Debo decir que mi padre y un paisano de Pinarejo, que no consigo recordar su nombre, saltaron del camión que les conducía a Villarrobledo poco antes de llegar. Ambos estuvieron durante varios días escondidos por los campos y montes, hasta que consiguieron a cambio de sus mejores tierras ser avalados, por el alcalde franquista de Pinarejo. Por otra parte mi abuelo materno Felipe López, sufrió la cárcel en Albacete y Chinchilla, de donde salió en un estado lamentable física y mentalmente.
Durante mucho tiempo he intentado buscar información sobre esto que llegó a mí a través de mi madre, sin conseguirlo, hoy he encontrado este valioso testimonio Ezequiel San José López, en que habla sobre la represión y condiciones de penuria de las cárceles franquistas y la especial saña con las gentes procedentes de Villarobledo y su comarca. Es un relato muy duro, con una pregunta final muy importante.
Paco Arenas
Sobre las cárceles franquistas(testimonio de Ezequiel San José López)
La documentación y las referencias sobre los campos de
concentración nazis son abundantísimas. Particularmente cuando tratan del
genocidio sufrido por los judíos, lo cual es positivo por-que el olvido de
tales salvajadas iría contra la más elemental decencia. Otra cosa es que tras
buena parte de esta campaña antinazi estén ciertos grupos judíos que se mueven
por intereses económicos políticos muy
actuales. Algunos colectivos asimismo víctimas del nazismo no han tenido
parecidos vale-dores y a estas alturas mucha gente ignora que en el infierno concentración
ario se asesinó a gitanos, homosexuales y sobre todo comunistas. Desde 1936 el
fascismo español, al que Alemania e Italia ayudaron, cometió aquí también
crímenes espantosos. Sin embargo existe una diferencia abismal entre la
publicidad de unos y otros casos. Son raros y poco divulgados, particularmente
en España, los trabajos sobre las torturas y la muerte de dece-nas de miles de
hombres y mujeres en los centros policíacos, cuarteles, campos de
concentración, cárceles y paredones de nuestro país. El distinto tratamiento
dado a ambas represiones quizás se debe al distinto final de las dos
dictaduras. El nazismo alemán fue derrotado militarmente y el franquismo,
muerto Franco, acabó aquí en una transición pactada entre fuerzas franquistas
todavía poderosas y una oposición variopinta dividida y manipulada,
algunos de cuyos componentes aceptaron aquella especie de borrón y cuenta nueva
que beneficiaba a los represores silenciando sus atrocidades y otra parte, la
más represa-liada, carente de medios y fiel defensora de la Reconciliación
Nacional abanderada desde años antes que no creyó políticamente oportuno sacar
a relucir el sangriento pasado. Ahora, decenios después, a muchos nos parece
que con tal actitud las fuerzas de izquierda cometieron un tremendo error histórico.
Es conveniente, por tanto, divulgar cuanto sea posible los horrores del ayer
franquista y contar sus aspectos represivos, algunas de cuyas facetas peores se
vieron en las cárceles. Hay que decir que aquí, en España, los presos que no
recibían ayuda de sus familiares del exterior estuvieron condenados al hambre
más espantosa. Luego de meses de bazofia aguada compuesta de algunos trozos de
nabo y restos podridos de un pescado salado (Corbina), se les hinchaban cara,
manos y pies y frecuentemente morían de inanición. Quienes padecimos aquello no
encontramos mucha diferencia entre las fotos de los supervivientes esqueléticos
de los campos nazis y el aspecto nuestro de entonces. ¿Se ha publicado lo
suficiente que los chinches y los piojos nos devoraban? No conozco ninguna
información que mencione la proliferación del ántrax y la sarna entre los
reclusos. Ni de las epidemias de tifus y viruela en la Prisión Provincial de Albacete.
Ni de la tuberculosis que sufrimos tantísimos. Yo he padecido dos largos períodos
carcelarios. El primero desde julio de 1939 hasta finales de 1943 y el segundo
desde abril de 1947 hasta noviembre de 1951, más varios años de libertad
vigilada controlado por la policía. Las dos veces por actividades políticas
contra la seguridad del Estado (de aquel Estado). En las dos ocasiones condenado
por Consejos de Guerra que pidieron penas de muerte a algunos compañeros. Los
dos períodos fueron terribles, aunque sin duda el peor el primero. Hay que
señalar que, acabada la guerra, las cárceles proliferaron. Los establecimientos
penitenciarios existentes eran insuficientes para recluir en ellos a los miles
y miles de personas que los fascistas vencedores consideraban enemigos. Plazas
de toros, estadios y conventos e iglesias todavía no habilitados para el culto se
llenaron, tanto de soldados del ejército republicano derrotado como de
cualquiera considerado sospechoso por las nuevas autoridades.
En cada pueblo, tras las matanzas vengativas de los primeros
días, los izquierdistas fueron recluidos en los sitios más diversos y poco a
poco trasladados a lugares que ofrecieran mayor seguridad como los pueblos
cabeza de partido o capitales de provincia. Para regentar tanta cárcel se
promocionó como funcionarios de prisiones a falangistas, alféreces
provisionales licenciados y "adictos a la causa nacional". Cabe
imaginar el comportamiento de tales guardianes.
Cárceles en Albacete
En Albacete, la vieja prisión provincial quedó abarrotada al
instante. El hacinamiento era tal que con las celdas y galerías (las llamaban esparteras)
repletas, muchos presos pasaban la noche sentados en la escalera que conducía a
la planta superior. De los dos patios existentes a uno lo convirtieron en
enorme celda donde por las noches los detenidos dormían en el suelo, bajo las
estrellas. Nada comparado con lo reservado a los condenados a muerte. En celdas
concebidas para dos personas eran encerrados de dieciséis en dieciséis,
"chapadas" las puertas y con dos zambullo para sus necesidades. Los zambullos
eran unos recipientes cilíndricos de barro cocido de cincuenta centímetros de
altura por veinte o veinticinco de diámetro que se les retiraba por la mañana
tras el recuento y les volvían a colocar después de vaciados. No salían de sus
celdas, excepto para la comunicación semanal en un locutorio horripilante los
que recibían visita de familiares, hasta que se les conmutaba la pena o eran
conducidos al paredón. Cuando dejaban aquel antro ya parecían cadáveres. Escribir
esto ahora hasta nos parece inconcebible a quienes lo vivimos. Pero había otras
cosas. Los retretes y escasos lavabos no funcionaban y excrementos, orines y
agua sucia anegaban la planta baja de la cárcel ensuciando a quienes tenían que
dormir allí.
He señalado que el trato de los carceleros hacia nosotros era
indecente. Violencias físicas aparte, siguiendo directrices superiores,
buscaban humillarnos. Era obligatorio cantar diariamente, en formación, los himnos
Oriamendi y Cara al Sol y escuchar la marcha real tras la cual el funcionario
de turno aullaba los consabidos España, una; España, grande; España, libre, que
debíamos corear. Dirigirse a cualquier carcelero llevaba consigo saludos a la
romana y comenzar: "a sus órdenes don fulano", para después decirle
lo que fuera. Y las misas dominicales ineludibles. No tengo noticias de que la
Iglesia haya pedido perdón por su colaboración con aquello. Lo que acabo de
relatar se prolongó durante años. Y aunque las condenas y malos tratos se
prolongaron ron prácticamente hasta el final del franquismo, luego de la
derrota de Alemania algunas cosas se modificaron: se suprimieron los cantos
fascistas y el obligado saludo brazo en alto. El régimen ya no era una hechura
nazi, era simplemente nacionalsindicalista.
Leído lo anterior es posible que, hoy, alguien se interese por
el comportamiento de los prisioneros ante el hambre, las humillaciones, la
promiscuidad, la amenaza de largas condenas o la muerte. Como en todo colectivo
humano en grave coyuntura las reacciones eran varias. A un sector relativamente
numeroso que de buena fe creyó aquello de la "Paz Honrosa" propalado
por los acólitos del coronel Casado en los últimos días de la guerra, le
sorprendió algo tan distinto a lo esperado.
Otros se extrañaban de que "a ellos" les ocurriera esto admitiendo
que los demás lo merecieran; eran los menos. Grupos reducidos embrutecidos por
el hambre y la miseria hurgaban entre la basura buscando residuos que comer o
colillas. Pero generalmente la moral era alta. La guerra había concienciado a
los más y quienes se creen posesores de la razón, de la verdad, se enfrentan a
la tragedia y a la muerte con valor. Las noches de "saca" cuando los
condenados a morir eran conducidos a "capilla" nos saludaban a los
todavía vivos con vivas a la República, a la Revolución, a la Libertad.. . y
desde su último encierro muchos cantaban "La Internacional".
Al amanecer, con la cárcel silenciosa, llegaba desde el cementerio
no lejano, el eco apagado de los disparos. La solidaridad era frecuente aunque
no general. Quien poseía comida aportada desde la calle por la familia solía
compartirla con parientes y compañeros más necesitados creando comunas. Años
después en una población penal más politizada, surgió todo un complejo de
Comisiones: Comisión de Ayuda, Comisión Jurídica, Comisión Cultural y de
Enseñanza ..., que repartían entre todos los recursos existentes, preparaban a
los procesados para enfrentarse a los Consejos de Guerra rechazando a los
"defensores de oficio" que no defendían nada, creaban colectivos
culturales; todo, claro está, clandestinamente frente a las autoridades
carcelarias.
Poco más o menos, salvadas las concretas diferencias de lugar,
algo similar ocurrió en los campos de concentración alemanes donde igual que
aquí tales acciones las dirigían los más combativos. Hay que señalar que las
afinidades ideológicas aglutinaban a bastantes. También la procedencia. Era
normal la mayor relación entre paisanos. Algo especial marcaba a los de Villarrobledo.
Después de las matanzas de los barreros trajeron a Albacete a muchos desde allí.
Proceder de Villarrobledo en aquella época significaba un agravante. Los
juicios sumarísimos los condenaban a muerte en mayor proporción que a otros. Un
militar, no recuerdo su graduación, venía con frecuencia a tomarles declaración
o a ultimar los trámites procesales. Pude verlo, casualmente. Era un individuo
enfermizo, macilento, con cara de mala persona. Los presos le temían. Su
gestión acrecentó el número de víctimas de este pueblo manchego. Más tarde oí
que estaba casado con una ricachona de allí.
Aunque la represión de Villarrobledo es destacable, otros pueblos,
Almansa, Hellín, Yeste, La Gineta, Tarazona.. ., y la capital, Albacete, no
escaparon mucho mejor a las torturas y piquetes. Pero como al principio de este
trabajo comenté parece cual si una pesada losa de silencio hubiera caído sobre
aquel pasado. Conviene, lo escribí en otra ocasión, que las nuevas generaciones
lo conozcan. Conocer el pasado ayudará a evitar tragedias similares. Es necesario
que historiadores e investigadores de nuestra provincia indaguen, busquen
documentos y datos, recaben el testimonio de los supervivientes y los expongan
para general conocimiento. ¿O es que todavía hay miedo?
Autor: Ezequiel San José López
RESUMEN: El autor fue un miembro de las Juventudes
Socialistas Unificadas durante la guerra. Ocupó puestos de dirección en la
Organización de Albacete. Marcha al frente a los dieciséis años de edad luchando
en la 5.9 Brigada Mixta de Carabineros en los frentes del Jarama: Arganda,
Morata de Tajuña, Pingarrón, etc. Combate en Madrid contra los golpistas
dirigidos por el coronel Casado y al terminar la guerra es detenido for-mando
parte de un grupo clandestino del Partido Comunista. Tras salir en libertad
vigilada a finales de 1943 se reincorpora a la Resistencia y es apresado
nuevamente en Madrid en abril de 1947.
P.D. He tenido el placer hoy con Ezequiel y con 92 años tiene una lucidez impresionante y unas ganas de luchar que ya quisiéramos muchos. !Salud y República!
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