Hace mucho calor, estoy tumbado en una hamaca a la
sombra de un limonero, cierro los ojos y parece que me duermo, o tal vez
me duermo realmente, en mis sueños comienzan a desfilar fantasías y
recuerdos infantiles mezclados con realidades y fantasías actuales:
Al acecho espera mi perro tras un oxidado bidón de aceite para tractores, como si fuese un león a la espera de saltar sobre una gacela, o espiase a hurtadillas a una perra de la cual estuviese secretamente enamorado, o a un gato desprevenido, lo miro con mis ojos cerrados, veo su silueta recortada en el azul diáfano del cielo, ignoro el motivo pero ese viejo y oxidado bidón de aceite se transforma tras mis parpados cerrados en uno de aquello antiguos toneles de vino viejo, que a su vez deriva en una tinaja de barro, como las que mi tío Ladislao tenía en su casa para guardar el vino, los objetos muertos van cobrando vida por si solos, veo con diáfana claridad a mi padre y a mi tío pisando la uva, a mi madre entregándonos a los chiquillos las rebanadas de pan frito y a todos corriendo hacía mi padre y mi tio, buscando el lugar por donde salía el mosto recién pisado para merendar pan frito con el sagrado jugo de las uvas, escucho la voz de mi a mi tío regañando, fingiendo mal genio , veo su altura de gigante, enjuta, recortada sobre la blanca pared.-chiquillos que os vais a chispar.- al mismo tiempo que alargaba la mano para mojarnos otra rebanada de pan frito, ¿picatostes? Creo que se llamaban, o tal vez tenían otro nombre, a su lado mi padre casi con un palmo menos de estatura y algo más recio, noto mi sonrisa al imaginarme sus figuras pisando la uva, como don Quijote y Sancho Panza, pronto reniego de la idea, mi tío si era muy alto, pero mi padre no estaba gordo y nunca tuvo barriga, aunque le recuerdo muy fuerte. Mis ojos ven el ritual que se repetía año tras año, sin darme cuenta veo aquellas tinajas llenas de clarísimo vino blanco de Pinarejo, casi tan transparente como el agua, que hasta los críos bebíamos, eso sí en un porrón aparte y con azúcar, “porque si se bebía agua comiendo se quitaba la gana”, aprendíamos la cultura manchega a través del porrón de vino endulzado.
Todo esto termina difuminándose en mi mente surgiendo como de forma espontánea una nueva fantasía, me veo caminando por San Antonio de Portmany, por la playa Caló des Moro, voy metiéndome en el agua, llevo gafas de buceo miro hacia el fondo y veo un camino con girasoles a un lado y trigo al otro, los girasoles son todavía pequeños y el trigo, o tal vez la cebada, ya amarillentos, noto que intento rascarme los ojos, no puedo porque estoy bajo el agua y llevo las gafas de buceo puestas, vuelvo a mirar incrédulo, no me creo lo que veo, si estoy nadando como puedo ver esos cultivos, miro el camino a lo lejos, al final del camino veo Pinarejo, sobresaliendo su torre cual hermoso pezón por encima del resto del pueblo, pienso en las muchas veces que he dicho que mi pueblo se asemejaba a dos hermosos pechos de mujer, coronado uno por la iglesia y el otro, antaño, por las ruinas del viejo molino y ahora por la fantástica reproducción en ese logrado jardín del molino, cierro los ojos y me veo junto a mi primo José Antonio y otros críos jugando entre aquellas ruinas, comiendo pipas con cascara incluida y jugando a vaqueros e indios o indios y vaqueros, preguntándonos cómo era posible que todavía existiesen indios en América si en todas la películas del Oeste no paraban de masacrarlos, la cuestión es que muchas veces queríamos ser indios pues sentíamos una extraña solidaridad con ellos, rastro quedo en mí del tema, pues continuo mirando con más simpatía a Toro Sentado que los cowboys, los pistoleros, los asesinos a sueldo, los cazar recompensas y los sheriffs.
Continuo nadando, me veo ya viejo, con una garrota, paseando por el parque del Molino de Pinarejo desde este maravilloso jardín y veo un montón de tractores y cosechadoras en venta, en primer plano veo un rulo abandonado en la era, olvidado tras los servicios prestados antaño, un rulo de los que se utilizaban antiguamente en la era para allanarla antes de que comenzase la trilla. Veo lo hombre con las palas lanzando la mies al aire para separar el trigo de la paja, es mi padre, mis hermanos, los críos subidos al trillo en una auténtica fiesta infantil, para así mejor separar el trigo de la paja, luego siempre buscábamos la forma de quitarle algún pedernal para provocar chispas e incluso encender algún papel, los críos cantando y riendo sobre la trilla veo los chorros de sudor de hombre y mujeres mezclados con el polvo de la paja, esos chorros van aumentando de tamaño transformandose en auténticas cascadas que discurren con furia inusitada, arrastrando todo hasta la playa de mi niñez ibicenca, la playa de Caló des Moro, estoy de nuevo en la orilla, noto la tela de la hamaca pagada a mi espalda, la humedad del agua salada, noto su sabor en mis labios, estoy realmente empapado, sopla la brisa suavemente, lo cual me produce placenteros escaloríos.
Noto que desaparecen esas imágenes, más bien se transforman, ante mis ojos de nuevo aparece el parque del Molino de Pinarejo, estoy comiendo unas sabrosas chuletas de cordero manchego junto a mis amigos de la infancia, ya cincuentones y con cintura ancha como la mia, estamos ante un lebrillo de cuerva del que vamos llenando nuestros vasos una y otra vez, puede que estemos borrachos o al menos alegres, miro hacía Pinarejo, ante mis ojos veo el pueblo y a mitad de camino un caballo blanco de costillas marcadas, pienso en Rocinante, libre por fin de la locura del caballero de la triste figura al cual veo en el suelo caído tras enfrentarse con el viejo molino de Pinarejo, mientras que Sancho Panza le ayuda a levantarse. Rucio continua su camino en dirección a unos verdes trigos, donde se encuentra una hermosa borrica en celo, trabadas sus patas delanteras, nada puede ni quiere hacer por librarse de los envites amorosos de Rucio que deja su simiente en Pinarejo y el recuerdo de su amo, Sancho Panza.
Despierto alterado sin saber muy bien donde me encuentro, un limón más maduro de la cuenta cae sobre mi
cabeza, al tiempo que percibo como una suave llovizna que humedece
todo, del susto pego un salto y me pincho con una espina del
limonero, miro a mi alrededor con la esperanza de que mi accidente haya
pasado desapercibido pero allí está mi perro mirándome con ojos
burlones, como si se diese cuenta de que mi máxima preocupación no era
el pinchazo sino que alguien lo pudiese haber contemplado, al instante miro hacia lo alto del limonero, de donde continua cayendo una finisima llovizna, entre las ramas veo el sol resplandeciente y la total ausencia de nubes, sin embargo la llovizna es persistente, termino de despertar y veo a mi hijo disparando con el difusor de la manguera contra la parte alta del limonero, sin poder aguartar las risas por mi desafortunado despertar de tan fantasioso sueño.
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