Pese al mucho revuelo, lo cierto es que el libro de Pilar
Urbano no dice nada que no hubiésemos oído o leído antes. Las dos tramas del
golpe, la Operación Armada, el gobierno de concentración junto al PSOE, el
papel dudoso del rey y las horas que tardó en aparecer el 23F, todo eso está ya
investigado y contado en no pocos libros. Siempre suelo recomendar el mismo,
pero es fundamental: Soberanos e intervenidos, de Joan Garcés donde además
documenta la implicación exterior, sobre todo norteamericana.
Pero ni siquiera es necesario haber leído esos libros: basta
un vistazo a la hemeroteca de aquellos meses, pues el ruido de sables, las
conspiraciones en marcha, los nombres de los implicados, aparecían a diario en
toda la prensa en los meses previos al golpe. En serio, revisen prensa de
finales de 1980 y principios de 1981, y verán qué poco sorprendió el golpe.
La novedad ahora, tras años de libros y reportajes pero
también de chascarrillos populares sobre el “elefante blanco”, la novedad es
que las alfombras se levanten desde posiciones digamos “oficiales”: una
periodista nada sospechosa de antisistema, una editorial comercial y bien
relacionada con el poder, y un periódico que pese a sus agujeros conspiranoicos
no deja de ser un pilar del sistema.
La novedad por tanto es que algo que hasta ahora quedaba
fuera de foco, de repente ocupe el centro del escenario, merezca portadas de
periódico y entrevistas televisivas, y provoque desmentidos y pronunciamientos
como no habíamos conocido nunca.
Mi hipótesis es que asistimos a una voladura controlada:
tarde o temprano se acabaría sabiendo más sobre el asunto, y quizás con la
muerte de Suárez caduquen algunas lealtades y pactos de silencio. Antes de que
sean otros los que lo aireen y de forma más dañina, mejor que lo haga una Pilar
Urbano, que pese a lo explosivo de sus revelaciones, se cuida mucho de matizar
y de exculpar al rey.
Pero el revuelo actual sobre algo que ya sospechábamos,
tiene otra razón: hoy nos importa más el 23F que hace diez o veinte años. La descomposición
actual del sistema político surgido de la Transición nos hace mirar con más
severidad aquellos años. Y el 23F es un momento central. Para el rey, y para la
democracia española.
El 23F es el mito fundacional de esta democracia, y es
también el día en que el rey “se gana la corona”. Llevamos años escuchando que
el 23F el rey se ganó su legitimidad ante los ciudadanos. Hasta entonces era un
personaje gris, poco apreciado, sospechoso, con el pecado original de haber
sido designado y educado por el dictador. A partir del 23F su figura se
agiganta y se convierte en el campeón de la democracia.
Para la generación de la Transición, el juancarlismo arranca
aquel día. Para quienes llegamos después, en el colegio nunca nos hablaron de
la guerra civil ni de la dictadura, pero memorizamos bien lo de que el rey
detuvo el golpe militar.
Hace solo tres años, en 2011, al cumplirse treinta años del
golpe, las conmemoraciones oficiales aún giraban en torno al mismo relato.
Todavía no sabíamos de Corina, el safari, la infanta o la cuenta en Suiza, y
apenas arrancaba el caso Urdangarín. Así que el aniversario fue la enésima
vuelta sobre el mismo mantra: el rey paró el golpe, el rey se ganó la corona
aquella noche.
De modo que si ahora resulta que el rey no solo no detuvo a
los golpistas, sino que se había entendido con algunos de ellos en fechas
previas, y cómo mínimo había alentado maniobras para tumbar al presidente
democrático en favor de un gobierno de concentración civil-militar, se nos
viene abajo el momento fundacional sobre el que se levanta todo su reinado, y
de cuyas rentas ha vivido hasta ahora.
Pero no solo el rey: el 23F es importante también porque
marcó el rumbo de la democracia. Propició el “golpe de timón”, expresión tan
querida de aquellos días. Sirvió para encauzar la Transición reforzando sus
límites para evitar desbordes, recondujo el proceso político, social y
territorial por la vía del miedo. El 23F fue nuestra particular aplicación de
la ‘doctrina del shock’. Y si ahora nos dicen que el rey y otros prohombres
anduvieron enredando en torno al golpe, se entiende la conmoción.
Lo más probable, con todo, es que no ocurra nada. El asunto
quedará pronto olvidado por nuestra cotidiana ración de escándalos y miserias.
Habrá unos cuantos desmentidos y cierres de filas innecesarios, puesto que la
verdad documentada sigue atada y bien atada. La figura del rey se desgastará un
poco más, imparable ya hacia su abdicación. Y la “democracia” española
continuará su cuesta abajo, descomponiéndose también en sus cimientos.
Fuente: El Diario/Zona Crítica
No hay comentarios:
Publicar un comentario