MANUEL VÁZQUEZ MONTALBÁN |
Una vez más gracias a María Torres, a su labor investigadora, hemos conocido este magnifico artículo del gran Manuel Vázquez Montalbán escrito para EL País Semanal. Donde nos habla del enano del Pardo, un hombre mediocre que necesitaba de una banqueta para llegar a la barandilla del balcón del Palacio de Oriente, de un genocida que trajo la ruina a España, que gobernó España de manera tiránica y que por si fuera poco nos dejo de herencia una monarquía continuadora de su Régimen de terror, continuadora de su corrupción congénita.
"Mandamos a todos los sacerdotes que desde el día de la
ratificación del Concordato, en el curso de la santa misa, rezada o cantada,
exceptuando las misas de difuntos, en las primeras oraciones, en las secretas y
en las poscomuniones añadan a la oración Et formulas las palabras Ducem nostrum
Franciscum". (El cardenal primado Plà y Daniel, 1953).
De pequeño le llamaban Paquito o Paco, diminutivo lógico si
recordamos que fue bautizado el 17 de diciembre de 1892 en la parroquia
castrense de San Francisco, en El Ferrol, como Francisco Hermenegildo Paulino
Teódulo más un montón de apellidos paternos y maternos, según la costumbre de
la época y de la gente de posibles. Los Franco no tenían demasiado dinero, pero
en El Ferrol los oficiales de Marina eran como una casta aristocrática y
endogámica. Paquito, para los niños de su edad, para su familia, diminutivo con
el que nunca se sentiría a gusto, sobre todo porque a su primo Francisco Franco
Salgado Araujo, más alto, le llamaban Pacón, a pesar de que era huérfano y tenía
en la familia Franco Bahamonde el trato de ahijado del padre, don Nicolás.
Paquito y Pacón. Así se relacionaron durante años, hasta que, compañeros de
carrera militar, el huérfano Pacón se convirtió en el perpetuo actor secundario
en el reparto, el amigo del chico, el hombre que ya a punto de morir dejaría
escrita su amargura por lo mucho que le había dado a su primo y lo poco que
había recibido.
Se le empezó a llamar Franquito en la Academia de Infantería
de Toledo, donde ingresó en 1907, tras un viaje desde El Ferrol acompañado por
su padre, del que hay testimonio directo redactado por el propio Franco, según
consta en el libro de su último médico de cabecera, el doctor Pozuelo, que le
incitó a recordar y redactar unas memorias para reactivar al alicaído Franco
posterior a la crisis de la flebitis. Una página interesante por lo que revela
de constantes de su vida: relación con el padre, retórica en los ojos y en la
comprensión de la historia.
"He de confesar que este primer viaje con mi padre,
rígido y adusto, no resultara divertido, pues le faltaba la confianza y la
solicitud que le hicieran cordial. ¡Qué diferencia con los futuros viajes con
los compañeros! Entrando en la dilatada llanura de Castilla, el tren parece
precipitarse, con propósito, sin duda, de ganarse el retraso acumulado en la
parte montañosa del recorrido. Bajo ese traqueteo del tren, necesitábamos pasar
la noche, para amanecer en el cruce de la sierra. Allí quedaba Ávila, recoleta
tras sus viejas murallas. Y más abajo, El Escorial, desde donde Felipe II
gobernaba el mundo. Y enseguida, el llano Madrid, con sus modestos pueblos y
diminutas colonias veraniegas. Y tras una dilatada parada, para conceder la
entrada, la llegada a la estación del Norte, donde esperaba la algarabía de los
mozos de cuerda y la salida a la espera de los coches de punto y los ómnibus de
los hoteles. Ya estamos en el Madrid feliz de los 500.000 habitantes. El paso
por Madrid no pudo ser más rápido. Unas horas para asearse, visitar a unos
parientes y recoger una carta de recomendación, para volver, a la tarde, a
tomar el tren para Toledo. Así, salvo el paso a través de las avenidas y calles
principales, quedaba para mí, inestimable, la capital de España. Esto de la
carta de recomendación era cosa que yo no alcanzaba a entender. Me parecía un
vicio que arrastraba la sociedad, que no podría tener influencia en el ingreso
en un establecimiento militar y que podría alcanzar efectos contrarios a los
pretendidos. Así se lo expresé a mi padre, que acabó por comprenderlo. Por otra
parte, las cartas en sí carecían de valor. ¡Quién iba a decirme entonces que,
21 años después, me iba a corresponder, como director de la Academia General
Militar, el corregir estos abusos!... Mediada la tarde, en un viaje en tren de
dos horas, salimos para Toledo. Próximos a la llegada, al cruzar la vega, se
nos presentó la vista magnífica de la ciudad, coronada sobre la cumbre por su
alcázar y, más abajo, la catedral y los principales monumentos asomándose sobre
las casas de la vieja urbe. Frente a la estación, nos esperaban las típicas
galeras tiradas por seis caballos que, cruzando el Tajo por el viejo puente de
Alcántara, iban a enfrentarse con la dura faena de remontar la cuesta del
Miradero, que da acceso a la típica plaza de Zocodover, mentidero y centro
comercial de la población, y en donde se dislocaba el tráfico, para tomar por
el laberinto de las estrechas y sombreadas callejuelas, que imprimieron su
carácter a esta antigua población dormida en el tiempo. Allí nos esperaba el
que había de ser mi apoderado durante mi futura estancia en la academia, quien
nos pilotó hasta la calle del Horno de Bizcochos, en la que estaba el
alojamiento que nos había buscado para nuestra estancia en la ciudad. El día
siguiente había sido señalado para mi presentación en el alcázar. La impresión
que me produjo la entrada, la grandeza de su patio de armas, presidida por la
estatua de Carlos V con aquella leyenda de su base: 'Quedaré muerto en África o
entraré vencedor en Túnez', fue inenarrable. La emoción que me producían esos
lugares gloriosos, con sus piedras seculares, embargaba mi ánimo y desbordaba
mis ilusiones".
Es curioso que en Raza, el personaje positivo, José, él
mismo, también lance un canto a lo que se puede aprender en las piedras frente
al conocimiento frío de los libros. También aprovechó Raza para hacer un ajuste
de cuentas a los primeros de la clase. Él nunca lo fue. Al contrario, un
estudiante del montón, situado en el escalafón de notas muy por detrás de don
Camilo Alonso Vega, amigo de infancia y futuro ministro de la Gobernación. Y es
que Franco, Franquito, lo pasó muy mal en sus primeros meses de estancia en
aquella academia. Casi un niño, frágil, con una voz retenida por el frenillo,
le llamaban Franquito y le ofrecían los mosquetones más pequeñitos, a la medida
del diminutivo. Hasta que un día, harto de aguantar novatadas, cogió una lámpara
y se la tiró a la cabeza al cabecilla de los provocadores... Dejaron de
importunarle, pero siguieron llamándole Franquito.
Sus compañeros de promoción le recordaron años después según
sus afinidades ideológicas, pero poco hablaban sobre el periodo de la academia
y empezaban a agigantarle la estatura a partir de su primera misión en África.
Del Franquito de la academia, Vicente Guarner, militar republicano que vivió un
largo exilio, lo recuerda como un gallego poco culto, tímido, receloso, y se
compromete a decir que de haber hecho una encuesta en la Academia de Toledo
sobre cuál de aquellos aspirantes a oficial podría llegar a caudillo, Franco no
hubiera estado en las listas. ¿Despecho del vencido? Es posible; pero no deja
de ser cierto que la biografía gloriosa de los franquistas suele vitaminizarse
y cargarse de proteínas a partir de la primera misión en África, y sobre todo
tras la gravísima herida que recibió en El Biutz en junio de 1916. Pero a pesar
de su buen comportamiento durante las batallas, demostrando un desprecio de
vida propia y ajena que sorprendía por su frialdad calculada, siguió siendo
Franquito para los altos oficiales, y todavía Sanjurjo en 1936, cada vez que
dudaba si Franco se decidía o no a intervenir en el Alzamiento, preguntaba:
"¿Qué va a hacer Franquito?".
El estudiante tímido, ordenancista, mirón de piedras,
receptor de una historia y una filosofía de la vida filtrada por la endogamia
cultural de la academia, callejeante por un Toledo que sólo le ofrecía barberos
callejeros, mentideros y poca cosa más para su asignación de dos pesetas para
gastos, cambió de psicología cuando se hizo soldado en guerra, pero en función
de ese escenario y de los reflejos que le despertaban la convivencia con gente
militar. En la vida privada seguía siendo un muchacho inseguro en los ambientes
donde no podía aplicar las ordenanzas de Carlos III o los reglamentos militares
particulares. En Melilla se enamoró de una muchacha, Sofía Subirán, hija de un
coronel, y ya muerto Franco, la anciana ex cortejada de Franquito se confesaba
a Vicente Gracia: "¿Que cómo era Franco? Fino, muy fino. Atento, todo un
caballero. Si se enfadaba tenía un poco de genio, pero en plan fino. Tenía
mucho carácter y era muy amable. Entonces era delgadísimo. Parece mentira como cambió
luego. Conmigo era exageradamente atento. A veces te fatigaba. Me trataba como
a una persona mayor y eso que yo era casi una niña... Estaba en la plaza de
Melilla casi todos los días, el paseo por las tardes o por las mañanas en el
parque de Hernández... No, no me contaba chistes, no tenía ocurrencias... Tal
vez creo que era demasiado serio para lo joven que era. Tal vez por eso no me
gustaba, me aburría un poco"... Y más adelante, doña Sofía sanciona:
"Debió ser un buen marido, sí. Aburridito el pobre, sí, pero
bueno...".
Toda la inseguridad de Franco en la vida privada, entre
civiles, se convertía en su contrario cuando entraba en el cuartel o en
campaña. Tenía fama de reglamentista, duro, implacable, exageradamente
implacable hasta la crueldad, pero también exigente consigo mismo y concienzudo
en sus movimientos de liturgia militar o de guerra. Y allí se construyó la base
de su pedestal, de oficial africanista, muy diferente a los otros militares
echaos palante, puteros, jugadores de la soldada, de valor caliente. Él antes
de atacar ponía los prismáticos entre él y el enemigo. Los otros oficiales
solían echarle muchos testículos al asunto... Franco examinaba, calculaba y
luego sacaba de su frenillo toda la voz que podía para anunciar la carga. Esta
diferencia de talante le creó admiradores entre sus compañeros de mando más
cabestros y entre la alta oficialidad (Berenguer o Sanjurjo), que enseguida
reconocieron en él a un oficial con porvenir. Los indígenas decían que tenía
baraka, algo así como buena suerte y que sabía manera, es decir, que sabía
mandar. La oficialidad africanista era muy dada al autobombo propiciador de
ascensos, hasta el punto de que los oficiales de la Península se sintieron
molestos y acusaban a sus compañeros en campaña africana de exagerar hazañas
para acumular méritos y ascensos. Pero aquella oficialidad africana joven,
respaldada por veteranos como Millán Astray o Sanjurjo o los mismísimos
Berenguer, Queipo de Llano, Silvestre, ya empezaba a ser un grupo de presión
dentro del Ejército, un lobby como diríamos ahora, que tenía acceso directo al
rey. Y el propio rey bien pronto preguntaría por Franquito, y le llamaba
Franquito años después, cuando ya era general, y no por la estatura, sino
porque le hacía gracia lo grave que se ponía aunque hablara de las plagas del
cerezo, y el tonillo de gallego con las palabras justas y la prudencia en el
gatillo.
Abc fue un diario muy importante en la historia de España,
lo sigue siendo, y en la de Franco. De hecho el futuro generalísimo era seguidor
de Abc porque era el diario de su madre y porque le emocionó aquella carta de
Luca de Tena protestando contra la conjura internacional antiespañola, a raíz
del ajusticiamiento de Ferrer Guardia, tras la Semana Trágica de 1909. Pero
también debería a Abc buena parte de su prestigio militar en la Península,
cimentado por los corresponsales del diario en la guerra de África y muy
especialmente por Tebib Arrumi, seudónimo de Ruiz Gallardón, abuelo del actual
antagonista de Leguina en el Gobierno de la comunidad autónoma de Madrid. Entre
los biógrafos más laudatorios de Franco aparece otro abuelo de un nieto hoy
importante, don Manuel Aznar, pretérita semilla del actual José María Aznar,
cabeza joven del PP. También fue Abc quien utilizara por primera vez la
calificación de caudillo aplicada a Franco. A raíz de su boda con doña Carmen
Polo Meléndez Valdés, le llamaba el joven caudillo y con razón, porque era
joven y había llegado a jefe de la Legión y a emparentar con una rica familia
de Oviedo, muy por encima de los niveles de pequeñísima burguesía militar
ferrolana de los Franco.
Dos testimonios complementarios señalan ese salto de mando y
estado de los años veinte como la clave del progresivo acercamiento de
Franquito a ¡Franco, Franco, Franco! Otra vez Guarner señala ese tiempo de
glorioso herido de guerra, destinado a Oviedo y prometido a doña Carmen, como
el arranque de su definitivo complejo de excelencia: "Desde entonces se
despertaron en él ambiciones ilimitadas y un inmenso complejo señoritil de
vanidad y presunción, rayando el narcisismo. Incluso había cambiado su aspecto,
adelgazando y ostentando fino bigotito. Medía prudentemente todos sus pasos y
acciones, y en Oviedo, en un destino poco militar, como era la zona de
reclutamiento, podía aguardar tranquilamente ascensos sucesivos y el acceso al
generalato, figurando en la sociedad local, tan admirablemente retratada por
Clarín en La Regenta, con aspiraciones a la mano de una señorita adinerada (con
disminuida fortuna, de origen indiano), sin mucho éxito inicial. Cuando el
inconmensurable histrión que era Millán Astray organizó, bajo el patrocinio
regio, la Legión Extranjera, imitada de Francia, escribió a los tres
comandantes de Infanteria más jóvenes para mandar banderas, pequeños
batallones, y Franco mandó la primera de ellas, con imposición de una
disciplina que rayaba en la crueldad. El pelotón de castigo trabajaba
duramente, con las mochilas rellenas de piedras, y eran fusilados
sistemáticamente los legionarios indisciplinados. Franco no tuvo nunca
prejuicios humanitarios. La compasión y la piedad ante los sufrimientos de sus
semejantes no entraban en su mentalidad. Se cubrió, desde entonces, con una
falsa máscara impasible y severa". La boda de una Polo Meléndez Valdés no
era un trueque desigual. Ella portaba posibles y apellidos sonoros, pero Franco
ya era gentilhombre del rey. A la boda asiste la familia del novio, menos el
padre, desde 1907 residente en Madrid, donde hacía vida marital con una buena
mujer que tenía estudios de maestra de escuela, aunque los Franco, menos Pilar
Jaraiz, siempre dijeron de ella que era una "chacha" que se había
aprovechado del viejo. La sobrina de Francisco Franco, Pilar Jaraiz, era una
niña que formó parte del cortejo de la novia y años después comentaría que, a
partir de aquel enlace, Franco se había ido distanciando de su familia
ferrolana, paulatinamente, entre 1923 y 1939; distanciamiento acentuado cuando
los Franco Polo emparentaron con los Martínez Bordiú, altos, bronceados, con
título nobiliario, frente a la gordura y la escasa estatura y la drogadicción
por el lacón con grelos de los Franco. A Francisco Franco le gustaba el lacón,
pero a doña Carmen le ponía nerviosa. En Historia de una disidencia, la sobrina
socialista de Franco, Pilar Jaraiz, hija de doña Pilar y reinstauradora del
PSOE en Barcelona en los años del tardofranquismo, escribe: "Nostalgia del
tiempo pasado, sí, y desencanto del tiempo que había de venir. Porque,
recordando ahora todo lo que allí pasó, pienso en los cambios que experimentan
las personas. ¿Por qué los protagonistas de aquellos acontecimientos llegaron a
convertirse en unos seres extraños a mí?, ajenos. Y no lo digo como es natural
por mi abuela, que siguió siendo la misma hasta su muerte. Pero ¿y los demás?
¿Qué se hizo del cariño, de la intimidad que nos unía? ¿Qué de la confianza y
de la llaneza en el trato? ¿A qué vino más tarde tanta sequedad y dureza? Porque
es lo cierto que hasta a mi madre se la recibía a veces a regañadientes. A mi
madre, la única hermana del jefe del Estado y en cuya casa habían pasado tantas
temporadas e incluso durante una de sus estancias se había operado mi tía
Carmen de las amígdalas y mis padres les habían cedido su propio cuarto. Dígase
lo que se diga, la actitud de despego no partió de mí cuando empecé a
concienciarme. Tampoco yo entonces era la misma. Pero el cambio de posición
hizo de aquella familia unos seres llenos de despego, inamistosos, altaneros.
¿Por qué? ¿Les parecíamos poco? ¿Ambicionaban alternar con personas de mayor
alcurnia? ¿Tanto había cambiado Franco desde que asumió la jefatura del Estado?
¿Y la familia Polo? ¿Qué se hizo de su trato cortés y amable? ¿Dónde quedaba su
cariño? Y mirándolo desde otro punto de vista, ¿cuál había sido nuestro
delito?, ¿les habíamos hecho algún daño? o ¿es que nuestra posición social les
parecía poco?".
Complementa la impresión de Guarner o la de Pilar Jaraiz el
testimonio de Hidalgo de Cisneros, oficial aviador, piloto de hidroaviones
durante la guerra de África: "También hice varios viajes con Francisco
Franco, que había ascendido aquellos días a teniente coronel, y por el cual
nunca sentí la menor simpatía. En la base de Mar Chica lo detestábamos,
empezando por su hermano Ramón, con el que casi no se hablaba. Cuando pedían un
hidro para el teniente coronel Francisco Franco, todos procurábamos eludir el
servicio, pues nos molestaba su actitud. Llegaba a la base siempre puntualísimo
y siempre serio. Muy estirado, para parecer más alto y disimular su tripita ya
incipiente. Según nos decía su hermano, siempre tuvo el complejo de su pequeña
estatura y de su tendencia a engordar. Nos saludaba muy reglamentario, ponía
mala cara o decía algo desagradable si el hidro no estaba listo. Montaba al
lado del piloto y no soltaba palabra hasta llegar al sitio de destino. Allí se
despedía también muy militarmente, sin haber abandonado un solo instante su
aspecto antipático de persona perfecta. No recuerdo nunca haberlo visto sonreír
ni tener un gesto amable o humano. Con sus compañeros del Tercio era igual o
quizá más seco; se veía que lo respetaban y temían, pues como militar tenía
mucho prestigio, pero sin la menor muestra de amistad o de afecto. Franco es
antipático desde que era célula".
Pero la hagiografía franquista opone a estas apariencias,
posiblemente interesadas, comentarios como el de Petain,que conoció a Franco en
las campañas africanas y que, después de la batalla de Alhucemas, dijo de él:
"Es la espada más limpia de Europa".
Tras la batalla de Alhucemas, que compensaba el desastre de
El Annual e iniciaba el principio del fin de las guerras africanas, Franco
asciende a general. Ya es el general más joven de Europa y, con Goded, el
militar joven más valorado por los entendidos. De ahí que no sorprendiera a
nadie que, mientras Goded se llevaba con el general Primo de Rivera las glorias
de ultimar la pacificación en Marruecos, a Franco se le encargara la Academia
Militar de Zaragoza. Ya pocos le llamaban Franquito. Los más viejos de la
milicia. El personaje ha cambiado. En Madrid se codea con la oligarquía
asturiana (su mujer), la Casa Real, la alta oficialidad y hasta asiste a una
tertulia política en casa del ex ministro Natalio Rivas. Allí aparece por
primera vez un Franco locuaz, que no siempre calla ante lo que no entiende. Es
el mismo Franco locuaz que tratará de dar una lección de economía a Calvo
Sotelo, dejándole perplejo ante una exhibición de nacionalismo económico
autárquico que desbordaba el talante no excesivamente abierto del señor
ministro. También salió de actor de cine en una sobremesa de casa de Natalio
Rivas y presumía de ser un buen filmador de escenas de lo cotidiano,
coincidente con Lenin en la importancia propagandística que iba a adquirir el
aún llamado séptimo arte. Como director de la academia persiguió las novatadas
y la sífilis, dos de sus cuatro obsesiones persecutorias. Las otras dos, el
comunismo y la masonería. Las novatadas, porque las había padecido; la sífilis,
porque la temía como una consecuencia de los desórdenes de la sexualidad. El
comunismo, porque leía una revista francesa dedicada a impedir que la Tercera
Internacional penetrara en los ejércitos de Europa, revista a la que le había
suscrito Primo de Rivera. Su odio a la masonería es consecuencia de lo que
aprendió en los libros de devoción y desinformación histórica de su infancia y
del espectáculo de la masonería influyendo en carreras militares y en la ruina
del imperio español. Pero la masonería siempre le siguió como una sombra. Su
hermano Ramón fue masón. Su padre admiraba a los masones y despreciaba a
Paquito como político. Uno de los más importantes jefes sindicales fraguados en
la Cruzada, Salvador Merino, resultó ser masón. Su fotógrafo particular,
Campúa, había sido masón, y tanto doña Carmen como su hija siempre desconfiaron
de que hubiera dejado de serlo. En cuanto a la sífilis también se burló alguna
vez de sus terrores. Paul Preston, del que está anunciada una inmediata
biografia de Franco, me contaba que altísimos cargos del franquismo de después
de la guerra fueron contagiados por la misma espía del Intelligence Service.
Durante su etapa al frente de la Academia Militar de
Zaragoza se convierte en un punto de referencia social en la ciudad. Se codea
con lo mejorcito, aunque de vez en cuando vaya en coche hasta Valencia a ver a
Nicolás, que trabaja como ingeniero naval en una empresa de Juan March, o a
Madrid, a comerse el lacón con grelos que tan excelentemente hacía su hermana
Pilar. Su sobrina Pilar Jaraiz Franco sigue haciéndolo estupéndamente. En
Zaragoza, Franco es una figura social y militar, consultado mediante los
rudimentarios teléfonos de la época por los altos oficiales que desde Madrid
asistían nerviosos a la caída de la dictadura, el desgaste del rey: "¿Tú
que harías si se provoca la caída del rey?", le preguntan Berenguer y
Millán Astray. Y él contesta con otra pregunta: "¿Qué haría
Sanjurjo?". Le contestan: "Nada". Pues si Sanjurjo, que es el
jefe de la Guardia Civil, no haría nada, Franquito tampoco.
Y cae el rey y llega la República, y Azaña le cierra la
academia. Pobre Azaña, Franco no le cazó nunca para hacerle pagar esta agresión
a su ilusión y su soberbia, pero sí cazó a su cuñado Rivas Cheriff, en el mismo
lote de Companys, Juan Peiró y Julián Zugazagoitia, devueltos por la Gestapo
alemana a la gestapo franquista. Los tres políticos fueron fusilados. Rivas
Cheriff, sin otras responsabilidades que haber sido hombre de teatro y
secretario de su cuñado Azaña, pasó largos, larguísimos años en el penal del
Dueso. Azaña y Prieto sabían que Franco era el militar más peligroso, mal
compensado por el republicanismo de su hermano Ramón, autor de una de las
exposiciones más insultantes que jamás nadie se atreviera a hacer a ¡Franco,
Franco, Franco!: "Si desciendes de tu tronito de general y te das un paseo
por el Estado llano de capitanes y tenientes, verás que pocos piensan como tú y
cuán cerca estamos de la República", y tras este toque lo deja para el
arrastre: "Como estoy profundamente convencido de que los males de España
no se curan con la monarquía, por eso soy republicano, ¿está bien claro? Creo
sería una gran desdicha para España que perdurase la monarquía. Hoy se es más
patriota siendo republicano que siendo monárquico, pero claro es, esto es
incomprensible cuando la vida que se ha creado uno le lleva a tratarse con las
clases aristocráticas y más acomodadas del país, como te pasa a ti".
.
"Todavía es tiempo de que rectifiques tu conducta y no
pierdas el tuyo en vanos consejos de burgués. Tu figura, al lado de la
República, se agigantaría; al lado de la monarquía, pierdes los laureles tan
bien ganados en Marruecos. Si te gusta una postura más cómoda, más de cuco,
siéntete constitucionalista como han hecho muchos políticos viejos y conviértete
en censor de la pureza de las nuevas elecciones, y no olvides que se puede ser
amigo de la persona del rey —aunque el monarca no lo sea tuyo— y ser un buen
republicano. A la República no debe irse por odios, solamente por ideales, y
cuanto más amigo se fuere del rey y más favores se hayan alcanzado de él, más
mérito tiene ser republicano".
Ni caso. Pero por si acaso, cuando Ramón tuvo que exilarse,
Paquito le mandó 2.000 pesetas porque un Franco no debe hacer el ridículo en el
extranjero, aunque sea republicano, masón y anarquista, futuro diputado de
Esquerra Republicana y colaborador de Blas Infante en el renacimiento de Al
Andalus. Tampoco se subleva Franco con Sanjurjo en 1932, pero ayuda a reprimir
salvajemente la revuelta asturiana de 1934, la Legión por delante, la misma
Legión a la que había permitido cortar orejas y cabezas de los moros muertos o
acuchillarlos in situ si se ponían plañideramente pesados (lean, si quieren
comprobarlo, la primera edición de Diario de una bandera).
Así como Kindelán, Mola, Orgaz, Galera, Barba... estuvieron
conspirando contra la República desde que fue proclamada, Franco se dejaba
querer y ayudaba indirectamente, devolviendo posiciones claves a militares
antirrepublicanos durante su etapa de jefe de Estado Mayor a las órdenes del
ministro Gil-Robles. Se dejaba querer y tardó en subirse a la conspiración del
36, hasta el punto de que sus compañeros de conjura llegaron a llamarle Miss
Canarias por lo mucho que se dejaba cortejar, y Queipo, cuando supo que Franco
se había cortado el bigote para subir al Dragon Rapide y así poder encabezar la
Cruzada desde África, comentó: "Ese bigote es lo único que Franco ha
sacrificado por el Alzamiento". No era cierto. Se jugaba una carrera
militar, aunque don Juan March ya le había prometido cubrirle las espaldas en
caso de fracaso y exilio. Se suma al alzamiento a las órdenes de Sanjurjo,
porque Goded no hubiera tolerado que lo encabezara Franco, y las simpatías de
Franco por Goded eran equivalentes. "No hay mal que por bien no venga",
es una frase constante en boca y pluma de Franco y la pronuncia cuando se le
mueren Sanjurjo, Mola, o le matan, muchos años después, a su mano derecha,
Carrero Blanco. Tiene algo de síndrome de viuda, desconsolada en un primer
momento, pero consciente de que la desaparición del marido le va a dejar un
espacio libre que podrá recuperar.
La muerte de Sanjurjo, el fracaso y fusilamiento de Goded en
Barcelona y la poca ambición de Mola le convierten en el jefe in péctore del
bando rebelde, por más que, necesitado siempre de poseer la razón jurídica,
llamara rebeldes a los otros, a los que defendían el Gobierno legítimo de la
República. Esta curiosa contradicción la observó el mismísimo Serrano Súñer, su
cuñado, quien junto a Nicolás Franco y Matilde Fuset componen la tríada de
pigmaliones que hicieron de aquel caudillo militar un caudillo político. Al
recibir el mando único de los ejércitos y posteriormente del conglomerado
político que respaldaba la Cruzada, Franco deja de ser responsable ante los
hombres y ya sólo lo será ante Dios y ante la historia. La jerarquía católica
española le pone bajo palio, cerrando los ojos a los horrores que está causando
la Cruzada y a los que causará en una de las posguerras más largas de la
historia de la humanidad. Franco ya ha dejado de ser, para siempre, Franquito,
y cuando él lo olvide, momentáneamente, la señora, es decir, doña Carmen Polo,
se lo recordará. Es un rey sin corona que juega con el aspirante a rey, don
Juan, entre 1939 y 1946: Franco de ratón y don Juan de gato; pero a partir del
encuentro en el Azor de 1948 y del respaldo norteamericano y vaticanista de los
primeros años cincuenta, Franco será el gato y don Juan el ratón. Por eso
alguna vez Franco dijo: "yo no seré nunca una reina madre".
¿Cómo iba a ser una reina madre un hombre cuya estatura
personal, militar, providencial sería jaleada como si se tratara de un dios o a
lo sumo la estatua de Dios en una perpetua procesión de Semana Santa? "Oh,
ruina del Alcázar./ Yo mirarte no puedo, / convulsa flor de otoño, sin asombro
/ Vivero de esforzados capitanes. / Nido de gavilanes. / Huevo de águila:
Franco es el que nombro".
De momento Gerardo Diego ya le ha confesado su amor. Pero
atiendan al rosario de declaraciones: "El Caudillo es como la encarnación
de la patria y tiene el poder recibido por Dios para gobernarnos..." (del
Catecismo patriótico español, publicado en Salamanca en 1939). Ridruejo tampoco
se había quedado corto: "Padre de paz en armas, tu bravura / ya en
Occidente extrema la sorpresa, / en Levante dilata la hermosura...". La
Estafeta Literaria lo compara con Cervantes, sin duda tras haber leído Diario
de una bandera o Raza. Manuel Aznar, un galápago de mucho cuidado, proclama que
Franco era arquitecto de capitanes de la historia y que su espada estaba por
encima de la que había vencido a los sarracenos en las Navas de Tolosa.
Cunqueiro, Álvaro, tuvo un orgasmo y, tras sostener que Franco era el Sol,
añadía que la mirada del Señor le escogió entre los soldados: "De ella
está ungido. El Señor bruñó su espada y el santo Uriel arcángel le enseñó a
pasearse entre las llamas...". Laín Entralgo afirma que al burgués y al
empresario hay que oponerle el modelo de jefe, "... más acorde con nuestro
concepto militar de la vida". Pero quizá nadie como Pemán y Ernesto
Jiménez Caballero para poner las cosas en su sitio. Empecemos por Jiménez
Caballero, el partidario de casar a Pilar Primo de Rivera con Hitler y de
masculinizar la Falange hasta el punto de llamarla Falanjo: "Nosotros
hemos visto caer lágrimas de Franco sobre el cuerpo de esta madre, de esta
mujer, de esta hija suya que es España, mientras en las manos le corría la
sangre y el dolor del sacro cuerpo en estertores. ¿Quién se ha metido en las
entrañas de España como Franco, hasta el punto de no saber ya si Franco es
España o España es Franco? ¡Oh, Franco, caudillo nuestro, padre de España!
¡Adelante! ¡Atrás, canallas y sabandijas del mundo!".
En cuanto a Pemán, a él se debe uno de los botafumeiros más
impresionantes que perfumaron de incienso la efigie del Caudillo y avalaron
aquel ¡Franco, Franco, Franco! con que las notas de prensa resumían la
aclamación popular, en recuerdo de la eufonía del Sanctus, sanctus, sanctus:
"Sabe marchar bajo palio con ese paso natural y exacto que parece que va
sometiéndose por España y disculpándose por él. Se le transparenta en el gesto
paternal la clara conciencia de lo que tiene de ancha totalidad nacional la
obra que él resume y preside. Parece que lleva consigo a todas las ceremonias y
liturgias protocolarias el honor de los caídos.
Parece que lleva, sobre su pecho, la laureada como
ofreciéndosela, un poco, a todos. Éste era el caudillo que necesitaba esta hora
de España, difícil, delicada y de frágil tratamiento, como toda contienda
civil. Todo, la guerra o la integración, el avance cotidiano o el cotidiano
gobierno, había que manipularlo con mano firme y suave. Se necesitaba un hombre
cuya imparcialidad fuera absoluta, cuya energía fuese serena, cuya paciencia
fuese total. Había que tener un pulso exacto para combatir sin odio y atraer
sin remordimiento. Había que escuchar a todos y no transigir con nadie. Había
que llevar hacia allí, en dosis exactas, el perdón, el castigo y la catequesis;
como hacia aquí, en exactas paridades, la camisa azul, la boina roja y la
estrella de capitán general. Conquistó la zona roja como si la acariciara:
ahorrando vidas, limitando bombardeos. No se dejó arrebatar nunca porque estaba
seguro de España y de sí mismo. Éste es Francisco Franco, Caudillo de España.
Concedámosle, españoles, el ancho y silencioso crédito que se tiene ganado. En
Viñuelas hay un hombre que sabe dónde va. Que lo supo siempre. Y que, gracias a
su paso inalterable sobre toda impaciencia, nos devolvió a España a su tiempo y
nos rescató intactas muchas cosas que estuvieron en gran peligro. Lo que hizo
en la guerra, lo hará en la paz".
Enriquecido por la aportación política de su cuñado Serrano,
Franco a medida que crecía bajo el palio buscaba colaboradores aduladores,
militantes en aquella cruzada de la adulación a la que se refirió su propio
cuñado. Pacón, el teniente general Francisco Franco Salgado Araujo, en sus
memorias póstumas, se hace cruces sobre la insensibilidad de su primo para
darse cuenta de tanto pelotilleo. No hay que olvidar que a lo largo de su
caudillaje, ya no Franquito, ya definitivamente ¡Franco, Franco, Franco!, fue
comparado con Napoleón, Fernando el Católico, el Gran Capitán, Agamenón
(difícil de entender), César, Almanzor, Federico II de Prusia, Recaredo... El
cardenal Plà y Daniel aprovechó el sermón de bodas dirigido a Carmen Franco y
el marqués de Villaverde para equiparar la pareja de la Virgen María y san José
con la de Franco y doña Carmen, y entre las metáforas la lista da que pensar
sobre la poesía como laboratorio del lenguaje: "... desde 'padre adoptivo
de la provincia' hasta 'la figura más importante del siglo XX', pasando por
'espiga de la paz', 'vencedor del dragón de siete colas', 'el cirujano necesario',
'el gran arquitecto', 'el redentor de los presos', 'guerrero elegido por la
gracia de Dios', 'vencedor de la muerte', '... el que sube las cuestas que es
un contento', 'clínicamente: genial', 'enviado de Dios', 'padre que ama y
vigila', 'voz de hierro', 'centinela de Occidente', cientos, miles de imágenes
de esplendor y gloria".
Pero yo me quedo con aquella perla que le dedicara Joaquín
Arrarás cuando lo imaginaba conduciendo la nave de la nueva España, la nave de
la muerte, la tortura, la expatriación, la desidentificación para tantos de sus
compatriotas: "Timonel de la dulce sonrisa".
Fuente: EL PAÍS Semanal, 29 / 11 / 1992
Fuente: EL PAÍS Semanal, 29 / 11 / 1992
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