El día 7 de enero quedará para siempre en mi memoria, ese
día tuvo lugar mi segundo nacimiento fruto de mi cabezonería y la trágica muerte
de 104 personas, que podían haber sido 108, si yo hubiese sido menos cabezón y
tres hinchas del F.C. Barcelona no se
hubiesen emborrachado por la victoria de este equipo sobre el real Madrid y
ebrios perdiesen el avión quedándose en tierra, en el aeropuerto de Valencia donde el avión Caravelle EC-ATV de Iberia había realizado una
escala procedente de Madrid.
Muy de madrugada me subieron al taxi de Antonio, el taxista
de Pinarejo, comenzando un largo trayecto de más de cuatro horas que duraba
entonces, ahora menos de hora y media, por la N-III, habiendo de pasar por las
cuestas de Contreras, por el portillo de Buñol y una mala carretera nacional.
Como quiera que había niebla y había nevado un poco, las casi cinco horas se
convirtieron es más de seis y llegamos tarde a coger el barco, que era donde
estaba previsto viajar hasta la isla. Mis paisanos esperaron en las naves del
puerto para pasar allí dos noches, pues llevaban mucho “avió” y equipaje y no
podían irse en avión, pero yo no llevaba ningún equipaje, por lo tanto mi
hermano mayor, que vivía en Valencia, me llevo a la calle la Paz, donde se
encontraban las oficinas de Iberia para sacarme el pasaje de avión, cuando yo
me entere de su intención me negué en rotundo, me producía pánico la idea de
subir en avión por lo cual me negué haciendo gala de mi tozudez, allí se encontraba una familia,
un joven matrimonio con una niña muy guapa de mi edad, 11 0 12 años, entre las
azafatas, mi hermano y los padres de la niña intentaron convencerme, pero mi
tozudez era mayor que la de una docena de mulas romas, los ojos oscuros de
aquella niña morena con un dulce acento andaluz se me quedaron en la memoria
para siempre.
Mi hermano se enfadó muchísimo conmigo, me llamo todos los sinónimos
de cabezón, pero al final accedió.
Llegados a Benicalap fuimos a casa de mi primo Mateo, que tenía teléfono
para comunicar a mi madre a través de mi tía Puri mi cabezonería, que es quien regentaba la centralita telefónica de mi pueblo, pero
se había estropeado. Viendo el enfado de
mi hermano, mi primo Mateo me invito a comer un sabroso y delicioso arroz
caldoso que estaba preparando Carmen, su mujer, mientras tanto intento razonar
conmigo, dándole la razón a mi hermano.
Hablando, hablando mira el reloj de la pared, la radio
estaba puesta, entonces no todas las casas disponían de televisor, la una y pico de la tarde. Termina de decir mi primo:
-
A esta hora ya estarías en Ibiza.- Cuando se escucha a través del aparato.- Un avión
ha desaparecido a la altura de la isla de la Conejera. – Los dos palidecimos y
cuando llego Carmen fuimos incapaces de
articular palabra.
Al instante estaba allí mi hermano, recuerdo que nos
abrazamos y poco más. A mi pueblo también
había llegado la noticia, como la centralita de Pinarejo estaba averiada mi
madre hubo de buscar a alguien que la llevase al Castillo de Garcimuñoz para
intentar llamar por teléfono, pues ya tenía noticia por medio del taxista que
no había subido en el barco y que seguramente me había ido en el avión, el
taxista había emprendido otro viaje y por aquellos tiempos casi nadie tenía
coche, al final la llevaron y lo primero que hizo fue llamar a mi hermana a
Ibiza, que andaba también preocupada porque mi cuñado en teoría había subido
también a ese avión con destino a Valencia y durante las primeras horas no se
sabía si el avión era Valencia/Ibiza o Ibiza/Valencia, conclusión que uno de
los dos estábamos muertos.
Afortunadamente ninguno, él paso varias horas en el aeropuerto de Ibiza
a la llegada de un nuevo avión y voló sin saber que se había estrellado en S’
Atalaia de Sant Josep el avión con el que debía volar a Valencia.
Antes de las tres de la tarde ya estaba resuelto el entuerto,
aquel domingo 9 de enero, cogía el avión en dirección a Ibiza acompañado de mi
cuñado Antonio, con un miedo atroz y casi paranoico. Cuando al día siguiente mis compañeros de
clase acudieron a saludarme como si fuese un héroe, en Sant Antoni, las
noticias en invierno corren como la pólvora, negué todo temor y de boquilla fui
el más valiente del mundo, pero la realidad fue todo lo contrario.
Cuando dos años después trabaje cerca de donde se estrelló
el avión, todavía quedaban restos de ropas colgados de los pinos. Murieron 104 personas, de las cuales 9 fueron
niños, yo hubiese sido el décimo junto con aquella niña morena de ojos oscuros
y dulce acento andaluz.
No volví a subir a un avión hasta pasados más de quince años
y casi con el mismo temor.
Curioso relato, Paco. No sé qué otro adjetivo podría ponerle.
ResponderEliminar¿Dramático, paradójico, nostálgico, ...?
Bueno..., pues..., ¡feliz 'cumpleaños'!
Tampoco yo sabría cómo calificarlo. En mi familia lo hemos relatado muchas veces, cada uno por su lado, mi madre su angustia de no saber si estaba vivo o muerto, una de mis hermanas con la angustia e incertidumbre, segura de que o era su marido o su hermano. Yo sin enterarme entonces mucho del tema, mi hermano, cuando lo hemos referido siempre mudo.
ResponderEliminarMuchas veces he deseado que aquella chiquilla al final no hubiese cogido el avión, me temo que fue uno de esos nueve niños fallecidos, de los tres aficionados del Barcelona, a uno le conocí bien, era tío de un buen amigo mío. Con catorce o quince años estuve trabajando muy cerca de la Atalaya, aún quedaban restos, puedo asegurarte que muchas noches tuve pesadillas sobre aquel viaje y siempre termino pensando en esa chiquilla que estuvo a punto de ayudarme a decidir coger aquel vuelo.
Saludos