El núcleo monárquico que aún quería resistir empleando un
aparato ortopédico de fuerza, iba siendo cada vez más reducido. El rey,
personalmente, era partidario de no ceder. Pero la burguesía en masa lo
abandonaba. Había que sacrificarlo para evitar males mayores.
Todo el problema estribaba en el peligro de la transición.
El momento de levantar las compuertas era inquietante.
Los monárquicos recalcitrantes propusieron celebrar en marzo
las elecciones a Cortes, continuando en suspenso la Constitución. La burguesía
sintió que esto era retrasar más todavía la hora de la transmisión de poderes,
y dejar que la verdadera revolución siguiera preparándose.
Por fin la fórmula fue hallada. Ir a las elecciones
municipales y conceder durante unos días libertad de Prensa y de reunión.
Las elecciones del día 12 de abril dieron en 46 capitales de
provincia el triunfo a los republicanos. No cabía duda ya. La Monarquía era
impopular. Era detestada por toda España, por los obreros como por una gran
parte de la burguesía.
El conde de Romanones ha escrito sobre la agonía de la
Monarquía memorias que vale la pena de consultar. Romanones era ministro de
Estado en el último Gabinete monárquico.
«El Gobierno -dice Romanones- descontaba evidentemente una
derrota monárquica en Madrid; pero jamás pudo suponer que se produciría una
catástrofe tan completa. En cuanto a Barcelona, creíamos sin dudas en el
triunfo de la Lliga, y se esperaba un empate posible, por lo menos, en Valencia
y Zaragoza, lo mismo que una victoria republicano-socialista en las ciudades
donde el predominio del elemento obrero es evidente. Lo que nunca supusimos fue
el fracaso en Guadalajara, en Teruel, en Cuenca, en una palabra: en todas las
demás ciudades de España, salvo cuatro.»
¡Resumen magnífico! Barcelona, Cuenca, Guadalajara,
Badajoz..., es decir la gran masa obrera, y la burguesía agraria constituían la
clave decisiva.
En las elecciones del día 12 de abril se cerró el largo
paréntesis de la abstención política de la clase trabajadora española.
Durante veinte años aproximadamente, las grandes masas
proletarias de España se han mantenido alejadas de la actividad política. El
movimiento sindicalista, como reacción contra el republicanismo pequeñoburgués,
comienza a intensificarse hacia 1911, y desde entonces va en progreso
constante. Las masas obreras se encastillan en un economismo estrecho.
Creyéndose revolucionarias, son profundamente reformistas. Dejan intacto el
poder del Estado. No comprenden que la política no es más que la economía
concentrada.
Esta abstención política de los trabajadores da estabilidad
al régimen monárquico. La oposición no existe casi. El republicanismo va en
descenso, se deshincha. El partido socialista es endeble. La burguesía,
monárquica, como es natural, se siente fuerte. Nadie le disputa las posiciones.
La clase obrera española duerme.
El golpe de Estado en 1923 fue posible gracias a la falta de
un movimiento obrero con una firme conciencia política. Primo de Rivera, el día
13 de septiembre de 1923, establecía la Dictadura sin que nadie protestara. Los
obreros, que eran los que habían de sufrir más el peso del régimen, se
mantuvieron tranquilos. Parecía que lo que acababa de ocurrir carecía de
importancia.
Sin embargo, la Dictadura constituyó el latigazo brutal
sobre la espalda del proletariado. Durante el período de Gobierno despótico de
Primo de Rivera, silenciosamente, sin que saltara a la superficie, se iba
operando una transformación ideológica profunda en los medios ayer dominados
por el sindicalismo apolítico. Esa reacción tomó formas expresivas contundentes
el 12 de abril de 1931. La gran masa obrera, que durante largos años no había
intervenido en las contiendas electorales, votó ese día con gran entusiasmo. La
movilización política de la clase trabajadora fue general en toda España. Pero
donde esto tuvo una importancia mayor fue en Barcelona.
Barcelona es el foco motor de la vida política española. Por
la misma razón que el golpe de Estado, en 1923, tenía lugar en Barcelona, la
revolución que destruyera la Dictadura había de hallar allí su base principal.
Si el día 12 de abril hubiera ganado las elecciones en
Barcelona la Lliga -posible solamente continuando la abstención política
obrera-, la República no se hubiese proclamado el día 14. Los cronistas de las
horas de agonía de la Monarquía han contado cómo el Gobierno Aznar-Berenguer y
el rey en persona esperaban con inquietud el resultado electoral en la capital catalana.
Su vida o su muerte dependía de lo que hubiera ocurrido al pie del Tibidabo. Si
Barcelona se mantenía en la pasividad, si triunfaban los elementos al servicio
de la Monarquía, ésta podía aún prolongar su existencia. La «neutralidad» de
Barcelona le hubiese dado ánimos para hacer un último esfuerzo agudizando el
régimen de fuerza.
La estabilidad de la Monarquía durante un tercio de siglo se
ha basado, en gran parte, en la anulación de Barcelona como fortaleza política.
Lerroux, desde 1901 a 1912, consiguió arrastrar a la clase trabajadora a un
republicanismo inofensivo, cuyos orígenes estaban muy cerca de la misma
Monarquía. El lerrouxismo, alborotador y escandaloso, constituía una
salvaguardia del régimen. Después, Barcelona ha quedado así aniquilada como
factor decisivo por espacio de más de treinta años.
¿Qué ocurriría el 12 de abril? ¿En qué sentido habría
reaccionado el movimiento obrero de Barcelona durante los siete años de la
Dictadura? ¿Qué marcha seguiría la nueva generación, la que ha entrado en la
brecha en esta última etapa?
De que esto se resolviera de un modo o de otro dependía el
colapso final del viejo régimen.
El resultado fue inesperado para casi todo el mundo. Aun los
triunfadores se quedaron sorprendidos.
El bloque de Maciá confiaba obtener, en Barcelona, cinco o
seis puestos, y, sin embargo, conquistaba la mayoría absoluta. Los
sindicalistas se sentían empujados por el huracán de la historia y hacían acto
de presencia. La Barcelona obrera aparecía en escena y ganaba una formidable
batalla política.
Al mismo tiempo, la burguesía provinciana se manifestaba
también. Guadalajara, Córdoba, Huesca, etcétera, habían dejado de ser
monárquicas...
El lunes, día 13, fue el momento inquietante. La burguesía
no estaba completamente segura de sí misma. Le daba miedo afrontar el porvenir.
¿Quién se lanzaría al asalto primero, la burguesía o la clase trabajadora?
Había llegado, por fin, el instante supremo. No era posible esperar más.
Sin embargo, la burguesía no creyó, durante el lunes, día
13, que el derrumbamiento final fuese cuestión de unas horas.
«Los acontecimientos decisivos del 14 de abril constituyeron
para todos los españoles, sin excepción, y en todos los partidos, una sorpresa
absolutamente desconcertante» ha dicho Romanones.
Alba, discutiendo con Alcalá Zamora en el Parlamento, le
decía: «El 14 de abril quedó usted tan sorprendido como yo de lo que ocurrió».
La clase trabajadora, el día 14 de abril, se dispuso a
terminar lo que había comenzado. Las dos poblaciones que primeramente
proclamaron la República fueron Eibar y Barcelona, dos centros obreros.
Un diputado de la Esquerra Catalana ha dicho en el
Parlamento: «El día 14 por la mañana nosotros, al ver que el pueblo se había
tirado a la calle, no tuvimos más remedio que ir al Ayuntamiento y a la
Diputación y enarbolar la bandera republicana».
Las masas obreras entraron en acción en toda España. La
burguesía procuró ponerse delante para no perder la dirección.
El movimiento nacionalista catalán se trocó en poderoso
factor revolucionario. La proclamación de la República catalana fue la carga
final que hizo saltar hecho trizas el andamiaje monárquico.
La bandera republicana se izaba en las capitales de
provincia a medida que llegaba la noticia de que el movimiento había triunfado
en Barcelona.
El grito republicano de Barcelona provocó la sublevación
general. Pero lo que en Madrid, en las esferas oficiales y en las zonas
conspirativas de lo que fue luego el Gobierno provisional, determinó el paso
definitivo, no era tanto la proclamación de la República como el que se tratara
específicamente de la República catalana. Esto engendró el pánico. La
conjunción de los movimientos separatistas y republicano producía una explosión
formidable. Por otra parte, la República catalana naciente se apoyaba en las
masas trabajadoras. Y esto hacía presagiar una posible transformación
fulminante del movimiento revolucionario. El carácter de la revolución era,
pues, de mal augurio para toda la burguesía. Precisaba obrar con la mayor
rapidez.
Las negociaciones entre el antiguo equipo y el que había de
sustituirle, entre el Gobierno Aznar-Berenguer y el de los jefes republicanos,
duraron unas horas. El espectro de una República catalana, posiblemente roja,
zarandeaba sin compasión a los ministros que caían y a los que iban a surgir.
Urgía apresurarse. Unos minutos podían perder la tan difícilmente preparada
«transmisión pacífica de poderes».
En casi toda España, la República había ido proclamándose
durante las horas de la tarde. El pueblo de Madrid se lanzaba a la calle, y
Alcalá Zamora y Romanones seguían negociando...
El rey propuso declarar el estado de guerra. Se resistía
hasta el último momento. Pero era inútil. El desbordamiento popular lo dominaba
todo.
Por fin, cuando el pueblo hubo ganado totalmente la batalla,
el Comité republicano, a las ocho de la noche, proclamaba la República desde el
Ministerio de la Gobernación. Daba estado legal a un hecho consumado.
Toda la inquietud del flamante Gobierno provisional fue
«mantener el orden» y proteger la huída del rey.
La burguesía quería evitar la justicia histórica. Pretendía
hacer una revolución sin sangre. Los espectros de Carlos I de Inglaterra, de
Luis XVI, de Maximiliano de Méjico, de Nicolás II, le aterrorizaban. Había que
salvar al rey, que, en el extranjero, quedaba convertido en una valiosa reserva
si la República fracasaba.
Cuando el Gobierno provisional supo que el rey estaba fuera
de peligro, respiró.
La transmisión de poderes se había hecho sin sobresalto. La
revolución había sido evitada. La burguesía española podía dormir tranquila.
«Los vencidos -dice Romanones-, en medio de aquellas
tristezas, podíamos sentir una satisfacción muy honda. La de nuestra
conciencia, que nos decía que habíamos contribuido a que en España, sin
derramarse una sola gota de sangre, y sin perturbaciones, se cerrara una época
de su historia y diera comienzo otra; que el rey salía sano y salvo; que no
huía, sino que llegaba a tierra extranjera en un barco de la Marina de guerra
con todos los honores que correspondían a su rango; que se despedía de su
patria sin altanerías ni humillaciones.»
Así es cómo entraba en funciones el Gobierno provisional.
Escrito por Joaquín Maurín,
Conocido el texto gracias a
María Torres su blog
Paco. saludos
ResponderEliminarLa España actual no tiene arreglo, es como una casa vieja que hay que demoler para poder edificarla sobre unos nuevos pilares. Cataluña quiere la independencia, el País Vasco también, ésto es lo que nos ha traido la falta de democracia y el desastre en que se han convertido las autonomias. La izquierda española no se va a unir, no hay nada que hacer, porque se han vendido al capital desde Bruselas hasta los partidos de los gobiernos de toda la CE.
Aquí estoy peleando con el ordenador nos han quitado el XP de Windons y estoy aprendiendo con un nuevo sistema operativo.Antonio
Antonio, cuanta razón tienes, por eso que no tiene remedio es necesario otra en la cual al menos la mayoría podamos vivir dignamente.
EliminarEl sistema operativo, a la hora de la verdad funciona más o menos igual. Si es el 8, le das primero a escritorio y más o menos, al principio cuesta.
SyR