Ir a la feria de Belmonte era algo bastante habitual entre
las gentes de nuestro pueblo, la feria de Belmonte ha sido siempre muy
importante, los campesinos de todos los pueblos acudían allí, a comprar ganado,
carros y mil cosas o simplemente a ver una corrida de toros en la plaza.
Mi padre me trajo de ella mi primer triciclo, mi primer
caballo de plástico, y fue en Belmonte donde compro la galera que teníamos,
llegando a Pinarejo tan ilusionado como si se hubiese comprado un Mercedes, recuerdo que entro en mi casa con
una alegría impresionante..
-
Vicenta sal que mira que traigo.
Allí estaba la galera, mucho más grande que el carro, se
ahorrarían muchos viajes para traer la mies, los hieros o la leña, cabía casi
el doble que el viejo carro de varas, aunque se le pusiese meriñaque.
Viene esta pequeña explicación a cuento, precisamente por un
cuento, mi padre era muy aficionado a contar cuentos, dichos y refranes, tenía
en su repertorio, supongo que como todas las personas mayores de nuestra
tierra, muchos que siempre eran diferentes o se mezclaban unos con otros en
determinados momentos. Por la edad que
tenía yo al morir mi padre, aún no tenía los ocho años, de ninguno me acuerdo bien pero de muchos
queda como un rastro en mi mente, una nebulosa que en ocasiones aparece o
desaparece, a su capricho. Esa tradición
la heredo con gran gracia mi hermana Felipa, que terminaría siendo la
“hermosamia”, al casarse en segundas nupcias
con Isidro Jiménez, “Trequelates” de apodo familiar pero más conocido
como “Hermosomío”, al morir mi hermana
muchas de esas historias que contaba mi padre, se perdieron para siempre.
Mi hermano Julián también, me contaba algunos cuentos, había uno en especial que me entusiasmaba
y que le obligaba a que me lo contase una y otra vez, pero ese lo dejare para
otro momento, hoy comenzare por uno que me ha venido esta tarde a la cabeza
mientras que echaba la siesta, y es que la almohada siempre ayuda a despejar la
mente, en un cuento clásico castellano,
que todos habremos escuchado cientos de veces, no sé cómo me lo contaría mi
padre pero yo me lo he imaginado así:
Un abuelo decidió
llevar a su nieto de diez años a la feria de Belmonte, como iban los dos solos, decidieron irse con
el borrico, no era cuestión de llevar dos mulas y un carro, al llegar a Villar
de la Encina, por aligerar la carga al pobre animal, el viejo iba andando y el
chiquillo subió en el borrico, se acercaron al pozo para dar de beber agua al
pobre animal y escucharon cuchichear a los presentes.
-
Tendrá poca vergüenza el chiquillo, con tos los hijos
dentro del cuerpo y montaó en el borrico, mientras que el pobre viejo, que tendrá las piernas desechas por la
artrosis, andando. El mundo está perdió, ya no se respetan las canas, un par de
guantazos es lo que necesita el criajo ese…
El abuelo, que se encontraba cansado pensò que el comentario
era razonable, asì que bajó al chiquillo del borrico y se subió él. Entrando en Villaescusa de Haro
se cruzaron con una pareja de muleros que regresaban de
Belmonte, después de haber vendido y comprado mulas en la feria. Como es habitual en La Mancha, al cruzarse con
ellos se saludaron, a pesar de no conocerse.
-
Vaya con Dios, hermano, ¿va cómodo usted?
-
No voy mal, esa es la verdad.- Respondió el
abuelo.
-
Pues nada, a la feria…
Apenas se alejaron de ellos unos pasos, el abuelo escucho de
nuevo cuchicheos entre los muleros.
-
Mira el sinvergüenza del viejo, con lo fuerte
que parece y llevar a la criatura andando, con lo delgaducho que esta,
pobrecillo, ¿qué pensaría la madre si lo viese?- dijo uno.
-
Como si no pudiesen ir montados los dos en el
borrico.
El abuelo se dio cuenta de que en efecto, el borrico podría
bien aguantar el peso de los dos, miro a su nieto y vio que el pobre se veía fatigado
por el cansancio y el calor, así que continuaron hasta Belmonte, los dos
subidos en el borrico. A una legua de
Belmonte se cruzaron con unos cabreros
que habían parado a la sombra de uno pinos que junto al camino para ordeñar a
las cabras, a quienes también saludaron.
Les echaron el alto y se acercaron con un cubo que tenía un poco de
leche y se la acercaron a borrico.
-
Pobre animal, ¿nos les da vergüenza? Los dos
subidos en el borrico, con la calina que está cayendo, pobre animal, lo van a
reventar, esto solo pasa en España, no hay miramiento por los pobres animales…
El borrico se tomó la leche, ante la envidia del chiquillo, el
nieto y el abuelo, avergonzados, bajaron del borrico y continuaron los tres andando hasta Belmonte, uno al lado del otro.
Entrando en Belmonte se encontraron con unos Pinarejeros que volvían de
regreso, también se pararon a saludarlos, hablaron de la feria y de lo que en
ella había y al despedirse , el abuelo y el nieto escucharon de nuevo
cuchicheos.
-
Siempre he dicho que a Zacarias le faltaba un
verano, y eso que tiene muchos, será corto, que vienen andando desde el pueblo,
teniendo un borrico al que subir.- Dijo uno.
-
Desde luego, con lo viejo que está, si por lo
menos subiese él, el chiquillo al fin y al cabo tiene buenas piernas.- Respondió
otro.
-
Para eso que suba el chiquillo, que está en los huesecitos,
pobrecico mío. Sentencio un tercero.
-
Como si no pudiesen ir los dos montados.- Añadió
un cuarto.
-
Pobre animal, mejor que vayan andando. – Agrego el
quinto.
Moraleja: Nunca pretendamos complacer a todos, siempre habrá
quien nos critique cuando hayamos decidido hacer algo de algún modo o forma, si
vamos modificando nuestras decisiones siguiendo la opinión de cada uno, no
llegaremos a ninguna parte, ni a la feria de Belmonte ni a la de Albacete. No
cometamos los errores de los demás, somos autosuficientes para saber cometer
los propios.
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