Escrito por Andreu Escrivà
Se acaba de hacer público un proyecto de orden ministerial
que posibilitará el ahorro de millones de euros a distintas multinacionales,
cuyo negocio es lucrarse con la falta de información de la ciudadanía mediante
vacíos legales. Si uno cuenta esto así, acuden dos pensamientos: primero, que
ya está el gobierno haciendo de las suyas, gobernando para los más ricos;
segundo, que menuda desvergüenza permitir que haya empresas que se lucren con
desgracias ajenas a través de resquicios legales.
Sin embargo, no se trata de Bayer, Bankia, Nestlé, Capio o
Monsanto, sino de multinacionales homeopáticas que venden pastillas de azúcar,
esto es: placebo. No lo digo yo: lo dice el propio ministerio de Sanidad y
todos –absolutamente todos- los artículos científicos y estudios rigurosos
publicados sobre el tema. Repito: todos. Repito una vez más: t-o-d-o-s. Hace
unas semanas equiparaba la evidencia científica que poseemos sobre la
existencia de un cambio climático de origen humano con la de la seguridad de
los transgénicos: en el caso de la homeopatía, la evidencia de que disponemos
para afirmar que su efecto no difiere del de un placebo es comparable a la que
tenemos de que las especies evolucionen, o de que la Tierra gire alrededor del
Sol. No sé si me explico.
Pero a ese conocimiento no se llega por ciencia infusa, ni
mucho menos. Hace tan sólo un par de años yo pensaba que eso de la homeopatía
era algo “natural”, remedios a base de hierbas. Lo leía en rótulos de farmacias
y algunos amigos la tomaban, y, en cierta medida, lo asumía como algo
normalizado. Desterremos la creencia de que todos deberíamos saberlo, y que
quien desconoce la realidad de las pseudociencias es un magufo y un paleto. En
su gran mayoría, no lo son; tan sólo están equivocados y creen que la homeopatía
funciona. Pero no: como explica James Randi en este desternillante vídeo, sus
principios son un festival de lo absurdo, una carrera alocada por ver qué parte
de la doctrina homeopática contradice en más puntos al conocimiento científico
actual. La homeopatía es agua y azúcar, y punto. Y, repito, no lo digo yo: lo
dice cualquier estudio serio, cualquier espectrógrafo de masas y, lo que es más
importante, la propia etiqueta de los preparados homeopáticos. Que haya un
premio de un millón de dólares para quien demuestre que la homeopatía funciona
y nadie lo haya ganado es quizás la mejor prueba de su ineficacia.
Regularizar la homeopatía, como pretende el gobierno, es
aceptar y regular la superstición y la superchería. Además, claro está, de
ahorrarle un montón de dinero: concretamente más de siete millones de euros. Lo
más importante, sin embargo, sigue siendo la aceptación de la estafa y el
engaño dentro de nuestro sistema sanitario. Juan Ignacio Pérez, director de la
Cátedra de Cultura Científica de la UPV, responde así sobre si es peligrosa la
proliferación de pseudociencias como la homeopatía.
“Sí, lo es, y por dos razones. Por una parte acudir a estas
consultas puede acabar provocando que se llegue tarde a la medicina y causando
problemas de salud. La otra es que en la medida que este tipo de terapias
proliferan, en el fondo lo que prolifera es la sinrazón, y esta es un caldo de
cultivo para más sinrazón. Una sociedad en la que tengan mucha presencia las
medicinas alternativas es una sociedad enferma.”
La homeopatía en los hospitales y farmacias es igual de
peligrosa y dañina que los crucifijos en las escuelas: son armas que destierran
la razón y la ciencia allá donde se encuentran. Es de una incoherencia hiriente
burlarse del fanatismo religioso del ministro Fernández Díaz y reclamar
homeopatía en el sistema nacional de salud. De la existencia de ambas cosas
–Dios y los efectos terapéuticos derivados de los tratamientos homeopáticos-
poseemos la misma evidencia, es decir: ninguna. Es tan efectiva la Misericordina
del Papa Francisco como el Sedatif de Boiron. Es tan inútil y criticable enviar
3.000 rosarios a las zonas devastadas por el tifón Haiyan en Filipinas como
cualquier acción humanitaria (sic) que lleve a cabo Homeópatas Sin Fronteras
(sí, existen). Es tan inhumano dejar morir a una hija por rezar en vez de
llevarla al hospital, como dejar morir a un hijo por administrarle homeopatía
en vez de medicina. Es denunciable y vergonzoso que una pediatra (sic) anime a
sustituir –ojo: sustituir- vacunas por homeopatía en la televisión pública, y
aún más que Belén Crespo, directora de la Agencia Española de Medicamentos y
Productos Sanitarios, diga en una lamentable entrevista que “No todos los
fármacos homeopáticos tienen que demostrar eficacia”. Entonces, ¿qué son? O son
fármacos (y por tanto el control debe ser exhaustivo, la eficacia probada y la
seguridad para el paciente máxima) o son brebajes y caramelos, en cuyo caso
jamás deberemos confundirlos con medicinas.
Ya ven, que de inocuidad, nada. Y a pesar de ello, el
gobierno insiste en regular los preparados homeopáticos -agua y azúcar, según
su propia etiqueta-, como si no fuesen un vulgar engaño, una artimaña con la
que se lucran multinacionales y estafadores. Aunque, pensándolo bien, no
debería sorprendernos de quienes imponen la religión evaluable y equiparan las
creencias personales con el conocimiento científico y humanístico. La sinrazón,
desgraciadamente, no tiene color: es tan sólo la pura y simple negación de la
razón.
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