El niño Jesús desahuciado. ¿ un
cuento de Navidad o…una triste realidad?
Cuentan que hace mucho tiempo, o
tal vez tal vez hace unos segundos, un joven carpintero de nombre José, junto
con María, su joven esposa. Tuvieron la
osadía de pedir un préstamo a los usureros prestamistas en su lejana tierra, para comprarse una casa junto a la
carpintería, donde José trabajaba de
manera magistral, tanto la madera de cedro libanes, la haya germánica, e, incluso olivo de la lejana Hispania.
La joven pareja contaba con la
habilidad de las manos de José y el buen hacer de María. La carpintería no
funcionaba mal, y, María sabía aprovechar hábilmente hasta el último denario o
tal vez céntimo de euro. El usurero,
como todos los usureros y prestamistas, vivía de prestar un denario y recibir
dos, que en la antigua Roma, era un modo
legal de robar. Por desgracia, del mismo modo que los países de la Tierra,
adaptaron el derecho romano a sus legislaciones, los usureros y banqueros de
todos los países hicieron lo propio.
Por entonces, como ahora, los
usureros, ladrones, estaban protegidos
por las legiones romanas, o tal
vez de germanas del IVº Reich o quizás
de la pérfida Albión, o por policías y leyes del corrupto Reino de España. Entonces como ahora, diseñaron un plan
perfecto para fomentar el latrocinio, con la complicidad de los traidores
gobernantes de Judea, Roma e incluso Hispania, que recibían suculentas
comisiones de una parte de lo robado.
Crearon un sistema de desarrollo artificial, al que no sé cómo llamarón,
pero que muchos años después le llamaron en Hispania “burbuja inmobiliaria o
del ladrillo”.
A Judea, a Roma y también a Hispania llegaron
personas con ganas de trabajar, incluso de allende de las fronteras del
Imperio, incluidos africanos de más al
sur de Abisinia. Estos últimos a trabajar sin papeles que le permitiesen la
residencia, pero como todos, contribuían
con su trabajo al crecimiento y grandeza de Roma, Judea e incluso
Hispania.
La construcción de casas estaba en
plena expansión, con lo cual el precio rápidamente se multiplicaba, y la casa
que costaba diez denarios, a los pocos días podía a llega a tasarse en quince o veinte denarios. Por tanto, el
usurero, como codicioso que era, no solo
daba gustoso el préstamo para la casa al pobre carpintero, sino que le dio para
que comprase un borrico y así poder transportar mejor su mercancía. Sabiendo el usurero que el carpintero tal
vez no sería capaz de afrontar el préstamo.
Si así ocurría, las leyes de Judea, de Roma o de Hispania, permitían,
que el usurero recobrase la casa y el borrico, para poder venderlo por un
precio superior. Que el carpintero perdiese casa y borrico no lo eximía al
carpintero de la deuda.
El pobre José agradecido no desconfió de la
picaresca del astuto usurero, y enamorado que andaba de María, y firmó la
estafa que el usurero le ofrecía, sin leer la letra pequeña, pues su oficio era
trabajar, del mismo modo que la del usurero era robar.
Como ya he dicho, José andaba muy
enamorado y medio ennoviado con la bella María. Ya con casa, entusiasmado, le
propuso irse a vivir juntos, María que quería mucho a José no se hizo de rogar
y pronto comenzaron a vivir en su nido de amor. Entre roce y roce, caricias y mucho amor,
María terminó embarazada, a pesar de su aspecto inocente y virginal. Eran muy felices, soñaban que su hijo sería
muy inteligente y marcharía a Atenas a estudiar filosofía y así liberar al
pueblo judío, abisinio o hispano del yugo del imperialismo romano, germánico o
¿americano? (desliz del subconsciente).
Pronto llegaron los contratiempos, los grandes
mercaderes y usureros, habían construido más casas de la cuenta. Ante el exceso de las mismas, perdieron su
valor. ¿Que idearon? Bonos basura, que a su vez mediante engaños ofrecieron a
José y a otros muchos, como haciéndoles un favor, prometiéndole que por
dejarles administrad los pocos ahorros que disponían le darían un interés
preferente muy alto, con lo cual le harían participes a ellos también de sus
ganancias, dinero que podrían disponer de el en el momento necesitasen. Era como si los prestatarios se convirtiesen
en prestamistas de los usureros. José
que era confiado, y, sabía de su trabajo y poco o nada de negocios, se fio del usurero.
Al poco tiempo ante la saturación del mercado, se dejó de construir, la
carpintería tuvo bastante menos faena y a José, el usurero le embargo la carpintería,
quedándose sin trabajo y sin poder hacer frente a los pagos del préstamo.
Entonces, intento echar mano de
sus ahorros, invertidos en bonos. Se encaminó a la casa del usurero para
recuperar su dinero, y con él pagar la hipoteca. Allí se encontró con una sorpresa, el usurero
le dijo que había invertido los ahorros de José en operaciones que no habían
dado el resultado esperado, por lo cual por orden del rey Herodes, no se le
podían devolver el dinero a José ni a todos los estafados por los bonos
preferentes. En realidad era una estafa programada por el rey de Judea,
Germanía, Roma o Hispania, todos en conveniencia con los estafadores, que a
pesar de ser ladrones no iban a la cárcel, porque estaban aforados y protegidos
por las leyes. Era prioritario, más que
devolver el dinero a quienes habían confiado en los usureros, que el rey y sus
ladrones, pudiesen vivir a cuerpo de rey,
e, incluso poder ir a cazar elefantes a las selvas africanas.
Todo ello, no eximia a José de
pagar la deuda que tenía con el usurero, si no pagaba, le quitarían la casa. Para ello recurrían los ladrones y
gobernantes de Judea, recurrían a los
sicarios del rey, pues la ley monárquica de Herodes y la imperial de Roma y la
consular de la colonia de Hispania, les
amparaba. Así que José fue a presentar
una denuncia, pensando que la justicia le ampararía, al llevar razón, ya que el
usurero estaba dispuesto a echarle de su casa, a pesar de que ese mismo usurero
se negaba a devolverle los ahorros con los cuales fácilmente podría saldar la
deuda. Por si fuese poco, aunque el
usurero se quedase con su casa, José continuaría teniendo la deuda con el mismo,
y es que las leyes en Judea, Roma o Hispania las hacen los poderosos en contra
de los débiles desde el principio de los tiempos.
Al presentarse José y María ante el
palacio de justicia, le exigieron los guardias y escribanos una cuantiosa cantidad
en concepto de tasa judicial, (para no saturar la administración de justicia,
decían, en realidad para que los débiles no pudiesen defenderse de los abusos
de los poderos). Como José no disponía de dicha cantidad, no pudieron presentar
la denuncia y sin miramientos los sicarios del rey, mandados por el pretor
romano Marianuss Rajoyiis Tiranicus, expulsaron a María y José a palos de su
humilde morada. Todo ello, a pesar del avanzado estado de gestación de María y
las protestas solidarias de los vecinos, los cuales a su vez fueron multados
por solidarizarse e insultar a los sicarios, por lo cual también perdieron sus
casas.
Por suerte para la joven pareja ni
los sicarios, ni el malvado y cínico Marianuss Rajoyiis Tiranicus, el cual les
había prometido un año antes ayuda, si le votaban como jefe de la guardia
pretoriana. Con María montada en su borrico, esperanzados en que los sacerdotes
le pudiesen ayudar, y sabiendo que prometían amor y justicia divina, se
encaminaron a Jerusalén, Roma o ¿Madrid? antes de llegar, en Belem, María se
dio cuenta que con el traqueteo del borrico, posiblemente no llegaría al final
del trayecto, así que pararon a descansar en aquel lugar. Belem se encontraba en plenas fiestas de
Pascua, fiestas que dicen que son de amor y solidaridad entre las personas, sin
embargo no les abrieron ninguna puerta,
para María pudiese dar a luz. Fueron al
hospital de la ciudad, pero había sido privatizado y si no tenían para pagar no
les atendían. Casualmente en una casa
muy pequeña y pobre le ofrecieron cobijo, pero como eran muchos los
desahuciados que habían acogido, a ellos les toco dormir en la cuadra, que
compartirían con un buey y una mula. En la cueva hacía mucho frío; pero gracias
al calor de los tranquilos animales sintieron una calidez casi humana.
La casa en cuestión también tenía
una orden de desahucio, pues había sido ocupada ilegalmente por varias familias,
al encontrarse abandonada y casi en ruina.
La arreglaron la restauraron y se metieron en ella, y a esa casa le
llamaron Villa Utopía. Cuando el Marianuss
Rajoyiis Tiranicus, se dio cuenta, aquella misma noche mandó a los sicarios del
rey a desahuciar las distintas familias que habitaban la casa. Cuando llegaron al pesebre, viendo que María
estaba de parto, se contuvieron y fueron a pedirle permiso al sumo sacerdote,
el cual les dio la orden que les dejasen pernotar aquella noche pero nada
más. “Como son pobres lo mismo se llevan la mula y el buey”, pensó, el
sumo sacerdote hebreo. Para evitar que José y María pudiesen verse tentados a
llevarse la mula y el buey, pensando el ladrón, que todos eran de su condición,
ordenó llevarse ambos animales del pesebre, a sus cuadras de palacio, de dónde
nunca más regresaron a su dueño. Por lo
que el pobre José, la pobre María y el niño que llegó al mundo al calor de
ambos animales, se quedaron en el pesebre, privados del tan necesario calor
animal.
Al día siguiente la joven pareja —con
María y el niño montados en el borrico y José tirando del ramal —marcharon
camino de Roma, Germania o ¿Canadá? Para así poder trabajar. Suerte tuvieron, porque el rey Herodes, que
había matado un elefante por capricho, andaba disgustado, porque siendo un
viejo verde se había marchado con la bella y joven Salome sin poder consumar el
acto, porque no se le empinaba. La vejez
y alguna copa demás le habían provocado un accidente a altas horas de la
madrugada, rompiéndose la cadera.
Herodes prometió no volver a
hacerlo más. El chamán/rabino, le dijo
que no tenía el por qué pedir disculpas porque la culpa la tenía el espíritu
del elefante muerto, que se había reencarnado en uno de los niños nacido en
Belem, el cual terminaría destronándolo.
Escuchado esto, Herodes. Ordenó a Marianuss Rajoyiis Tiranicus y a
sus sicarios que cogiesen todos los niños menores de dos años, nacidos en Belem
y los matasen.
Hubo tres magos que supieron por
medio de sus dotes adivinatorias lo que iba a ocurrir, pero se equivocaron de
camino y en lugar de llegar a Belem, se presentaron en una playa de Gades. Otros
dicen que se pasaron antes por Pinarejo a comerse unos buenos mantecados con
aguardiente. Cuando ya llegaron a
Belem, el niño Jesús, en los brazos de su madre, montados en el borrico y con padre
tirando del ramal ya se habían marchado lejos de Judea, Roma o Hispania, a
buscar una oportunidad laboral…
Y es que no hemos cambiado tanto, si nos dan a elegir, todavía preferimos a ladrones.
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