Sobre las cárceles franquistas
El testimonio de Ezequiel San José López
Cuando estaba escribiendo Magdalenas sin azúcar, necesitaba
documentarme, por muchos testimonios que me transmitiera mi madre, poco loe
había contado su padre sobre los siete años que estuvo preso en el Penal de
Chinchilla de Montearagón, entonces tropecé con el testimonio de Ezequiel
San José López. Incluso pude contactar con él, lo cual resultó muy interesante.
Hablamos sobre la situación en las cárceles en la provincia de Albacete, no
olvidemos que mi abuelo, el principal protagonista masculino de Magdalenas sin azúcar, estuvo en el penal de Chinchilla-Albacete. También hablamos de los «barreros»
de Villarrobledo, a donde, tras la traición de Casado, llevaban a mi padre,
Fermín Arenas, junto con otros soldados republicanos, en dirección de
Villarrobledo, donde se produjeron cientos de asesinatos masivos por parte de
las fuerzas golpistas de genocida Francisco Franco.
Los barreros, pozos de donde se extraía la arcilla para la
fabricación de las famosas tinajas de Villarrobledo, tenían una profundidad de
unos 40 metros. Las víctimas, vecinos del pueblo o la comarca, eran colocadas
unas al lado de otras y fusiladas, sin preocuparse de darles el tiro de gracia,
algunos, en un acto de máxima crueldad, heridos levemente, siendo muchos
quienes caían con vida, siendo sepultados por la siguiente tanda de víctimas.
Sus gritos y lamentos se escuchaban kilómetros a la redonda, mi madre asegura
haberlos escuchado desde cerca de San Clemente.
Se calcula que en los primeros días del triunfo de los golpistas
traidores a la patria del general Franco, que fueron asesinadas más de 300
personas de ese modo tan cruel. Después, los asesinatos pasaron a producirse en
el cementerio de Albacete.
Debo decir que mi padre y un paisano de Pinarejo, no
llegaron a Villarrobledo, tal y conforme narro en mi novela Magdalenas sin azúcar, aprovechando una fuerte lluvia, saltaron del camión, poco antes de
llegar. Salvando así la vida
Ambos estuvieron durante varios días escondidos por los
campos y montes, hasta que consiguieron, a cambio de sus mejores tierras, ser
avalados, por el alcalde franquista de Pinarejo.
Fue el testimonio de Ezequiel, de palabras y a través de
este documento, publicado por el Instituto de Estudios Albacetenses.
Paco Arenas, autor de Magdalenas sin azúcar
Sobre las cárceles franquistas
(El testimonio de Ezequiel San
José López)
Ezequiel San José , con el penal de El Dueso en el año 2001
La documentación y las referencias sobre los campos de
concentración nazis son abundantísimas. Particularmente cuando tratan del
genocidio sufrido por los judíos, lo cual es positivo por-que el olvido de
tales salvajadas iría contra la más elemental decencia. Otra cosa es que tras
buena parte de esta campaña antinazi estén ciertos grupos judíos que se mueven
por intereses económicos políticos muy actuales. Algunos colectivos asimismo
víctimas del nazismo no han tenido parecidos vale-dores y a estas alturas mucha
gente ignora que en el infierno concentración ario se asesinó a gitanos,
homosexuales y sobre todo comunistas. Desde 1936 el fascismo español, al que
Alemania e Italia ayudaron, cometió aquí también crímenes espantosos. Sin
embargo, existe una diferencia abismal entre la publicidad de unos y otros
casos. Son raros y poco divulgados, particularmente en España, los trabajos
sobre las torturas y la muerte de decenas de miles de hombres y mujeres en los
centros policíacos, cuarteles, campos de concentración, cárceles y paredones de
nuestro país. El distinto tratamiento dado a ambas represiones quizás se debe
al distinto final de las dos dictaduras. El nazismo alemán fue derrotado
militarmente y el franquismo, muerto Franco, acabó aquí en una transición
pactada entre fuerzas franquistas.
todavía poderosas y una oposición variopinta dividida y
manipulada, algunos de cuyos componentes aceptaron aquella especie de borrón y
cuenta nueva que beneficiaba a los represores silenciando sus atrocidades y
otra parte, la más represa-liada, carente de medios y fiel defensora de la
Reconciliación Nacional abanderada desde años antes que no creyó políticamente
oportuno sacar a relucir el sangriento pasado. Ahora, decenios después, a
muchos nos parece que con tal actitud las fuerzas de izquierda cometieron un
tremendo error histórico. Es conveniente, por tanto, divulgar cuanto sea
posible los horrores del ayer franquista y contar sus aspectos represivos,
algunas de cuyas facetas peores se vieron en las cárceles. Hay que decir que
aquí, en España, los presos que no recibían ayuda de sus familiares del
exterior estuvieron condenados al hambre más espantosa. Luego de meses de
bazofia aguada compuesta de algunos trozos de nabo y restos podridos de un
pescado salado (Corvina), se les hinchaban cara, manos y pies y frecuentemente
morían de inanición. Quienes padecimos aquello no encontramos mucha diferencia
entre las fotos de los supervivientes esqueléticos de los campos nazis y el
aspecto nuestro de entonces. ¿Se ha publicado lo suficiente que los chinches y
los piojos nos devoraban? No conozco ninguna información que mencione la
proliferación del ántrax y la sarna entre los reclusos. Ni de las epidemias de
tifus y viruela en la Prisión Provincial de Albacete. Ni de la tuberculosis que
sufrimos tantísimos. Yo he padecido dos largos períodos carcelarios. El primero
desde julio de 1939 hasta finales de 1943 y el segundo desde abril de 1947
hasta noviembre de 1951, más varios años de libertad vigilada controlado por la
policía. Las dos veces por actividades políticas contra la seguridad del Estado
(de aquel Estado). En las dos ocasiones condenado por Consejos de Guerra que
pidieron penas de muerte a algunos compañeros. Los dos períodos fueron
terribles, aunque sin duda el peor el primero. Hay que señalar que, acabada la guerra,
las cárceles proliferaron. Los establecimientos penitenciarios existentes eran
insuficientes para recluir en ellos a los miles y miles de personas que los
fascistas vencedores consideraban enemigos. Plazas de toros, estadios y
conventos e iglesias todavía no habilitados para el culto se llenaron, tanto de
soldados del ejército republicano derrotado como de cualquiera considerado
sospechoso por las nuevas autoridades.
En cada pueblo, tras las matanzas vengativas de los
primeros días, los izquierdistas fueron recluidos en los sitios más diversos y
poco a poco trasladados a lugares que ofrecieran mayor seguridad como los
pueblos cabeza de partido o capitales de provincia. Para regentar tanta cárcel
se promocionó como funcionarios de prisiones a falangistas, alféreces
provisionales licenciados y "adictos a la causa nacional". Cabe
imaginar el comportamiento de tales guardianes.
Cárceles en Albacete
En Albacete, la vieja prisión provincial quedó abarrotada
al instante. El hacinamiento era tal que con las celdas y galerías (las
llamaban esparteras) repletas, muchos presos pasaban la noche sentados en la
escalera que conducía a la planta superior. De los dos patios existentes a uno
lo convirtieron en enorme celda donde por las noches los detenidos dormían en el
suelo, bajo las estrellas. Nada comparado con lo reservado a los condenados a
muerte. En celdas concebidas para dos personas eran encerrados de dieciséis en
dieciséis, "chapadas" las puertas y con dos zambullos para sus
necesidades.
Los zambullos eran unos recipientes cilíndricos de barro
cocido de cincuenta centímetros de altura por veinte o veinticinco de diámetro
que se les retiraba por la mañana tras el recuento y les volvían a colocar
después de vaciados. No salían de sus celdas, excepto para la comunicación
semanal en un locutorio horripilante los que recibían visita de familiares,
hasta que se les conmutaba la pena o eran conducidos al paredón. Cuando dejaban
aquel antro ya parecían cadáveres. Escribir esto ahora hasta nos parece
inconcebible a quienes lo vivimos. Pero había otras cosas. Los retretes y
escasos lavabos no funcionaban y excrementos, orines y agua sucia anegaban la
planta baja de la cárcel ensuciando a quienes tenían que dormir allí.
He señalado que el trato de los carceleros hacia nosotros
era indecente. Violencias físicas aparte, siguiendo directrices superiores,
buscaban humillarnos. Era obligatorio cantar diariamente, en formación, los
himnos Arimendi y Cara al Sol y escuchar la marcha real tras la cual el
funcionario de turno aullaba los consabidos España, una; España, grande;
España, libre, que debíamos corear. Dirigirse a cualquier carcelero llevaba
consigo saludos a la romana y comenzar: "a sus órdenes don fulano",
para después decirle lo que fuera. Y las misas dominicales ineludibles. No
tengo noticias de que la Iglesia haya pedido perdón por su colaboración con
aquello. Lo que acabo de relatar se prolongó durante años. Y aunque las
condenas y malos tratos se prolongaron ron prácticamente hasta el final del
franquismo, luego de la derrota de Alemania algunas cosas se modificaron: se
suprimieron los cantos fascistas y el obligado saludo brazo en alto. El régimen
ya no era una hechura nazi, era simplemente nacionalsindicalista.
Leído lo anterior es posible que, hoy, alguien se interese
por el comportamiento de los prisioneros ante el hambre, las humillaciones, la
promiscuidad, la amenaza de largas condenas o la muerte. Como en todo colectivo
humano en grave coyuntura las reacciones eran varias. A un sector relativamente
numeroso que de buena fe creyó aquello de la "Paz Honrosa" propalado
por los acólitos del coronel Casado en los últimos días de la guerra, le
sorprendió algo tan distinto a lo esperado. Otros se extrañaban de que "a
ellos" les ocurriera esto admitiendo que los demás lo merecieran; eran los
menos. Grupos reducidos embrutecidos por el hambre y la miseria hurgaban entre
la basura buscando residuos que comer o colillas. Pero generalmente la moral
era alta. La guerra había concienciado a los más y quienes se creen posesores de
la razón, de la verdad, se enfrentan a la tragedia y a la muerte con valor. Las
noches de "saca" cuando los condenados a morir eran conducidos a
"capilla" nos saludaban a los todavía vivos con vivas a la República,
a la Revolución, a la Libertad. Y desde su último encierro muchos cantaban
"La Internacional".
Al amanecer, con la cárcel silenciosa, llegaba desde el
cementerio no lejano, el eco apagado de los disparos. La solidaridad era
frecuente, aunque no general. Quien poseía comida aportada desde la calle por
la familia solía compartirla con parientes y compañeros más necesitados creando
comunas. Años después en una población penal más politizada, surgió todo un
complejo de Comisiones: Comisión de Ayuda, Comisión Jurídica, Comisión Cultural
y de Enseñanza, que repartían entre todos los recursos existentes, preparaban a
los procesados para enfrentarse a los Consejos de Guerra rechazando a los
"defensores de oficio" que no defendían nada, creaban colectivos
culturales; todo, claro está, clandestinamente frente a las autoridades
carcelarias.
Poco más o menos, salvadas las concretas diferencias de
lugar, algo similar ocurrió en los campos de concentración alemanes donde igual
que aquí tales acciones las dirigían los más combativos. Hay que señalar que
las afinidades ideológicas aglutinaban a bastantes. También la procedencia. Era
normal la mayor relación entre paisanos. Algo especial marcaba a los de
Villarrobledo. Después de las matanzas de los barreros trajeron a Albacete a
muchos desde allí. Proceder de Villarrobledo en aquella época significaba un
agravante. Los juicios sumarísimos los condenaban a muerte en mayor proporción
que a otros. Un militar, no recuerdo su graduación, venía con frecuencia a
tomarles declaración o a ultimar los trámites procesales. Pude verlo,
casualmente. Era un individuo enfermizo, macilento, con cara de mala persona.
Los presos le temían. Su gestión acrecentó el número de víctimas de este pueblo
manchego. Más tarde oí que estaba casado con una ricachona de allí.
Aunque la represión de Villarrobledo es destacable, otros
pueblos, Almansa, Hellín, Yeste, La Gineta, Tarazona. En la capital, Albacete,
no escaparon mucho mejor a las torturas y piquetes. Pero como al principio de
este trabajo comenté parece cual si una pesada losa de silencio hubiera caído
sobre aquel pasado. Conviene, lo escribí en otra ocasión, que las nuevas
generaciones lo conozcan. Conocer el pasado ayudará a evitar tragedias
similares. Es necesario que historiadores e investigadores de nuestra provincia
indaguen, busquen documentos y datos, recaben el testimonio de los
supervivientes y los expongan para general conocimiento. ¿O es que todavía hay
miedo?
Autor: Ezequiel San José López
RESUMEN: El autor fue un miembro de las Juventudes
Socialistas Unificadas durante la guerra. Ocupó puestos de dirección en la
Organización de Albacete. Marcha al frente a los dieciséis años de edad
luchando en la 5.9 Brigada Mixta de Carabineros en los frentes del Jarama:
Arganda, Morata de Tajuña, Pingarrón, etc. Combate en Madrid contra los
golpistas dirigidos por el coronel Casado y al terminar la guerra es detenido
formando parte de un grupo clandestino del Partido Comunista. Tras salir en
libertad vigilada a finales de 1943 se reincorpora a la Resistencia y es apresado
nuevamente en Madrid en abril de 1947.
P.D. Tuve el placer de hablar con Ezequiel el 9 de abril de
2014, cuando contaba 92 años tenía una lucidez impresionante y unas ganas de
luchar que ya quisiéramos muchos.
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