Miguel Hernández, junto con Pablo Neruda, Federico García Lorca, Antonio
Machado y Luis Cernuda, han sido y son mis poetas favoritos.
Víctor Jara en mis años jóvenes fue un referente, tenía todas sus
cintas y las escuchaba hasta que se rompían.
Serrat me ha ocurrido tanto de lo mismo.
Ambos tienen en común que siendo cantautores han versionado poemas de
Miguel Hernández.
VIctor Jara, procedia de una familia campesina chilena, se
convirtió en un referente internacional de la canción reivindicativa y de
cantautor, fue torturado y asesinado por fuerzas represivas de la dictadura de
Augusto Pinochet, poco después del golpe militar que derrocó al gobierno de
Salvador Allende, el 11 de septiembre de 1973. El estadio donde fue asesinado
junto con miles de demócratas chilenos, hoy lleva su nombre, se utilizaron sus instalaciones como centro de detención y torturas. Comenzó a funcionar el día 12 de septiembre de 1973, con el trasladado de los primeros 600
prisioneros políticos procedentes de la Universidad Técnica del Estado. El 14 de septiembre en sus instalaciones es
asesinado el cantautor Víctor Jara, luego de ser sometido a largas y durísimas
sesiones de tortura, por parte de
funcionarios del Ejército de Chile.
De Serrat
debo decir que gracias a él, escuche el primer poema de Miguel Hernandez, lo recuerdo
bien, “Para la libertad, sangro, lucho pervivo…, mientras cumplía el servicio
militar en tierras africanas, cuando llegue a mi casa lo primero que hice fue ir
a la librería “Paris-Valencia” y comprar un volumen con la obra completa del
poeta pastor.
NIÑO YUNTERO
Al leer “El niño yuntero”, pensé en mi padre ya
muerto, que había sido niño yuntero, como tantos otros de nuestra tierra
manchega, nuestra tierra castellana, nuestra tierra española y del todo el
mundo, las lágrimas se me saltaron de imaginarme a mi padre sosteniendo el
arado.
El niño yuntero
Carne de yugo, ha nacido
más humillado que bello,
con el cuello perseguido
por el yugo para el cuello.
Nace, como la herramienta,
a los golpes destinado,
de una tierra descontenta
y un insatisfecho arado.
Entre estiércol puro y vivo
de vacas, trae a la vida
un alma color de olivo
vieja ya y encallecida.
Empieza a vivir, y empieza
a morir de punta a punta
levantando la corteza
de su madre con la yunta.
Empieza a sentir, y siente
la vida como una guerra,
y a dar fatigosamente
en los huesos de la tierra.
Contar sus años no sabe,
y ya sabe que el sudor
es una corona grave
de sal para el labrador.
Trabaja, y mientras trabaja
masculinamente serio,
se unge de lluvia y se alhaja
de carne de cementerio.
A fuerza de golpes, fuerte,
y a fuerza de sol, bruñido,
con una ambición de muerte
despedaza un pan reñido.
Cada nuevo día es
más raíz, menos criatura,
que escucha bajo sus pies
la voz de la sepultura.
Y como raíz se hunde
en la tierra lentamente
para que la tierra inunde
de paz y panes su frente.
Me duele este niño hambriento
como una grandiosa espina,
y su vivir ceniciento
resuelve mi alma de encina.
Le veo arar los rastrojos,
y devorar un mendrugo,
u declarar con los ojos
que por qué es carne de yugo.
Me da su arado en el pecho,
y su vida en la garganta,
y sufro viendo el barbecho
tan grande bajo su planta.
¿Quién salvará a este chiquillo
menor que un grano de avena?
¿De dónde saldrá el martillo
verdugo de esta cadena?
Que salga del corazón
de los hombres jornaleros,
que antes de ser hombres son
y han sido niños yunteros.
Nanas de la cebolla
Si con el niño yuntero se me saltaron las lágrimas, con las nanas
de la cebolla mis ojos parecían manantiales de imaginarme la situación por la
que paso Miguel, su esposa y su hijo. El poeta le escribe a su esposa dirige a su esposa, explicándole lo impotente que se
siente la no poder ayudarla, a ella y al hijo de ambos, en esta época de
miserias, de hambre. La anima a seguir adelante, también a su pequeño, que ría
en este tiempo lleno de adversidades y se suma a su sufrimiento, contándole
como él, aun estando tan lejos, siente el olor a cebolla, siente el dolor, y el
hambre que ellos sienten, la oscuridad, la desesperación. Él también conoce ese
sentimiento, el no tener nada. La celda teñida de negro, no hay esperanza.
Hambre y dolor. Desaliento. Inyecta a su pequeño la importancia de
vivir, de saber disfrutar, de reír, de ser fuerte hasta que vengan tiempos
mejores. Le hace saber cuánto le reconforta su existencia, lo fuerte que le
hace, las ganas de seguir adelante que le imprime, lo valiosa que es su sonrisa
y su bienestar en sus días grises entre rejas. Le anima a aprovechar su niñez,
a que no la deje atrás demasiado pronto, pues él ya la dejó, y nunca volvió. Ya
habrá tiempo de luchar, de ser hombre feroz tiempo para enterrar la alegría y
la paz, La añoranza que el poeta siente por su familia. El no poder
ayudarlos, sintiéndose maniatado, encerrado, preso y sin futuro, impotente ante
esta insostenible situación. Su mujer sólo se alimenta de pan y cebollas, dada
la extrema pobreza en la que viven. Hernández lo siente en lo más profundo de
su corazón. Les anima a seguir adelante, a reír, a disfrutar de la vida,
Es un canto triste a la esperanza, no hay
resignación, hay ganas de vivir aunque la muerte le acechaba en las cárceles franquistas.
NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla
es escarcha
cerrada y
pobre.
Escarcha de
tus días
y de mis
noches.
Hambre y
cebolla,
hielo negro
y escarcha
grande y
redonda.
En la cuna
del hambre
mi niño
estaba.
Con sangre
de cebolla
se
amamantaba.
Pero tu
sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y
hambre.
Una mujer
morena
resuelta en
lunas
se derrama
hilo a hilo
sobre la
cuna.
Ríete niño
que te
traigo la luna
cuando es
preciso.
Tu risa me
hace libre,
me pone
alas.
Soledades me
quita,
cárcel me
arranca.
Boca que
vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa
la espada
más
victoriosa,
vencedor de
las flores
y las
alondras.
Rival del
sol.
Porvenir de
mis huesos
y de mi
amor.
Desperté de
ser niño:
nunca
despiertes.
Triste llevo
la boca:
ríete
siempre.
Siempre en
la cuna
defendiendo la risa
pluma por
pluma.
Al octavo
mes ríes
con cinco
azahares.
Con cinco
diminutas
ferocidades.
Con cinco
dientes
como cinco
jazmines
adolescentes.
Frontera de
los besos
serán
mañana,
cuando en la
dentadura
sientas un
arma.
Sientas un
fuego
correr
dientes abajo
buscando el
centro.
Vuela niño
en la doble
luna del
pecho:
él, triste de cebolla,
tú
satisfecho.
No te
derrumbes.
No sepas lo
que pasa
ni lo que
ocurre.
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