jueves, 5 de septiembre de 2013

Del 23-F a la reforma de la Constitución

Escrito por Pablo Sebastián      
    
Las noticias de la corrupción manan a borbotones y se escapan como el agua entre las manos al Gobierno de Rajoy que intenta,  con su larga mano en el poder judicial y la Fiscalía, frenar la  hemorragia y correr un tupido velo con el argumento de que se ve luz en el túnel de la crisis, la recesión y el paro. Pero la mejora a paso de tortuga no llega a los ciudadanos ni es argumento para el ‘borrón y cuenta nueva’ de los escándalos donde nadie está a salvo. Ni en el PP (que amplia a Barberá y Camps, pero solo para quitarle la instrucción al juez Castro y evitar la imputación de la Infanta Cristina), ni en el PSOE -con Griñán de los ERE en la presidencia del partido-, ni en CiU que aumenta el desafío secesionista en la próxima Diada para tapar su propia corrupción y carencias democráticas.

Por más que se empeñen todos la crisis económica, institucional -con la Corona tocada en la corrupción y en las portadas de la prensa- y de la cohesión nacional no tiene más salida que el reconocimiento del ya agotado régimen de la transición, ni más solución que la reforma de la Constitución hacia democracia plena, que nos aleje de la oligarquía de partidos imperante, y ponga punto final a un tiempo ya pasado con muchas luces pero también con oscuras sombras, que están en el origen y condicionan muchas de las cosas que ahora pasan en España.
Hace algunas semanas el que fue líder del Partido Andalucista, un político admirable como es Alejandro Rojas Marcos, contaba ante otro dirigente ejemplar de la transición, Raúl Morodo, que en1980 en un viaje a Barcelona coincidió con Felipe González durante un vuelo donde el exlíder del PSOE, hablando de los problemas de aquel momento español, le dijo a Rojas Marcos que él ‘prefería un Gobierno de unidad nacional presidido por un general, que la desastrosa presidencia de Adolfo Suárez’. Pero, hete aquí, que ahora en las memorias del que fuera presidente del Congreso de los Diputados Fernando Álvarez de Miranda -de las que el diario El Mundo publicó un anticipo el pasado domingo-, Álvarez de Miranda afirma que durante una conversación con el presidente Suárez, en diciembre de 1980 en el Congreso de los Diputados, él propuso a Suárez una coalición con el PSOE y otros partidos a lo que Suárez respondió: ‘ese es el mensaje que manda el PSOE al palacio de la Zarzuela, un Gobierno de coalición pero presidido por el general Armada’. Y añadió, y eso no lo consentiré yo.
La revelación de Alvárez Miranda es espeluznante, coincide con las palabras de Rojas Marcos, y deja a Felipe González y al PSOE -luego se supo que en ese tiempo Enrique Mújica se vio con el general Armada en Lérida- absolutamente en entredicho, ante su posible colaboración, directa o indirecta, con el golpe de Estado de Armada del 23-F de 1981. Un golpe del que aún no se ha contado toda la verdad donde estaban implicadas personas, instituciones y partidos que no aparecieron en el juicio del 23-F.
Después de los ruidos de sables y las intrigas de 1980, Adolfo Suárez decidió dimitir ‘para evitar que la democracia no fuera otra vez un paréntesis en la Historia de España’, pensando que, si el obstáculo era él, al irse el golpe quedaría desactivado pero no fue así. Y al golpe se sumó el crimen de Estado de los GAL, del felipismo -donde otra vez estaban casi todos-. Y a partir de ahí creció la corrupción del PSOE que luego engarzó con la otra de los últimos 20 años del PP, como revelan los famosos ‘papeles’ de Bárcenas. Y en medio de todo ello la fiebre del despilfarro, la  burbuja inmobiliaria, la levedad de  la clase política (con Zapatero a la cabeza) y los pactos y repartos en la cabecera del Régimen de la transición que, por más que algunos lo intenten reconducir está al final de su escapada y a la espera de la reforma constitucional.
Esa es la salida y esa es la cuestión. ¿Y quién y cómo se hace la gran reforma? Para empezar hay que reconocer el agotamiento del régimen, luego proponer alternativas y finalmente abrir el periodo constituyente -que no hubo al inicio de la transición-, para debatir y aprobar la nueva Constitución. Mientras tanto urge que impere la unidad de las fuerzas políticas -pero limpias de corrupción- y de los nuevos partidos que surgirán y que se pacte en el interregno un acuerdo nacional contra la crisis económica y el paro. Una tarea ingente, es verdad, pero ese es el camino. Todo lo demás son pasos perdidos en un laberinto agotador y sin salida del que nadie puede escapar, y donde este Gobierno de Rajoy, con la ayuda inestimable del PSOE, intenta el ‘golpe de Estado judicial’ -como se aprecia en el caso Urdangarín y otros más de corrupción- para ver si así se salvan ellos y recomponen la partitocracia y el Régimen moribundo recupera el aliento y se da una nueva prórroga a la transición. Difícil lo tienen, porque todo eso es demasiado burdo, los ciudadanos están indignados y no controlan la comunicación.
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