Decía Foucault que el panóptico de Bentham tenía como
principal característica que el sujeto retenido en su interior era plenamente
consciente de su exposición constante a la vigilancia del poder y esto hacía
que él mismo se auto-coaccionase para evitar el castigo, de tal forma que
aunque el poder no se ejerciese deliberadamente, el orden se preservaría de
forma automática mediante la efectiva autodisciplina del sujeto.
Ya sé, ya, que hablar del panóptico es un lugar común para
algunos y no habría demandado este espacio en La Marea para hacerlo si no
hubiera sido por la profunda desazón que me produjo la columna que Antonio
Fraguas publicó en este mismo mediohace unos días. La pregunta con la que encabezo
este texto “¿a qué tenemos miedo?” es sencilla, pero no es una pregunta
inocente en un país en que unos perdieron la misma guerra que otros ganaron.
Las constituciones son la materialización formal del pacto
social, que no es más que el resultado de la correlación de fuerzas entre
diversos grupos de interés en un momento determinado, que encuentra una ventana
de oportunidad para convertirse en la norma suprema de una comunidad política.
Dependiendo del equilibrio en la correlación de fuerzas la
Constitución favorecerá más a unos que a otros y la perdurabilidad de la misma
dependerá de diversos factores, pero fundamentalmente de los futuros
equilibrios en la correlación de fuerzas así como de la estabilidad del sistema
político fundado por la Constitución.
De modo que la idea del marco constitucional neutro es una
falacia, todas las Constituciones tienen ideología, como bien dice Fraguas en
su columna; los Estados Unidos, epicentro del capitalismo global, son una
república con más de 225 años y 27 enmiendas en su Constitución. La cuestión es
por qué consideramos que una República que defiende y promueve las
instituciones del mercado capitalista sí es neutra y por tanto perdurable,
mientras que una que pretenda introducir elementos correctores frente al status
quo capitalista, está peligrosamente “escorada a la izquierda”.
La tan añorada República, o el proceso constituyente que la
haría realidad, no es por tanto una forma de cerrar la política, eso es
imposible y el siglo XX, tan rico en experiencias como en tragedias colectivas,
nos lo debería haber enseñado. La demanda de una República (con toda la carga
ideológica de izquierdas que tiene en este país) es una contraposición al
proceso constituyente que por la vía de los hechos está imponiendo la derecha
gracias a un equilibrio de poder favorable y sin un contrapoder que sea capaz
de obligarla a negociación alguna.
Gran parte de la decadencia de las izquierdas frente a la
revolución conservadora es consecuencia de la imposibilidad de contraponer
marcos políticos alternativos a los de la derecha, más allá de reivindicar el falso
paraíso perdido frente al tren arrollador de la derecha del final de la guerra
fría. Es hora de construir esos marcos alternativos, y sí, de tener un proyecto
de país capaz de aglutinar a una mayoría social en torno a un objetivo político
alternativo al de la derecha.
Fuente: La Marea
Fuente: La Marea
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