Uno de los grandes errores que cometen los analistas políticos en las entrevistas de Rajoy es el de intentar determinar su sinceridad observando los gestos de su cara. Se trata de una misión imposible porque el presidente tiene más tics que un reloj de cuco y nunca se puede estar seguro de si miente cuando dice, guiñando el ojo, que procurará mucho consenso para su ley del aborto o si es verdad su proclama de que está muy contento con sus ministros mientras entorna de nuevo el párpado. No parece que el presidente tenga un único patrón de conducta sino un ojo travieso.
De manera que si uno es capaz de resistir los bostezos por el láudano que destila lo preferible es observar sus manos, que en algún momento han de traicionarle. Con sus manos, Rajoy ha desafiado a la suerte y a los elementos y sus ordalías constituyen ya una tradición. Rajoy ha puesto la mano en el fuego por Bárcenas, por los primeros imputados del PP en el caso Gürtel, por Francisco Camps porque “somos parecidos”, por Esperanza Aguirre y hasta por su propia honradez sin aparentes daños en los tejidos.
El milagro de la mano intacta es más insólito que el del brazo incorrupto de Santa Teresa, al punto de que el propio Rajoy desconfía con cada nuevo envite, y es incapaz de resistirse a contemplar su extremidad por si urge aplicar pomada tras el enésimo encuentro con las brasas. Ayer repitió experimento con la hija del Rey, de cuya inocencia se mostró convencidísimo, y a la que aconsejó no renunciar a lo tonto a sus derechos sucesorios. No hubo combustión espontánea pese al inconfundible olor a carne quemada.
No fue el único milagro que deparó la entrevista televisiva del nuevo líder planetario descubierto por Obama, si es que el hecho de que el presidente se deje hacer preguntas no constituye en sí mismo un prodigio de la naturaleza. Rajoy consiguió nuevamente no hablar de nada o, para ser exactos, no decir prácticamente nada de cada tema al que se refería, más allá de esa desesperante visita a los lugares comunes que tanto aprecia.
Desgranemos la perorata. ¿La corrupción generalizada? Muy lamentable. ¿Bárcenas? Un error. ¿Cataluña? Muy bonita, tanto que trabajará (otro milagro) para aumentar los lazos que la unen con España. ¿Independencia? Por encima de su cadáver. ¿El IRPF? Bajará. ¿El paro? También. ¿La reforma laboral? Estupenda. ¿La crisis? ¿Qué crisis? No obstante, fue al mencionar del Rey cuando coronó la cima de lo obvio: “Es una persona, un ser humano”. Acabáramos.
Rajoy ha conseguido que la política, que en tiempos fue un arte, se haya convertido en un déjà vu. A un registrador de la propiedad no se le puede pedir esperanza porque va y te hace una nota simple. Tan simple que da hasta miedo.
Escrito por Juan Carlos Escudier
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