los soldados.  Los curas y monjes acechaban en las esquinas de palacio para exorcizar el pecado de la francesita. Se ignora si para ir perdonándole los pecados o por vicio pajillero.  Otros seguían al príncipe de Asturias recomendándole resignación y continencia ante las actitudes poco decorosas de su fogosa esposa.

En 1724, Luis I, fue declarado rey de España, acabándose con la moratoria conyugal, pero no con el escándalo, como la nueva reina tenía ya una experiencia acreditada, demostrando ser buena alumna de la guardia del palacio.   El joven rey, ansioso por probar la fruta francesa, tomó con ímpetu sus obligaciones conyugales, y si ya era débil y enfermizo de por sí, el sobreesfuerzo le llevo a la muerte ese mismo año por culpa de la viruela y de sus excesos sexuales.
Luisa Isabel de Orleans, contagiada de viruela, pasó los primeros días de viudez totalmente sola. Todos estaban contra ella y ella se llevaba a matar con sus suegros.   Buenamente y tras serios conflictos diplomáticos con Francia, fue puesta de patitas en la frontera para que regresará al palacio de sus padres. Una vez en Francia, la reina-viuda se instaló primero en un convento de París y de ahí pasó a instalarse espléndidamente en el palacio de Luxemburgo, donde llevó una vida de desenfreno total y muriendo en 1742, totalmente alcoholizada y cubierta de deudas.
Este fue el segundo segundo Borbón que para desgracia de España y de los españoles reinó en este país.

©Paco Arenas
©Mis historias borbónicas

Publicado también en Unidad Cívica por la República


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