viernes, 11 de octubre de 2013

El todo y las partes. Más allá del debate sucesorio ante el estado de salud del Rey

Justo en el momento en el que la institución monárquica vive el momento de mayor desprestigio desde la transición a esta parte, el estado de salud del Rey lleva a muchos a considerar la mayor o menor pertinencia que supondría abrir el debate sucesorio. Una vez más, se pone de relieve el miedo que hay en este país a asumir la realidad, a mirarla cara a cara. Para un republicano convicto y confeso como el arriba firmante, está meridianamente claro que, a día de hoy, lo que languidece y agoniza va más allá de la Monarquía propiamente dicha; lo que se tambalea es todo el entramado político que se gestó durante la transición.



Aquí, tras la experiencia de varios gobiernos del PP y del PSOE, de Cánovas y Sagasta, se constata la podredumbre en la que está inmersa la vida pública. Pero, más allá de eso, se constata también que esa podredumbre salpica en mayor o menor medida a ayuntamientos y autonomías, a sindicatos y a otras muchas instituciones.

Aquí, las encuestas parecen indicar que partidos como UPyD e IU están al alza en la intención de voto ciudadana. Lo malo es que -¡ay!- esas formaciones no son ajenas a la vieja política, pues ahí está la trayectoria de la lideresa de la formación magenta en su etapa en el PSOE, y ahí está también la trayectoria de IU que, al tiempo que combate la corrupción en su discurso, no le tembló el pulso a la hora de apoyar al PSOE de los ERES andaluces, ni tampoco a la hora de formar parte del Gobierno que presidió Areces en Asturias, dándose el caso de que nadie abandonó el beato sillón cuando estalló judicialmente el «caso Marea».

En contra de la abdicación, hay quien esgrime que, ante el delicado momento que vive este país, sería conveniente que tal cosa no se produjese. ¿De verdad se piensa que el creciente afán independentista que hay en Cataluña puede reconducirse por el hecho de que la abdicación no tenga lugar? ¿De qué estamos hablando entonces? ¿De un debate político o de presencias providenciales que eviten que España se rompa territorialmente?

Para esto último, para la vertebración territorial, hay quien apunta como solución el federalismo. Por supuesto, podría explorarse, sin que ello signifique que fuese una garantía de solución del problema. En todo caso, no cabe ninguna duda de que la vieja fórmula del «café para todos» no sirve, entre otras cosas, porque con ello no se resolvió el asunto.

Y, por supuesto, a la República se le sigue teniendo miedo. Los sagastinos, es decir, el PSOE, salvo excepciones, la rechazan. Quienes apoyan a estos últimos, IU, la defienden, sin preguntarse si resulta sostenible semejante contradicción. Y, de paso, convendría saber qué proyecto de República tiene en su preclara mente el señor Lara, más allá de las consignas que ya nos conocemos de memoria.

El todo y sus partes. La 2º Restauración borbónica que agoniza, con el «caso Nóos», con los grandes sindicatos inmersos en escándalos, con unos partidos parlamentarios clientelistas en todos los casos y cortesanos en su mayoría.

Aquella «revolución desde arriba» de la que tanto se hablaba hace cien años. La revolución desde abajo si se piensa en lo que puede acabar exigiendo la ciudadanía. Ambos postulados podrían converger en el republicanismo, previo paso por un referéndum, previo paso por la existencia y presencia de partidos políticos que enarbolasen un discurso que abordase el momento presente tal como es, tal como está: el declive de la 2ª Restauración borbónica que hasta el presente sigue estando apoyada por los dos grandes partidos y por los dos grandes sindicatos. El declive de la 2ª Restauración borbónica, digo, que produce hartazgo, rechazo y corrupción.

Los partidos políticos tendrán que decidir si se atrincheran en sus sinecuras y privilegios, o si, de una vez, se ponen al servicio de la ciudadanía. Y ésta tendrá que elegir entre continuar aceptando, aunque sea por omisión, lo que tenemos, o si apuesta por un cambio de rumbo, de barco y de capitán, si decide elegir a este último, o si va a resignarse a que se lo sigan poniendo e imponiendo.

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