martes, 15 de octubre de 2013

Sindicatos


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Escrito por Borla Contreras   
Martes, 15 de Octubre de 2013 03:53
  Hace tiempo que tengo pendiente escribir este artículo, pero me genera tanta melancolía que he ido postergándolo una y otra vez. El espectáculo de esta semana en Sevilla, cuando un grupo de sindicalistas se acercó a los juzgados para apoyar a sus compañeros imputados por el caso de los ERE y, de paso, insultar a la jueza que lo instruye me ha empujado a dejar a un lado mis nostalgias, gracias al brote de indignación que ha emergido desde las tripas, por una vez no provocado por el Gobierno.


   También es cierto que escribir sobre los sindicatos hoy es arriesgado. La desvergonzada campaña de acoso y desprestigio de los medios de la derecha —no sé si hay otros— ha deteriorado su imagen y busca sin desmayo su criminalización. Ser crítico hace que uno se arriesgue a ser colocado en el mismo saco. Ya se sabe: es más fácil descalificar la crítica etiquetándola como una más en el contexto de la descalificación que asumir autocríticamente que algo se está haciendo mal desde hace años. Que el movimiento sindical, al institucionalizarse y volverse dependiente del poder no ha podido mantener algunas de las señas de identidad que históricamente le correspondían.

     Y la cuestión es básicamente ideológica. ¿Siguen siendo CC.OO. y la UGT sindicatos de clase, como se definen, o son meras empresas de servicios que ofrecen asesoramiento a los trabajadores e intermedian en la gestión del dinero de formación y la organización de cursos a tal efecto?

      Hace un par de años charlaba de este tema con un liberado sindical, al hilo de una curiosa situación que se produjo en mi centro de trabajo: de cinco que estábamos hablando sobre una convocatoria de huelga firmada por su organización, tres iban a secundarla y dos no. Y precisamente los dos que no pensaban ejercer su derecho a huelga eran afiliados sindicales, no siéndolo los otros tres. Es una mera anécdota, pero el liberado reconoció algo interesante: “Hace tiempo que tenemos dos tipos de afiliados: los comprometidos con la izquierda, que creen en sus ideas, y los afiliados “legalitas” [cita literal], que usan el sindicato como utilizarían una gestoría”.

    La conversación derivó hacia la política sindical, lógicamente. ¿Pueden esperar otro tipo de afiliados que los “legalitas” si se venden como una empresa de servicios que ofrece vacaciones con descuento en determinados lugares, seguros de automóvil más económicos, cursos no siempre bien preparados e impartidos por afines y colaboran con alguna que otra entidad bancaria? Desde mi humilde punto de vista, ese es el marasmo en el que se debaten. Se organizan como empresas con sus estúpidos “planes de calidad”, te encuestan cuando te das de baja con el mismo entusiasmo con el que un guía turístico explica las maravillas de la Gran Vía, presionan a los liberados para que inviertan más tiempo en buscar nuevos afiliados, aun descuidando sus otras tareas…
En fin, si derivas la organización hacia el paradigma de la empresa y ofreces esos servicios, ¿qué afiliación estás buscando? Como decía un buen amigo mío, aunque sobre otra cuestión, si ofreces alfalfa, no te extrañe que se te llene la casa de burros.

    La institucionalización de los sindicatos ha ido convirtiéndolos en parte de la estructura política, y su dependencia de las subvenciones, en meras dependencias de esas estructuras. El lobo ha sido domesticado, y su capacidad de acción ha disminuido gravemente. En lugar de comer ovejas, ha de protegerlas, y puede que le haya cogido el gusto a sentarse a su mesa. La patronal también recibe generosas subvenciones, pero su papel está mucho más claro: están con el sistema y aprietan para profundizar en estrategias de explotación que maximicen los beneficios. Y muchos empresarios, a pesar de ser perjudicados netos por el sistema, se sienten identificados, como si los intereses de los grandes fueran ni tan siquiera parecidos a los de los pequeños.

    Los sindicatos viven en una contradicción permanente, y parece que hoy por hoy carecen de lucidez para encontrarle solución. De hecho, emplear la dilación a la hora de dar explicaciones sobre los ERE dichosos, la descalificación de la jueza o la concentración ante el juzgado visualizan un parecido con los partidos políticos y sus propias corrupciones que resulta altamente alarmante. Es más, cuando se citan en Sevilla para apoyar colectivamente a sus compañeros recuerdan a esos alcaldes de pueblo que, tras ser detenidos por delitos diversos, son aclamados por el propio pueblo expoliado haciéndonos dudar —esto es un eufemismo— de la capacidad de los ciudadanos españoles para dirigir sus propios destinos.

…………Desde la melancolía que me devora, sólo puedo pedirles una cosa: refúndense. Empequeñezcan si es necesario, pero hagan la base más sólida. Trabajen para lograr ser independientes, dejen de comportarse como empresas y retornen a una posición que devuelva al afiliado el orgullo de serlo. Los trabajadores necesitamos a los sindicatos, pero hoy no tenemos los sindicatos que necesitamos.
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FuenteLa Columnata

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